Internado en un sanatorio en 1892, Guy de Maupassant murió al año siguiente en un estado de grave desequilibrio mental, condición que le atormentó durante la última década de su vida.

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Leemos la historia de un advenedizo que gracias a tretas amorosas se encumbró a la fortuna y el poder: «Y como el primer plato aún no llegaba, de vez en cuando bebían sorbitos de champaña y masticaban cortezas arrancadas a los panecillos servidos. Los pensamientos amorosos penetraban en ellos lenta y suavemente para embriagarles el alma al igual que el vino claro caía gota a gota en sus gargantas para caldearles la sangre y tumbarles el alma. Les trajeron las costillas de cordero, tiernas y pequeñas, presentadas sobre un tupido lecho de menudas puntas de espárragos… Todos se pusieron a comer despacito, saboreando la fina carne y la legumbre mantecosa como crema… Luego habían servido un asado de perdices adornadas con codorniz, después guisantes, una tarrina de foie-gras acompañada de una ensalada de hojas de escarola que con su verdor llenaba una gran ensaladera en forma de jofaina. Forestier y la señora de Marelle comían de todo sin saborear nada y sin darse cuenta de lo que tenían delante, preocupados, únicamente, por lo que decían sumergidos en sus pensamientos amorosos… Llegó el postre y después el café. Y los licores aún turbaron y caldearon más los ánimos ya excitados…».

Este texto pertenece a la novela Bel-Ami, de Guy de Maupassant (Château de Miromesnil;Tourville-sur-Arques, Normandía, 1850-París, 1893), gran narrador, cuyas dotes le consagraron como uno de los principales exponentes del naturalismo. Internado en un sanatorio en 1892, murió al año siguiente en un estado de grave desequilibrio mental, condición que le atormentó durante la última década de su vida. Su obra nos ofrece un cuadro amargo y despiadado de la pequeña burguesía de la época.

En primer lugar cocemos un manojo de espárragos verdes en agua abundante con sal y dejando todas las yemas del mismo lado para que al sacarlos no se rompan. Luego, en un cazo ponemos a derretir sesenta gramos de mantequilla, añadiéndole después una cucharada de zumo de limón, otra de pepitas de sésamo y una tercera de zumo de naranja. Con fuego muy suave, se calienta, y mezclamos bien estos ingredientes. Ponemos los espárragos en una fuente de servir con la salsa por encima. Y a su vez, una docena de costillas asadas en una plancha de hierro bien caliente aliñadas con un poco de canela, una pizca de azafrán, sal y pimienta.