Estando en el mar cocinaba sobre un hornillo de petróleo en una esquina de la cámara de tripulantes. Este hornillo estaba suspendido del techo, de manera que las cacerolas quedaban horizontales en cualquier la posición de la nave. En la práctica la freidora o la cazuela caían del pequeño fogón, inundando mis piernas desnudas de aceite hirviendo. En tiempo tempestuoso era, por lo tanto, muy difícil cocinar. Lo mismo de difícil que el borde de un vaso llegase a los labios, y no pocas veces aquellos pedazos de buey caían por el suelo; y en el barco era todo tan estrecho que un marino apenas podía volverse sobre sí mismo, y era difícil moverse sin darse con las paredes de la embarcación…»
Alain Gerbault, Cocinar en un barco y una lengua de buey a la gelatina
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