El presidente ruso Vladimir Putin en un discurso a la nación. | Reuters

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Para bien o para mal, el presidente ruso, Vladímir Putin, tiene la última palabra sobre la presencia de Rusia en los Juegos de Río, sea por su influencia en el mundo, las malas relaciones con Occidente, o por la amistad que le une al presidente del COI, Thomas Bach.

«La postura oficial de las autoridades rusas, el Gobierno y el Presidente, de todos nosotros radica en que en el deporte no hay y no puede haber sitio para el dopaje. El deporte debe ser limpio», dijo Putin durante una reunión del Gobierno.

Putin hizo este viernes un último intento de evitar la catástrofe que supondría la exclusión del equipo olímpico ruso de Río de Janeiro, al ordenar la creación de una comisión independiente para la lucha contra el dopaje integrada por expertos rusos y extranjeros.

Su misión debe ser «el estricto control sobre la efectiva realización del plan nacional de lucha contra el dopaje».

En una clara concesión a Bach eligió como candidato a encabezar esa comisión al decano del COI, el ruso Vitali Smirnov, que es miembro del máximo organismo olímpico desde 1971.

Putin definió a Smirnov como «una persona con una reputación absolutamente intachable, que cuenta con la confianza y el respeto de la familia olímpica».

Smirnov, de 80 años, miembro de honor del COI desde el pasado enero, ejerció en varias ocasiones de vicepresidente de ese organismo (1978-82, 1990-94 y 2001-2005).

«Es necesario cooperar estrechamente con la comisión disciplinaria del COI, la Agencia Mundial Antidopaje y las federaciones internacionales, sean deportes olímpicos o no», insistió.

Tras hacerse público el informe McLaren, que acusó el lunes a Rusia de dopaje de Estado, Putin advirtió que el movimiento olímpico se encuentra al borde de un cisma debido a la injerencia política, y alertó sobre el retorno a la era de los boicot, como en Moscú'80 y Los Ángeles'84.

Pero tras el fallo de este viernes del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) contra el atletismo ruso, los discursos incendiarios y las diatribas contra EEUU ya no salvarán al deporte ruso, sino las relaciones personales y la propia figura del jefe del Kremlin.

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Bien es conocida la amistad que Putin mantiene con Bach, con el que puede hablar el alemán -idioma que conoce de sus tiempos de agente del KGB en Alemania Oriental-, al igual que ocurría con el antiguo presidente de la FIFA, Joseph Blatter.

En 2007 Putin logró con su sola presencia en Guatemala, donde se elegía la sede de los Juegos de Invierno para 2014, llevarse el gato al agua, tras lo que realizó en Sochi la mayor inversión en la historia de unos Juegos Olímpicos.

Además, los dirigentes del COI están en deuda con Putin que siempre les defendió de las acusaciones de corrupción vertidas por EEUU y el Reino Unido, tras lo que él siempre vio una conspiración contra Rusia a través de la politización del deporte.

Putin se juega mucho en este envite, ya que Sochi fue su apuesta personal, un proyecto enmarcado en el programa de desarrollismo que se propone convertir a Rusia en unas de las cinco mayores potencias económicas del planeta.

Aficionado al judo y al esquí de montaña, el líder ruso cogió el testigo de la URSS y utilizó el deporte como herramienta de propaganda, instrumento para consolidar a la sociedad en torno al Kremlin y medio para devolver el orgullo a los rusos.

A fe que lo consiguió, ya que, además de los éxitos deportivos, Rusia recibió contra todo pronóstico el derecho de organizar la Copa Mundial de fútbol en 2018, cuando las otras opciones eran Inglaterra y la candidatura conjunta de España y Portugal.

El problema es que ganar a toda costa se convirtió en una divisa de doble filo, ya que algunos funcionarios, entrenadores y deportistas se lo tomaron al pie de la letra y recurrieron al dopaje para devolver a Rusia a lo más alto del podio.

Según analistas críticos con el Kremlin, Putin es el primer responsable, ya que, además de inculcar el amor por el deporte, debió promover el respeto a las reglas de juego y a los valores éticos que promueven los Juegos Olímpicos.

«No puedo decir que todo lo que dice es mentira, ni todo lo que dice es verdad», dijo hoy Vitali Mutkó, ministro de Deportes, sobre el informe McLaren.

En la misma línea, el presidente de la Federación Rusa de Atletismo (FRA), Dmitri Shliajtin, admitió hoy el encubrimiento de pruebas de dopaje con vistas a los Juegos de Pekín 2008 y Londres 2012.

Putin no puede negar la evidencia y en ningún momento lo ha intentado, pero no ceja en su legítimo empeño para que los deportistas limpios puedan representar a Rusia en los Juegos de Río, de lo contrario su ira será terrible para el movimiento olímpico.