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El año nuevo de verdad será 2024 porque empieza en lunes. Primer día de la semana y primero del año. 2023, sin embargo, llega en domingo y enganchado (o aprisionado, aunque a punto de escapar) a la última semana de 2022. Le costará desprenderse de esa losa, de esa    roca de Sisifo. Lo mejor para evitarse líos y sustos (todavía queda una semana, como quien dice) sería esperar al 2 de enero para dar por empezado el año que asoma y que cada cual se montara su propio concierto de Año Nuevo. Dándole una mirada a la última hoja del calendario de la pared (o echándole un vistazo, que es como se decía en los doblajes de las películas hace algún tiempo) se entienden muchas cosas y se intuyen otras. Es muy posible, al menos hasta mayo (luego habrá que explicar lo de mayo) que el tiempo que viene sea como ese tramo de pista que utilizas para ir parando poco a poco después de llegar a la meta. O como ese tiempo que añades para ir completando asuntos pendientes. O como esa    última mirada a una habitación antes de salir. El 2022 ya nació enganchado a la última semana del anterior y todos los que vinieron luego    fueron dependientes. Basta recordar qué paso en 2020, el del coronavirus. 2023 tendrá que dedicar parte de su tiempo a ajustar cuentas con el pasado y es posible que eso contagie también a la gente. Por lo pronto, en nada llegará febrero y hará un año de la invasión de Ucrania. Mayo es el único mes de 2023 que empieza como toca: en 1 y en lunes. Lo ideal (pero eso ya es pedir muchas peras al olmo) sería que terminara en domingo, aunque eso le obligara a hacerse pasar por febrero. Los meses de febrero sí son, a veces, año dentro del año (cuando empiezan en lunes y acaban en domingo y sus semanas son perfectas). De cosas así te enteras mirando las hojas del calendario en estas fechas. Y el domingo 28 de mayo habrá elecciones. Por cierto.