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El Xiezhi es un animal mitológico chino, conocido desde tiempos de la dinastía Han, con cuerpo musculoso de león cubierto de escamas y un cuerno en la frente. Su cualidad fundamental es que está capacitado para inferir y diferenciar el bien del mal, como si lo oliese, y actuar en consecuencia. En Japón se llama Kaichi, y en Corea, donde tiene estatuas de la dinastía Joseon y es el símbolo de Seúl, Haetae. En cualquier caso, según los antiguos eruditos chinos (el problema de bien y el mal es antiquísimo), se trata de una bestia justa, pasivo agresiva, que ataca a la parte equivocada cuando escucha un argumento, y soluciona las disputas destrozando al culpable. Con los virtuosos es manso como un cordero, y además de colaborar con los fiscales, durante las dinastías Ming y Qing había grabados del Xiezhi en los tribunales de justicia y las mazas de los jueces. Actualmente, el famoso escritor chino Dai Sijie, autor de Balzac y la joven costurera china, menciona un Xiezhi auténtico en su hilarante novela La cabriola de Confucio, porque si hay algo que nos angustia desde la misma prehistoria, es cómo distinguir el bien del mal. Lo hemos intentado todo, en vano; nos hace falta un Xiezhi, o un Haetae. Varios a poder ser. Sobre todo en España, porque el debate público, político, se ha vuelto casi imposible debido a que ya sólo se habla del bien y el mal, como hace tres mil años, y en tales términos absolutos (a un lado los virtuosos, a otro los malvados, que es en lo que consiste la polarización), no hay nada que debatir. Salvo que intervenga esa legendaria bestia justa, capaz de barruntar instintivamente quién es el bueno y quién el malo. Y actuar en consecuencia. Lo de toda la vida, en fin. En cuyo caso conviene recordar que el Xiezhi no se parece a esa mujer semidesnuda, con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra, que simboliza la justicia. Es un animal sabio, pero salvaje, que tras ensartar al malo con su cuerno, lo despedaza en cuestión de segundos. Ambas son criaturas mitológicas, brotadas del irresoluble problema del bien y del mal, pero ahí se acaba el parecido. ¿Y no podríamos debatir algo en otros términos? No, parece que no.