El ex propietario del Mallorca, Vicenç Grande. | Michel's

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El Mallorca del postgrandismo celebra estos días su segundo aniversario. Hace exactamente veinticuatro meses, el club de Son Moix concretaba uno de los giros más decisivos de su historia reciente y empezaba a curar las heridas de una deficitaria gestión que le condujo hasta el borde del precipicio, a un colapso institucional y económico del que todavía tardará varios años en recuperarse. El 15 de enero de 2009, después de que el fango alcanzara todos los rincones de Son Moix, Vicenç Grande, autoproclamado más tarde como el dimoni cucarell, abrochaba su ciclo al frente de la sociedad anónima para devolverle la vara de mando a Mateu Alemany y confiarle su rescate. El abogado, que se había despedido de la presidencia en 2005, recuperaba el cargo y asumía el control de las acciones con el fin de liderar un proceso de transición que debía completarse en los meses siguientes. 731 días después, la entidad deportiva con más peso específico de Balears ha conseguido cambiar de aspecto, aunque sigue pagando la cuenta de todo aquello.

La 'era Grande', iniciada a mediados de 2003, no sólo estuvo marcada por los dispendios que afectaron seriamente a la estabilidad del Mallorca, sino que derivó en sus últimos meses en una serie de capítulos surrealistas que dejaron bajo mínimos su credibilidad. El más recordado de todos apunta a aquel famoso preacuerdo con el británico Paul Davidson para la venta del club, que marcó el principio del fin en la incursión deportiva de un empresario maniatado por las dificultades del Grup Drac, inmerso en el mayor concurso de acreedores de la historia del Archipiélago. A partir de ahí, todo se precipitó. Sobre todo, después de que la afición empezara a darle la espalda. Primero durante la presentación del equipo en el verano de 2008, en la que Grande, envuelto por el fuego de una performance que recreaba el infierno, fue castigado con dureza mientras recibía todo tipo de abucheos durante los cuarenta y cuatro segundos que duró su discurso.

En los meses posteriores, la situación fue degenerando para Grande y los suyos en un proceso al que contribuyeron también los malos resultados que cosechaba el equipo sobre el terreno de juego. Hasta que estalló definitivamente la tarde del 7 de diciembre de ese mismo año, coincidiendo con una visita a Palma del Recreativo. Los onubenses, con una victoria que dejaba al conjunto de Manzano contra las cuerdas, provocaron el estallido de una grada que despidió al dirigente con la mayor pañolada a la que ha asistido nunca Son Moix. Tras el encuentro, el constructor reunió con urgencia al consejo para trasladarle su intención de dimitir, aunque su condición de propietario le planteaba unos problemas de cara al relevo que ensuciaron aún más el escenario de la acción. Las descomposición era tal que el Mallorca precisaba una intervención quirúrgica.

Lo cierto es que Grande ya no volvió a presenciar ningún otro partido desde la zona noble como presidente. El 19 de diciembre oficializó su dimisión a través de una carta y Joaquín García, uno de sus más estrechos colaboradores, cogió el testigo de forma provisional. Eso sí, antes también hubo sitio para otra de las perlas de la época.

Concretamente, para el nombramiento fantasma de Joan Antoni Ramonell, quien tras disfrutar de unas horas de gloria fue vetado por los administradores concursales del Grup Drac. Otro esperpento.

Joaquín García, por su parte, tampoco disfrutó demasiado de la presidencia. Ocupó su localidad en Son Moix durante la visitas a la Isla de Sevilla y Real Madrid y le cedió el asiento a Alemany, que se estrenó el 18 de enero de 2009 después de asegurarse una opción de compra por los títulos de Grande que ejecutó el 30 de junio durante un acto escenficado en la Notaría Herrán-Delgado. Escoltado por su hijo Víctor, Joaquín García y Biel Caimari, con algunos kilos de menos y algunas canas de más, Grande subió al despacho para sellar el traspaso de poderes y expresar después su desacuerdo. «Siento que me han confiscado y expropiado el club. Parezco el dimoni cucarell, me echan la culpa hasta de la muerte de Manolete», argumentaba. El grandismo acababa de extinguirse.