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España es un país instalado en la parálisis. Mientras millones de españoles huyen hacia las vacaciones, patentemente hartos de la política y de quienes la hacen, algunos teléfonos negociadores han empezado a echar humo. Y un análisis demorado de lo que escriben y dicen unos y otros muestra que existe una cierta resignación ante la probabilidad, más que posibilidad, de que Pedro Sánchez logre reunir los suficientes apoyos en la Cámara Baja para recibir del Rey el encargo de formar Gobierno. Y eso que al menos tres de los que darán esa mayoría al Rey no acudirán, previsiblemente, a la ronda de consultas en La Zarzuela.

De momento, todo es como provisional, ya digo. Un Gobierno hace tiempo desfasado y con urgente renovación de ministerios, porque hace tiempo que ministros no se hablan con ministros. Una oposición obviamente desconcertada, en la que sus dos principales integrantes se muestran como socios a palos. Sumar, reconociendo ‘dificultades internas’, palpables en la reacción de Ione Belarra tras la noche electoral: con Podemos el resultado antes fue mejor, dicen los defenestrados ‘podemitas’..

Bueno, aquí silenciosos están todos. Tras la noche tremenda del 23-J ni Pedro Sánchez , ni Feijóo, ni la habitualmente activa Yolanda Díaz, ni el mismísimo Abascal, han abierto la boca para ilustrarnos acerca de lo que piensan hacer de cara a la investidura y al futuro. Claro que estos son tiempos en los que importa mucho más lo que digan el peneuvista Ortúzar, o el lejano Puigdemont, que lo que nos puedan comunicar en una entrevista al uso el inquilino de La Moncloa o el de la calle Génova. A los periodistas nos agobian políticos de segunda fila con manifestaciones al oído. Cuando llaman, les digo que el surrealismo es difícil de explicar; hay que vivirlo y sufrirlo.. Nunca más vigente aquella frase que un día me deslumbró, pronunciada por Pío Cabanillas (padre): «desengáñate, Fernando», me dijo, «ahora lo urgente es esperar».