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Bastian Contrari significa en italiano a contracorriente, el nombre elegido por la familia propietaria para personalizar esta casa de comidas situada en una de las partes más tranquilas del tan de moda barrio de Santa Catalina, en un esquinazo de Villalonga y Cotoner. Enea, Ilaria y su hijo Nico han montado esta trattoria en la que el valor añadido es una buena cocina familiar y un servicio próximo con la máxima atención y conocimiento. La propia Ilaria nos trajo de aperitivo unas olivas trencades y una crujiente focaccia que acababa de sacar del horno. Aquí ofrecen una comida honesta, de excelente calidad tanto en sus pastas frescas y en sus interesantes salsas, como en las carnes y pescados en los que también muestran sus habilidades.

Esta familia ha tenido restaurante en la Costa Azul francesa y en la Costa de la Calma mallorquina, hasta apostar en abril de 2020 por la capital palmesana. Su mezcla romana y genovesa deja su impronta en muchas de sus creaciones, empezando por las pinsas, esa nueva aportación romagnola que se distingue de las tradicionales pizzas en que son ovaladas y utilizan harina de soja y arroz además de trigo, con una fermentación más larga. Son finas, crujientes y sabrosas, y aquí las preparan magníficamente.

Lo que realmente me encantó fue el espléndido pesto, lleno de intensidad, que acompañaba unos tiernísimos testaroli, una de las variedades de pasta más antiguas, originaria de la cocina etrusca, que elaboran sobre una superficie plana de hierro como si fuera una crepe. Enea lo corta en trocitos cuadrados de un grosor suficiente para ligar bien con la salsa de pecorino, parmesano, albahaca, piñones, aceite de oliva y ajo (15€). Compartimos también unos papardelle no excesivamente al dente, con salsa de diferentes setas (14€), una recomendación que resultó ser una explosión de sabores. Dejamos para una próxima ocasión los garganelli con ragú de cordero y alcachofas, también recomendados, que por lo que vimos tenían un aspecto de lo más suculento (16,5€), igual que la fregola sarda con almejas y calamares (16€).

La tagliata de ternera que compartimos, muy tierna y poco hecha, con su último punto sobre la piedra en la que lo sirvieron, tenía una rotunda intensidad gracias al rehogado de puerros, gorgonzola y rúcula. Magnífica de sabor. Importante dejar un hueco para los postres, otro de los pluses de esta trattoria. Tras dudar, porque la oferta era atractiva –panacotta, cannoli sicilianos–, optamos por una mousse de café con crumble de chocolate, suave sin empalagar, y –cortesía de la casa– un magnífico bonet piamontés, delicado pastel de chocolate de bella presentación, coronado por tiras de naranja confitada y una galleta que parece un bonete, y de ahí el nombre. Espléndido.

La carta de vinos es eclécticaprioratos, penedés, unos pocos mallorquines–, y mayoría de italianos, con algunos Sassicaia (Tenuta San Guido) o Barolo de Frescobaldi de alto precio. Nosotros tomamos un ligero Ripaso de Valpolicella, fácil de beber y de factura más razonable (26€).
Acogedora trattoria de auténtica comida italiana, con un magnífico servicio y con un lema que define perfectamente su filosofía: ‘Sin amor y pasión, no hay cocina ni buena vida’.