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Este es el título de una película (2022) y también de una intentona golpista, pero la información es incierta, aunque a petición de mis lectores adelantaré algunas claves. La PMC (Private Military Company) Wagner, liderada por Yevgeny Prigozhin, ha jugado un papel creciente en zonas de todo el mundo, donde a Rusia no le interesaba aparecer como parte, incluyendo Iberoamérica o África y allí en concreto, Sudán, la República Centroafricana, o Mali, donde sus servicios son generosamente pagados en oro. Tras la invasión de Ucrania, Wagner inició allí operaciones militares, pero con muchas bajas y poco beneficio económico. Prigozhin empezó entonces a despotricar contra las élites del poder, acusándoles de embarcarse en una guerra por razones económicas, de mentir al pueblo ruso y de ineficacia del ejercito regular. Disparó su artillería dialéctica contra el ministro de Defensa Shoigú, un ingeniero civil, con escaso carisma y apoyo popular y sin experiencia en combate, y contra su jefe de Estado Mayor general Gerasimov. Putin cuenta además con otros seguidores incondicionales como Bortnikov (FSB), o Naryshkin (SVR). Mientras, Prigozhin coqueteaba con los halcones de línea dura, que ven blando a Putin, frente a unos países occidentales que se saltaban todas las líneas rojas, promoviendo una tercera guerra mundial ‘proxy’, como Medvédev, Patrushev, o el general de ejército Surovikin, miembro de honor de Wagner y militar de enorme prestigio. La crisis estalló cuando el ministro Shoigú exigió que los grupos paramilitares firmasen un contrato por el que se comprometían a estar subordinados a su ministerio. Para Prigozhin ya no era cuestión de escasas ganancias, era simplemente perder su negocio. Aduciendo un ataque (real o inventado por parte del ejército) se amotinó y avanzó hacia Moscú. Probablemente un núcleo importante de las fuerzas armadas recibió la orden de no intervenir. Putin huyó de Moscú, y no confiando en el ejército, intentó retrasar el avance con órdenes a los gobernadores, para bloquear la ruta con camiones de basura, y zanjas hechas con recursos municipales, junto a algunos efectivos militares aéreos. En un determinado momento el avance se paró, y la gran pregunta es por qué. Surovikin compareció en TV –curiosamente de uniforme, pero sin sus divisas de general– para pedir el cese del motín, por razones nada claras. Luego el Moscú Times declaró que estaba detenido, cosa que ni se ha afirmado ni negado oficialmente, aunque su hija lo ha desmentido. El futuro de Prigozhin es incierto, a pesar del perdón que Putin le ha otorgado. Surovikin y el resto de los halcones es probable que se salven, tras un tirón de orejas. El director de la CIA William Burns estaba en Ucrania el día anterior al motín. ¿Tuvo algún papel? En todo caso Occidente lo aprovecha para desacreditar a Putin insistiendo en su debilidad, pese a seguir contando con mucho apoyo popular. Sobre la debilidad de Macron, silencio. La película de Wagner todavía no ha colgado el cartel de ‘fin’. Lo que sí está claro es que la influencia de Rusia en países como Mali va a seguir, y tendrá ‘asesores’ en África bajo un nombre u otro.