Javier Martorell, treinta años de ferviente memorabilia. | Jaume Morey

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A orillas de los ‘90, antes de los restaurantes de pitiminí, de los cocineros estrella y de los talent shows gastronómicos, Andy Valente (Glasgow, 1937) ya escribía sobre alquimia culinaria en esta casa, tendiendo los primeros puentes entre tradición y modernidad con su peculiar narrativa. Flemático e imperturbable, como buen británico, apenas contiene su sorpresa ante la vertiginosa evolución que ha experimentado la cocina en estos años. Ya no figura en primera línea del periodismo gastronómico, pero mantiene una columna en la que alimenta su indistinguible sello narrativo, todo un manantial de sabiduría culinaria en la que abrevaron lectores como Javier Martorell, quien durante treinta años ha coleccionado y conservado como oro en paño los recortes publicados por Valente en las páginas de Ultima Hora.

¿En que año empieza a coleccionar los artículos de Valente?
–En 1992, de casualidad, me gusta la gastronomía y un día leí un artículo suyo y me enganchó. A partir de ahí fui coleccionándolos.

¿Qué le hizo conectar con esos artículos?
–Me atrajo su forma de buscar restaurantes buenos a precios asequibles y también su forma de comunicarse, habla claro y de forma honesta, no tiene problemas en denunciar si uno es caro o los platos no están bien cocinados.

¿Llegó a establecer un vínculo emocional con esos artículos?
–Sí, evidentemente. Además pude conocer a Andy y me pareció una persona muy interesante.

¿Qué impresión le causó?
–Coincidimos en el restaurante La cazuela y nos cambiamos los correos electrónicos. De vez en cuando nos enviábamos mails, y una vez quedamos para tomar un café. Fue cuando me dí cuenta de que es un gran conocedor de la cocina italiana, aunque hablamos de muchas cosas además de cocina. Me dejó una impresión muy grata.

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Imagino que le descubriría no pocos restaurantes, ¿alguno al que le tenga un aprecio especial?
–Descubrí muchos. El que más me ha cautivado es uno que ya no existe: Es Mercat, en Santa Catalina. Tenían una calidad y un buen hacer brutal.

¿Protege de alguna forma los recortes?
–Cada artículo está metido en un plástico, y los guardo todos en una carpeta archivadora. Los más antiguos fui a buscarlos a la biblioteca, los tuve que fotocopiar.

¿Esos artículos le ayudaron a entender mejor la cocina, a ampliar horizontes y descubrir otras gastronomías?
–Sí, claro, él me hizo saber apreciar y diferenciar los distintos tipos de cocina de un mismo país, como en el caso de Italia.

Al leer a otros críticos gastronómicos, después de treinta años fiel al ‘estilo Valente’, ¿siente que han cambiado sus expectativas?
–Siempre me he dejado llevar más por su crítica que por la que se hace en otros diarios de la Isla, la forma de escribir de Andy me engancha más.

Para muchos, la denominada alta cocina es sinónimo de clasismo. En ese sentido, ¿cree que Andy contribuyó a eliminar las barreras elitistas en la cocina?
–Sí, evidentemente. En otras épocas se podía comer en buenos restaurantes a mejor precio que ahora. Hay que culpar al aumento de precios propiciado por el turismo y al cambio de moneda, porque no es lo mismo lo que puede pagar un español que un escandinavo.