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Cuando llegaba el otoño, Menorca celebraba su Fira del llibre en català. Este año iban a llegar a su edición número dieciocho, la mayoría de edad para un proyecto que tuvo, desde sus inicios, un éxito considerable. El otoño está lleno de novedades literarias, recién salidas del horno para que las disfrutemos en sus noches largas. Libros que los menorquines descubrían con ilusión y que, a menudo, les daban ideas para sus regalos navideños. Regalar libros siempre es una magnífica idea.

Este año un sinsentido ha alterado el ritmo de la Fira. El conseller d’Educació i Cultura del Consell de Menorca, Joan Pons, ha decidido transformar la Fira desvirtuándola.

Hay una máxima sencilla y sabia que dice: «Si algo funciona bien, no lo toques». Sin embargo todo lo que hace referencia al catalán provoca reacciones innecesarias. Vivimos una auténtica cruzada contra nuestra lengua. Llámenla catalán, mallorquín, menorquín o solleric, si les viene en gana, pero no la destruyan porque, con tanta tontería, van a hacer que desaparezca.

Joan Pons decidió que se haría una nueva Feria del libro en Menorca. Entonces se sacó de la manga un invento absurdo: la feria solo podía ser de libros de autores menorquines, que escriban tanto en catalán como en castellano. ¿De qué vamos, señores? Para empezar esta decisión implica que los libros de autores mallorquines, ibicencos o catalanes no tendrían cabida en los estantes de la Fira. Yo soy una autora nacida en Mallorca, por ejemplo, o sea que mis libros no tendrían derecho a llegar a los menorquines. Por otra parte, pronto quedó claro que no hay tantos autores menorquines como para hacer una Feria solo con sus obras. Los libreros hicieron un manifiesto negándose a participar en tamaño disparate. Los maestros se indignaron. Y los menorquines de bien debieron de sentirse profundamente estafados. Me cuesta entender el odio contra una lengua. Quizá sea porque creo firmemente que todos los idiomas son tesoros magníficos que debemos cuidar.