Obra de Anckermann.

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Estamos a finales de junio de 1399. Dom Bonifaci Ferrer, procurador de la cartuja de Porta Coeli, cerca de Sagunto, solicita la presencia de su compañero cartujano Pere Despujol: «Debemos romper la regla del silencio porque tenemos importantes noticies para comentar; mirad lo que dice el rey Martín, según el Real Decreto, firmado en Zaragoza el 20 de junio de 1399: «Nos por reverencia de Dios y por gran devoción que hemos a la orden de Cartuxa hemos dado el palacio o nuestra casa de Valldemossa para hacer y construir ahí un monasterio... Rex Martinus».

Recuerde que nuestro Padre General, desde la Grande Chartreuse envió el año pasado a dos monjes de la casa madre para realizar la inspección de aquel palacio abandonado. El proceso salió adelante y el rey nos dio el Palau por escritura pública ante el notario y secretario real Guillem Pons el 15 de junio de este año... Debe partir inmediatamente, con el hermano converso (fraile lego) Vicent y con el novicio Bruno.... cuando nos informe de que todo va bien, os enviaré a cuatro padres más y algunos legos». «Ah, muy buena noticia, Padre Bonifacio. Muy bien, así lo haremos».

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En 15 días se preparó la expedición naviera que, vía puerto de Valencia, llegó a Mallorca. El joven novicio, después de una buena travesía que no le liberó de la mareada del neófito en temas marineros, se sorprende, admirado ante el perfil de la Ciudad de Mallorca nacido del mar y recortado en el cielo; el padre Despujol, erudito y conocedor de la historia, recuerda la frase histórica: «Oh, jovencito... ya lo dijo el rey Jaime: E vérem. Mallorques, e semblá'ns la plus bella vila que mai haguéssem vista, jo ni aquells qui amb nós eren». «Buena frase, maestro». «Y ahora, apresurémonos, que no tenemos tiempo para diversiones... debemos subir a una villa de montaña, donde hay un antiguo palacio real que, si Dios quiere, podremos ocupar». Se gira hacia el discreto y laborioso hermano lego: «Fray Vicent, tenéis que alquilar un arriero y dos mulas para subir a Valldemossa, que estos fardos que llevamos pesan mucho». «Así lo haremos, Padre Despujol».

Inmediatamente, la expedición sube lentamente, primero por camino de carro y después por camino de herradura, serpenteando junto al torrente. «Padre, esto no es un camino, es un torrente, suerte que estamos en verano y no corre el agua». «Así es, novicio Bruno, recuerda que los caminos del Señor son « carreres llongues, perilloses, poblades de consideracions, de sospirs e de plors, e il·luminades d'amors», como dijo aquí mismo el sabio Ramon Llull hace ciento veinte años, cuando recorría el camino para ir a Miramar». He aquí el pueblecito, a la derecha y, a la izquierda y un poco más arriba, el palacio abandonado. «Pero, Padre, ¿cómo puede haber quedado tan maltrecha esta joya de la montaña?». «Oh, hijo mío, desapareció la Corona Mallorquina hace cincuenta años y ahora nadie viene por aquí... ni los reyes de las rondalles. Asimismo, veo que los jurados de la ciudad y del Reino de Mallorca y también los de Valldemossa nos han preparado las estancias correspondientes que servirán de núcleo de la nueva fundación... Avisaremos a Dom Bonifaci de que todo es correcto, a pesar del trabajo que tenemos pendiente, para que nos envíe a los padres y hermanos que faltan para consolidar esta nuestra nueva casa... Ah... tenemos nombre para ponerle: Real Cartuja de Jesús Nazareno de Valldemossa... También debemos confirmar las rentas y tierras que nos han concedido, para poder sobrevivir... pero eso será mañana; ahora nos hemos ganado un buen descanso».