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Pocos símbolos representan mejor la impotencia de nuestra izquierda que la demolición frustrada del monolito de sa Feixina. Refleja a la perfección su mediocridad. Por varias razones: ser una memez inventada para entretenernos, como demuestra el que hoy ya no figure en su agenda, si es que tienen –reparen, de paso, en cómo las agendas surgen de la nada–; porque se imaginaban ser luchadores contra una dictadura horrenda, olvidando que Franco murió en la cama; porque era un tema capaz de crispar al mundo entero; porque todo se reducía a un bull-dozer arrasando unas piedras y también porque la derecha ya lo había interiorizado, pensando por qué no se había anticipado a la demolición. De modo que era un proyecto ideal para unir a la tropa en una misión inútil.

Con lo que no habían contado es que sa Feixina también demostraría su impotencia. Tenían el control de todas las instituciones, ocho años por delante, la habitual comprensión de los medios, los presupuestos públicos, la capacidad legislativa del Parlament y la confusión total de la derecha. Pues ni así: se armaron tal lío con los informes técnicos e históricos que acabaron embarrancados. No valen ni para revolucionarios de salón. No meten un penalty ni sin portero. Perderían una guerra sin enemigos.
Si yo fuera uno de los gobernantes actuales habría convertido sa Feixina en monumento a la incapacidad de la izquierda ante unas piedras inermes. Mabel Cabrer (y Carlos Jover) tiró el protegidísimo puente del tren en horas, y listo. Pero no habrá placa porque nunca podrían llegar a acordar un texto. Su incapacidad los equipara.

Observen qué está ocurriendo con una de sus promesas electorales estrella –estrella porque era casi la única–: el cierre del carril Bus Vao al aeropuerto. Ya me dirán qué clase de partido político es aquel del que se puede decir que esta bobada era uno de sus objetivos de futuro, pero eso es lo que uno recuerda del programilla al Consell. Estamos ya casi en el primer año en el poder y nada ha cambiado en la autopista del aeropuerto. Es el símbolo perfecto de su incompetencia. Ellos aducen que en su recorrido pidiendo permiso por todas las oficinas públicas de Baleares, Madrid y Bruselas encontraron un funcionario en una oscura dependencia de la capital que les dijo que tenía que pensárselo y aún no les contestó. ¿Por qué esperan? Porque son respetuosos, dirán.

Yo les explico cómo son mediante otra decisión que los retrata: la limitación de velocidad en la vía de cintura. El célebre Sevillano (Podemos, nombre ideado para camuflar que en realidad no podían) quiso convencer a los conductores que vivimos atascados en la vía de cintura de Palma de que había alguna diferencia entre tener la velocidad máxima a ochenta o a ciento veinte. Eso únicamente lo podría probar quien circule a las cuatro de la madrugada, porque durante el resto del día la diferencia es virtual. Sólo el Partido Popular, en su desesperada búsqueda de algo distinto, pudo pensar que devolvernos la velocidad a ciento veinte tenía importancia.

Llegado al poder, el Consell revirtió las cosas a la situación anterior. Pero el Partido Popular, para ser criticado sólo la mitad, subió la velocidad límite a cien. De tener un pacto con el PI, hubiera puesto noventa y cinco. Un escaño más y limitarían a ciento uno. Estulticia en su plenitud. Yo haría de sa Feixina un esplendoroso monumento a la incapacidad para gobernar. Y enumeraría los méritos históricos: Corea, Son Banya, el edificio de Gesa, Son Dureta, la prisión antigua o la plaza Mayor, que siguen abandonados, la plaza de España o el parque de las Estaciones, aún peor; el tren a Artà, de quita y pon; el tranvía inexistente; el metro sin pasajeros que extendemos para ampliar el vacío; el baratillo de las Avenidas, erradicado sin causa; la increíble ordenación del tráfico en la plaza de las Columnas –o en el Borne–; cómo el aparcamiento en llegadas del aeropuerto nos supera; la estacionalidad turística, objetivo eterno; el puente de Es Riuet; el segundo cinturón de Palma, virtual; la reforma emblemática e invisible de Playa de Palma; Son Busquets o incluso la hiperrealista celebración de Saint George de Calvià.

Sa Feixina podría recordarnos también la imposibilidad absoluta de que aborden algo complejo como la saturación turística, el bloqueo de la administración pública, el precio de la vivienda, las listas de espera en la sanidad, los salarios miserables, la calidad de la enseñanza, las políticas migratorias, la insularidad o el precio de los billetes de avión en fechas punta. Sí, creo que en esto sí se podrían poner de acuerdo y dar un sentido a sa Feixina.