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El otro día me enteré por la radio de que en los próximos Juegos Olímpicos tenemos posibilidades de medalla en la competición de cama elástica. Lo que soy yo, pienso alegrarme como el que más si esas posibilidades se confirman y finalmente subimos al podio en París -ahora mismo firmo el bronce-, pero ya me dirán si no es mala suerte. Por una vez que encontramos un deporte (que lo llamen trampolín no cambia que sea la cama elástica de toda la vida) en el que de verdad tiene sentido eso tan manido del «sal y diviértete» con que los técnicos aleccionan a sus pupilos, resulta que al nuestro no nos va a quedar más remedio que meterle presión. Con todo, y así las cosas, ya solo espero que no me pille desprevenido ese momento del directo en que nuestros espabilados periodistas radiofónicos corren teléfono en mano para ver quién es el primero -aquí sí que solo vale el oro- en poner en directo al flamante medallista con su emocionada madre. Que las madres van a ser de nuevo las grandes protagonistas en París 2024 a poco que los españoles empecemos a destacar en el medallero viene a confirmar ese espíritu un tanto adolescente que de un tiempo a esta parte se ha ido adueñando de los Juegos Olímpicos entre el break dance, el monopatín y la cama elástica, y que ha conseguido que nos acostumbremos a que a los deportistas se les pregunte por sus medallas con el mismo tono con el que nos interesaríamos por sus notas.