Natasha Zupan | Profesión: Pintora. | Principales aficiones: Sentir la soledad para reflexionar, senderismo, paseos en kayac, crear e investigar la memoria táctil. | Una pasión: Alimentar el alma. | Eugenia Planas

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Como en un paseo turístico, caminamos por la calle con más encanto de Valldemossa donde nos hemos citado con la artista Natasha Zupan, al calor de la intimidad de su hogar. Nada deja indiferente al cruzar el umbral. Nos detenemos ante los objetos que pueblan el salón principal y nos llega su calidez, su carga de emoción, de vivencias, de historia, su aroma y sus vibraciones. La decoración escogida por la artista americana-valldemossina no es fruto del azar, del amor por el diseño de interiores, de la adquisición de piezas por su valor. Pensamos que todo lo que esa casa acoge forma parte de su radiografía vital, de sus vísceras, emociones, vivencias y de su filosofía de vida. En la calle donde vive, que estos días es cauce de agua de lluvia, el sol asoma tímidamente por el ventanal.

Toques de color

Natasha sonríe con la mirada felina y sensual que le caracteriza y es propicia la ocasión para inmortalizar ese instante. Enmarcado en blanco, en este espacio destacan los toques de color rojo. Lo primero que capta la pupila es el dosel, el palio sobre el que pasea su reinado vital en el sofá de color neutro, de esta mosquitera de tela mallorquina. La huida de los judíos de Egipto, las caravanas del desierto de los bereberes, la ruta de la seda con el sistema de protección utilizado por los pueblos nómadas es lo que en realidad desea sentir y transmitir Zupan. «Es que yo he sido nómada. De niña fui a doce colegios porque mi padre exponía su obra en varios países o buscaba la luz parisina, veneciana, londinense o la de Nueva York, Roma o Valldemossa. Me fascinan los movimientos nómadas de la historia». La retina se tiñe de rojo al mirar du coin de l’oeil, a través de los espejos en los que las escenas se desdoblan, una de sus últimas obras elaboradas a partir de hojas de libros con textura que invita a deslizar por ellos la yema de los dedos. Candelabros de Nápoles, lámparas de Marruecos, maletas de viaje sobre las que descansa un tocadiscos de manivela de los años 20 se unen a las alfombras bereberes y telas de cachemira hindú. Mesas de relevante diseñador italiano compiten con el de los arquitectos que diseñaron la silla butterfly, cuyo cuero acoge cojines de lenguas mallorquinas, presentes en todos los rincones de la casa.

En este salón ha recibido a estrellas del celuloide, a personajes de renombre internacional, con elegante sencillez.

Es un escalón más arriba donde se encuentra su rincón favorito, con chimenea y butacón tapado por tela de hilo mallorquín. «Utilizo antiguas sábanas de hilo como plaid y como manteles». Es sobre la mesa del comedor donde vuelca su arte decorativo y decora con ramas coloridas que recoge en sus paseos por la montaña. «Mi obra está basada en la naturaleza mallorquina, en las rocas, tonalidades de los árboles, transparencias del mar. Soy mallorquina de alma. Pocos extranjeros conocen la Isla como yo o están adaptados al universo mallorquín. Estoy muy arraigada, los minerales han entrado en la planta y mis raíces la absorben. Mi estilo táctil se adentra en elementos naturales».

Su universo

Enmudece y observa a su gato Boris reflejado en un enorme espejo con su pose altiva. Su radiante pelaje brilla sobre una alfombra bereber, cerca de la escalera que conduce a las habitaciones y que se eleva hasta el despacho con biblioteca donde preside una obra de su padre. Desde ahí contemplamos el jardín de mobiliario desmontado y la piedra de más de 800 años que acoge el espacio lúdico. Los jardines son para el verano.
El universo de Zupan es ese hilo conductor que se deslía para seguir una ruta del inconsciente que lo explique todo, lo que hasta aquí la ha llevado, lo que no dejó de coser para esquivar el atajo. Aquí está Natasha Zupan.