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La entrevista mantenida ayer en la Casa Blanca entre el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, escenificó el nuevo clima de relaciones entre ambos países tras más de cinco años de manifiesta frialdad, los correspondientes al último mandato del George Bush tras las precipitada salida de nuestras tropas de Irak. El encuentro en el Despacho Oval estuvo plagado de gestos de complicidad entre ambos mandatarios, pero fueron escasos los acuerdos concretos sobre los grandes temas que estaban sobre la mesa: la crisis económica, la acogida de presos procedentes de la cárcel de Guantánamo, el incremento de efectivos militares españoles en Afganistán y la estrategia en Oriente Medio.

La sintonía entre Obama y Rodríguez Zapatero fue más que evidente al término de la reunión, aspecto que no resulta en absoluto irrelevante por cuanto significa normalizar las relaciones entre dos países, Estados Unidos y España, que son aliados en los principales foros internacionales, tanto diplomáticos como militares. Por tanto, el saludo de ayer de los dos presidentes reabre la vía del diálogo franco y directo sobre las cuestiones de interés común, un clima que jamás se tendría que haber roto.

Recuperada la confianza mutua, un paso previo e imprescindible, resulta exigible que España sea capaz de hacer prevalecer sus criterios propios frente a Estados Unidos en la defensa de sus intereses. De la visita a la Casa Blanca debe quedar algo más que una foto amable entre Obama y Rodríguez Zapatero. La crisis económica sigue, es una incógnita el número de presos de Guantánamo que acogerá España y si nuestro Ejército debe seguir en Afganistán.