Esta semana que viene podremos asistir a las típicas procesiones religiosas que conmemoran las fechas de la Pasión de Cristo. Durante sus desfiles puede que nos obsequien con un energético y rotundo confit de caperutxa. Ahora son cuestionados por las habituales razones dietéticas y de higiene dentaria, pero aún no hace muchos años seguían siendo un obsequio esperado, deseado y muy apreciado por sus receptores.
Su presencia y consumo en las procesiones deriva de las colaciones con las cuales las cofradías obsequiaban a sus penitentes antes de iniciar las largas y despaciosas procesiones de antaño y a veces de hogaño. Las colaciones o collatio vespertinas eran una de las comidas a las cuales tenían opción quienes debían guardar ayuno y abstinencia rigurosos en fechas de tanta severidad penitencial como las de Semana Santa. El ayuno eclesiástico prescribía hacer una sola comida al día, si bien estaba permitido «un ligero desayuno y una frugal colación». Los confites podían formar parte de esta última, ya que no contravenían la estricta abstinencia de carnes y sus derivados.
Si las autoridades de entonces, religiosas y civiles, hubieran sabido que tales dulces, consumidos por feligresía y súbditos con tanto afán como fervor, eran en realidad una creación musulmana, tal vez habrían adoptado una postura de rechazo mucho más radical. Se gestan al amparo de los califas abasidas, quienes además de disponer de una fábrica de azúcar habían propiciado la traducción de la literatura científica grecolatina. Entre los tratados farmacopeicos traducidos, se incluían los de composiciones medicamentosas llamados Grabadins o Aqqrabadins, en cuyas páginas figuraban los ma’agin y los murrabayat hechos con frutas confitadas, mediante su cocción repetida en miel o azúcar.
‘Confits’, en sus colores de siempre.
La afición por tales preparados en nuestra isla desde los primeros momentos de su incorporación a la cultura cristiana, la constatan su mención en el Llibre de Evast i Blanquerna (c. 1283-1285) o las Ordinacions (1300) de Jaime II de Mallorca. Su consumo en estas fechas cuaresmales lo atestigua el comentario de cierto cocinero enrolado en febrero de 1385 en una nave fletada por los Jurats de Palma. Al aprovisionarla adquirió, «una partida de batalafúa (anís) per ço com erem Corema e havia master confits». Su uso se extendió a todas las capas de la sociedad y la Cuaresma siguió siendo un tiempo proclive al consumo de confites.
En tales fechas del siglo XVI, los apotecaris locales los exhibían en unas elegantes copas pintadas, estratégicamente situadas en la puerta de sus tiendas. El inventario de Gabriel Santiscle, apotecari mallorquín, residente en la calle de Sant Jaume, realizado en 1537, señala entre los objetos presentes en su oficina farmacéutica sis copas de terra de treure confitures a la porta en coresma pintades. De ahí a que los penitentes se llevaran parte de la colación bajo las vestas, distribuyéndola a lo largo del itinerario procesional a sus conocidos, no hay más que un paso. Por lo que podemos apreciar actualmente, alguien debió darlo.
1 comentario
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
Ya va siendo hora de recuperar las tradiciones, hasta las narices de conejitos y huevos de Pascua.