Sopa de letras
Mazo de la roche, Mary Wakerfield y un paté de higadillos de pollo al oporto
Compartir la buena comida a manteles con amigos y familiares es uno de los placeres de la vida
En el comedor, el grupo de invitados se apresuraba a ponerse alrededor de la mesa donde las bujías de cera plantadas en el inmenso plantel lanzaban su luz sobre ramos de rosas blancas y rojas, así como un reflejo dorado sobre el brillante mantel de Damasco. Había patés de pollo calientes, lengua guisada fría, huevos fritos, ciruelas cortadas en rodajas dentro de una crema fresca, otras ciruelas en aguardiente, helados hechos por Elisa en una sorbetera... Había también café, vino blanco, pastelitos forrados con nuez de coco, macarrones dulces con almendras y pequeños bizcochos secos al aguardiente. Era Adelina la que había dado las instrucciones para aquella cena. Se la veía disfrutando de aquella presencia, a su alrededor, después de haber estado ausente, de sus jóvenes y viejos amigos. Gozaba de buena comida, comía con buen apetito, confiando en que ningún trastorno digestivo vendría a continuación. Estaba satisfecha de sus hijos. Nicolás, desembarazado de su mujer extravagante, se veía feliz y entretenido. Ernesto ganaba tanto dinero que no sabía que hacer con él. En cuanto a Felipe, parecía haber olvidado su gobernanta y conversaba agradablemente con la señorita Craig…»
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