El filete de gallo valía un 10. | Andrés Valente

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Hay pequeños incidentes en la vida de todos que en su momento no tenían nada de importancia, pero aún así los recordamos para siempre. Cuando yo tenía 13 años (hace mucho tiempo) un amigo de mi hermano, director de la oficina de patentes de una gran compañía global, me dijo que el primer trabajo de un buen jefe es montar su departamento para que todo vaya sobre ruedas aún cuando él no está.

Pensaba en él otro día cuando fui a comer en Sa Goleta, en avenida Argentina 34. Como es uno de los restaurantes más concurridos de Palma, llamé sobre las nueve y cuarto para hacer una reserva. Normalmente contesta uno de los propietarios, Leo o Josefina, pero aquella mañana se oyó la voz del contestador automático. Como no me gusta hablar con contestadores automáticos, volví a llamar a las once y una camarera tomó mi reserva. Cuando llegué a las tres y estaba sentado mirando la carta, me fijé que Leo no estaba por ninguna parte. Al preguntar por él me dijeron que estaba de vacaciones. ¿Y Josefina? Ella también.

Vaya dilema. Josefina es imprescindible para Sa Goleta porque ella es la única persona en la cocina. No hay una sustituta. No tiene la cocina montada para que todo vaya sobre ruedas cuando ella no está. Pensé que lo más justo sería ir a comer en otro sitio y no juzgar Sa Goleta cuando su capitana no estaba en el puente de mando pilotando el barco. Aquel día estaba comiendo con Marcos Madrigal, jefe de la carnicería del supermercado de El Corte Inglés en Jaime III, y al comentar la situación con él, decidimos que no sería mala idea poner a prueba el restaurante aunque los jefes estuvieran de vacaciones… en México, nada menos. Por lo tanto escogimos nuestros platos del menú del día de 13,20 euros.

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La crema de brécol y calabacín estaba al gusto de Marcos. El sabor del brécol estaba muy presente y el calabacín aportó algo de textura y unos picatostes aún más. Mi ración de paella de carne y verduras fue generosa y los trocitos de magro de cerdo estaban bien salteados en aceite caliente y tenían una costra dorada y sabrosa. Y el arroz estaba todavía con un punto al dente. A Josefina, una experta en arroces, le habrá gustado esa paella de menú.

El filete de gallo valía un 10
La picaña estaba tierna y sabrosa.

Para mi principal escogí un filete de gallo frito, sabiendo que el pescado siempre es un riesgo cuando está hecho por un cocinero que no conocemos. Lo pedí más bien poco frito, el cocinero entendió exactamente lo que quería, y el filete salió memorablemente jugoso y sabroso. El pescado valía un 10 aunque los dados de patata frita no estaban al mismo nivel. Como corresponde a un carnicero, Marcos pidió una picaña, la carne de vaca brasileña que ha llegado a estar de moda en España en los últimos ochos años. La pidió poco hecha y llegó a la mesa tierna y jugosa. Probé una tirita y estaba muy rica. Pedimos dos postres caseros, un clásico flan como los de la abuela, y una manzana al horno de las mejores que he comido.

Un clásico flan de la abuela.

¿Cómo es posible que todo haya salido tan especial sin Josefina al pie del fogón? Es gracias a Giovanni, un joven cocinero uruguayo que ha trabajado en hoteles conocidos de la Isla. Intentaré averiguar dónde estará cocinando este verano.