La paella, que valía un 10, lista para servir. El arroz estaba en su puntísimo, ligeramente húmedo, y repleto de sabores ricos. | Andrés Valente

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Hasta bien entrado en el boom turístico de los 60 y 70, comer una ensaimada o una empanada mientras uno iba andando por calle Jaime II estaba considerado bastante cutre, y casi nadie lo hacía. Pero muchas veces, algunas personas entraban en una pastelería, pedían unos pasteles o bollos y los comían de pie ahí mismo, lo más lejos del mostrador posible, para no molestar a los clientes que estaban comprando pasteles para llevar. Pero con la llegada del turismo de masas, los modales isleños (sobre todo entre los jóvenes) empezaron a cambiar y ya se ve a gente comiendo de todo por la calle, incluyendo La Rambla y el Born. La recesión de 2008 fue una paliza para todo el mundo y muchos negocios tuvieron que buscar nuevas fuentes de ingresos. Eso fue cuando las pastelerías con espacio de sobra empezaron a poner espressos italianos, mesas y sillas, y a servir cafés, sándwiches y pasteles durante todo el día. Fue un éxito tan redondo que algunas pastelerías llegaron a funcionar como cafeterías.

Sebastián Lliteras, panadero y pastelero de mucho calado y con un local y obrador en calle Juan Crespí, abrió Blat Madur en la avenida Argentina, 18, que está regentado ahora por su hijo, Miquel. En un momento dado, Miquel llevó la cafetería a dar un paso más allá y apostó por servir platos del día con una gran oferta de recetas mallorquinas para llevar. Los ocho o nueve platos del día en la pizarra son muy sugerentes y cambian a diario. Desde hace tiempo quería probar alguno y hace un par de domingos fui a comer la paella de pollo, conejo y caracoles (9,25 euros). Fue una experiencia muy especial porque comí el mejor plato del día de mi vida. Me había enterado de antemano que la paella suele estar lista para servir a las 13.20 horas y estaba ahí a las 13.10 para hacer la foto y comer una ración en su mejor momento.

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El arroz estaba en su puntísimo, ligeramente húmedo, y repleto de sabores ricos. Me tocó un trozo grandecito de pollo, otro de conejo y 14 caracoles supertiernos; un festín que valía un 10. Comí mi ración de paella como plato único, pero un señor que también llegó pronto la tomó como entrante y de segundo una gran dorada a la plancha (12,25 euros). Me pareció un cliente asiduo y, además, de Rodríguez. Es que los que se quedan en casa durante las vacaciones se tienen que cuidar bien para compensar un poco los largos días de soledad…

El músico, pastel de origen austriaco, es otra delicia
El músico, pastel de origen austriaco, es otra delicia.

Hasta pasar por el umbral de Blat Madur, solo estaba enfocado en los platos del día, pero al ver la gran selección de delicias justo al entrar, vi enseguida que el postre podía ser un magnífico pastel. O dos. El brownie viene cubierto con chocolate, dos medias de nueces encima y el interior bien poblado de nueces picadas. Su humedad y textura fueron perfectas y el sabor impecable. Nunca he comido un brownie mejor y valía un 10. No pude resistir otro pastel y pedí un músico, pastel de origen austriaco muy conocido en España. Es de hojaldre, con un relleno de crema inglesa bien espesa y una tapa cubierta con frutos secos muy tostados y supercrujientes. Se toma mejor quitando la tapa y comiéndola como si fuese una galleta. Después, al ataque con un tenedor y un cuchillo. Ambos pasteles se cobran al mismo precio que en el mostrador: el brownie a 2,20 euros, el músico a 2,70. Son los postres más económicos que he comido en los últimos 55 años. Es una de la ventajas de comer un plato de paella en una pastelería.