El delantero del RCD Mallorca Emilio Nsue celebra su gol. | Efe

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F.C. Barcelona 1 - 1 Mallorca

Barcelona: Valdés, Alves, Piqué, Abidal, Milito (Jeffren, min.89), Mascherano, Iniesta, Keita (Thiago, min.66), Pedro (Nolito, min.77), Bojan y Messi.

Mallorca: Aouate; Ratinho, Crespí, Ramis, Kevin, Nsue, Martí, De Guzmán, Joao Victor; Castro (Pereira, min.70) y Cavenaghi (Webo, min.46).

Goles: 1-0: Messi, min.21. 1-1: Nsue, min.42.

Àrbitro: Undiano Mallenco (Colegio navarro). Mostró tarjeta amarilla a Kevin (min.13), Webó (min.52), Aouate (min.59), Castro (min.65), Ratinho (min.85) y Pereira (min.86).

Cansado de ser pisoteado cada vez que representaba una función como forastero, el Mallorca decidió ayer rebelarse. Y para hacerlo, escogió uno de esos escenarios en los que las gestas se amplifican de forma especial. El conjunto de Laudrup, que hasta ahora sólo había aireado miserias como visitante, bloqueó al Barcelona con una segunda parte de videoteca y abandonó el Camp Nou rebosante, con una sonrisa de oreja a oreja. Tras una primera mitad horrible en la que escapó con vida de un tiroteo indiscriminado, el grupo bermellón arrojó toda su rabia contra el campeón de Liga y fabricó un empate que le dará otra dimensión al vestuario. Ahora, sí (1-1).

Y eso que Laudrup sorprendió de salida con una alineación que incluía algún que otro guiño sorprendente e inesperado. El danés, que amontonaba sus bajas más sangrantes en la línea defensiva, se destapó dándole la alternativa a Crespí (no había disputado un solo minuto en Primera División) y componiendo una zaga radicalmente opuesta a la que presentó en la primera jornada ante el Madrid. Sin embargo, esos retoques en el sistema de seguridad no le concedieron ningún respiro al Mallorca. Más bien al contrario. El Barça, hambriento y conectadísimo desde el primer minuto, le sometió a una dictadura brutal desde que el balón se puso en su marcha y en apenas sesenta segundos de juego ya había dilapidado dos oportunidades para delimitar el terreno. No marcó, pero le metió el miedo entre los huesos a su invitado, que empezó a temblar sin remedio. Con un fútbol eléctrico e hipnotizante, el conjunto de Guardiola esparció toda la fantasía que almacena y comenzó a gustarse. En parte, porque el equipo balear, abducido, se lo permitió casi todo. El dominio culé era tan avasallador que el partido, al menos durante la primera media hora, se disputó íntegramente en la parcela isleña, sin la necesidad de que Valdés tuviera que intervenir en ningún momento. Nada de nada.

El monólogo barcelonista ganaba en intensidad a medida que se estiraba el cronómetro. El Mallorca, que confiaba en cruzar frontera aprovechando los espacios que le cedía el Barça para catapultarse a la contra, era como un patito de goma en una piscina de tiburones. Iniesta, Pedro, Messi, incluso Abidal, se comportaban como caníbales ante el desesperante pacifismo de los rojillos, inertes de la cabeza a los pies.

La tromba de fútbol que estaba calando al Mallorca alcanzó su punto máximo a los veinte minutos, después de que Alves prendiese la mecha y Pedrito asistiese a Messi con un taconazo de genio. El argentino, impasible, atrapó la bola y la mandó junto a la base del palo de derecho de Aouate con la sangre fría de un francotirador. La lata ya estaba abierta.
El gol no rebajó la brillante puesta en escena de Guardiola. Ni siquiera sirvió para desperezar al conjunto balear, pero sí que aplacó los ánimos de los jugadores locales, desbocados hasta ese momento. En cualquier caso, siguieron produciendo peligro en el área de Aouate y pudieron abrochar definitivamente el combate con un poco de puntería. Del Mallorca no había ni rastro, aunque cuando el partido estaba a punto de doblar la esquina se atrevió a rebasar la verja del centro del campo. Cavenaghi salió de la cueva y tras desplazar a la zaga azulgrana hasta una de las esquinas del cuadrilátero asistió a Castro, que puso a trabajar a Valdés con un tiro raso y cruzado. Córner. Era lo único que había elaborado el equipo hasta entonces, pero tenía un valor incalculable. Más que nada, porque en el saque de esquina posterior Nsue se elevó entre el bosque defensivo del Barça y mandó el balón a la red después de empujarlo con el moño y con el alma. Golazo y milagro (minuto 42).

El Mallorca pasó por el quirófano en el descanso y decidió poner a prueba al campeón. Webó sustituyó a Cavenaghi y el camerunés apagó el volumen del Camp Nou con un misil desde el círculo central que desembocó en otro córner que emanaba petróleo. Sin embargo, esta vez Nsue remató alto cuando mejor lo tenía y el Barça siguió respirando, eso sí, con más dificultades que antes. Por si fuera poco, un derechazo de Castro redondeó el mejor momento de los de Laudrup y al once azulgrana no le quedó más remedio que arremangarse.

A partir de ahí, el encuentro fue otro. El Mallorca empezó disparar sus balas y trató en todo momento de anestesiar el encuentro. Nunca llegó a conseguirlo de forma completa, aunque el Barça tampoco se recuperó del todo. Su rival defendía de manera muy diferente y era tremendamente descarado en sus respuestas. Podía marcar en cualquier instante, pero también estaba mucho más expuesto. El partido fue perdiendo gas y murió en terreno mallorquinista, aunque siempre con la sensación de que el Mallorca iba a facturar algún punto en el equipaje. Principalmente, porque se lo había merecido.