La mallorquina Cata Coll celebra su victoria contra Inglaterra en la final del Mundial. | AMANDA PEROBELLI

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Catalina Thomas Coll Lluch (23/04/2001) pisó las antípodas casi de rebote. Después de más de un año en el ostracismo a causa una rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha, de reaparecer bajo los palos de la portería del Barcelona el pasado mes de marzo, Cata entró en la prelista de Jorge Vilda, que la conoce a la perfección de las categorías inferiores -con la sub-17 fue campeona del Mundo y de Europa en 2018- con el cartel de ‘tercera portera’ pegado en la taquilla. Pero ella no se desesperó. Con la renovación con su club ya firmada y su ingreso en la lista definitiva confirmado, Cata se puso los guantes para trabajar duro. Como siempre. A la sombra de Misa Rodríguez, la titular de la selección, la oportunidad le llegó en el partido de octavos ante Suiza.

«Eran las 5:30 de la madrugada en Mallorca pero daba igual. Llamé a mi padre nada más saberlo... ni él se lo esperaba». «¡Era titular! Lo vi y dije, ‘hostia’». De esta forma tan expresiva desveló Cata la llamada a su padre en el que fue el origen de todo. Desde entonces, la mallorquina no se ha movido de la portería. Fue titular en cuartos ante Países Bajos, en las semifinales frente a Suecia y ayer, en la gran final del Mundial.

La decisión de Jorge Vilda fue arriesgada. El seleccionador recibió muchos palos por cambiar a la portera titular en medio de un Mundial. Pero el técnico madrileño le entregó la responsabilidad a Cata Coll y la de Pòrtol le ha respondido. Con solo cuatro partidos como internacional -ante Suiza se estrenaba con la absoluta, curiosamente le marcó su compañera Laia Codina- Cata ya ha alzado una Copa del Mundo. Con su padre Fernando Coll y Pablo Roca, un hombre clave en su formación como portera, y su madre Antonia Lluch llorando de emoción en Portol rodeada de paisanos, la mallorquina ha recogido el fruto a tantos años de esfuerzo y dedicación.

La vida de Cata no se entiende sin una pelota de fútbol. «En Navidades lo teníamos muy claro porque ella siempre pedía un balón y una camiseta del Mallorca», recordaba su madre hace unos días. El portero israelí Dudu Aouate siempre fue su gran referente bajo los palos. Incluso dormía con una camiseta suya.

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El Sporting Sant Marçal fue su primer club. Empezó a jugar con cinco años y lo hizo como defensa central o mediocentro. Insistía que quería jugar de portera, pero sus entrenadores le decían que lo hacía muy bien como jugador de campo. Hasta los 14 años, la edad permitida, jugó con niños. Un buen día probó los guantes, con 11 años, y ya no abandonó la portería. Le gustó. Compitió en el CIDE, pasó después al Athletic Marratxí y a los 15 años el Collerense se fijó en ella y firmó convencida por la capitana Pili Espadas.

En el equipo de referencia del fútbol femenino balear, Cata comenzó a llamar la atención en Las Rozas. La marratxinera se convirtió en una habitual en las categorías inferiores de la selección española. Es la única futbolista del mundo que ha disputado tres finales mundialistas en tres categorías diferentes.

Con apenas 15 años se proclamó subcampeona de Europa con la sub-17 para conquistar el Mundial sub-18 de Uruguay ese mismo año con una actuación clave en la tanda de penaltis de semifinales. Recibió el Guante de Oro como la mejor portera del campeonato.

Pero no todo en la vida de Cata ha sido un camino de rosas. Con 14 años, ella y sus padres dieron un paso adelante para firmar por la Academia de porteros de Pablo Roca. «Ella estudiaba por la mañana y yo iba a buscarla a las 11 al Principes de España y entrenábamos en Can Valero. Y por la tarde entrenaba con su equipo», recordaba esta semana el técnico, que fue testigo directo de la gesta de su pupila.

Cata Coll sonríe ahora desde la cima del mundo. A buen seguro que recuerda aquella horas de recuperación en soledad. Y que aquel esfuerzo en silencio bien vale un Mundial.