Miguel Ángel Ruiz, capitán y presidente del Rotlet Molinar. | Pilar Pellicer

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En un mismo fin de semana y sin salir del campo del Molinar, se le puede ver animando en la grada durante un partido de los prebenjamines de su hijo, sobre el césped jugando un encuentro de Tercera División o en las oficinas manteniendo reuniones con representantes de las instituciones. Líder y capitán del Rotlet durante los últimos catorce años, Miguel Ángel Ruiz Carrillo es ahora también el presidente del club palmesano. Una situación muy poco habitual en categorías nacionales que, en su caso, también le permite cerrar el círculo como blanquinegro.

A sus 37 años, a Miguel Ángel no le queda casi nada por hacer bajo el escudo del Rotlet Molinar. «Este año me resultaría imposible, pero también he sido entrenador», recuerda al revisar todos los cables que le han mantenido unido al club de su vida, que los hay de todos los colores. Nació y creció muy cerca del campo del fútbol del barrio y las circunstancias le llevaron, hace solo unos meses, a dar un paso más. «No fue algo meditado, ni mucho menos», explica sobre su llegada a la presidencia. «Vinieron a verme unos cuantos coordinadores y directivos y me dijeron que era la persona ideal para asumir la presidencia y que a ver si podía hacerme cargo de ella», relata. Tampoco oculta que al principio le costó decidirse. «Yo ni me lo planteaba, la verdad. Lo primero que les dije es que quería seguir jugando con el equipo y que, aparte de eso, tengo mi trabajo, familia y dos hijos pequeños. Son demasiadas obligaciones y era imposible hacerlo sin ayuda. Ellos me dijeron que la tendría y acabé aceptando pese a saber el lío en el que me metía».

Con su nombramiento como presidente, Miguel Ángel seguía también los pasos de su padre, que hasta su fallecimiento hace casi seis años ejerció siempre como uno de los buques insignia del club, tal y como sigue recordando una de las placas que hay a modo de homenaje en sus instalaciones. Miguel Ángel, en cualquier caso, tiene claro que lo suyo es el balón. «La única condición que puse antes de dar el sí es que no quería intervenir en ninguna decisión que afectara al equipo de Tercera. Se lo dije también a mis compañeros de vestuario», cuenta. Acababan de ascender y quería seguir disfrutando del caramelo del fútbol. Ya veremos hasta cuándo.

Miguel Ángel, que había empezado a darle patadas en el balón en el mismo campo en el que ahora hace de todo, se estuvo formando después en la cantera del Cide hasta que, siendo juvenil, fichó por el Atlètic Baleares con el que jugó en División de Honor al costado de futbolistas como Xisco Jiménez. Esa misma temporada, Nico López le dio la alternativa en el primer equipo blanquiazul, con el que debutó en Tercera División y en la Copa Federación. Una vez fuera de la Vía de Cintura pasó también por la Penya Arrabal y el Pla de Na Tesa en Preferente, hasta que decidió emprender el camino de vuelta. Volvió al Molinar para reencontrarse con muchos de sus amigos y levantar a un equipo que por entonces estaba en Tercera Regional. Cinco temporadas después y sin hacer una sola escala en el camino, completaban un trayecto de ensueño y llegaban a Tercera División gracias a cuatro ascensos consecutivos. Desde que se ciñó el brazalete y volvió a vestir de blanquinegro, ya no ha vuelto a moverse. Hace solo unos meses, aún en Preferente y con la pandemia condicionando las competiciones, llegó a los 400 partidos con el primer equipo. Y ahora que es presidente no quiera que la cuenta se detenga.