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A la hora de afrontar la decoración de un espacio hay que tener en cuenta muchas variables: la luz, los metros, el color, el estilo y las necesidades de quien lo va a habitar. Pero hay un elemento que a menudo olvidamos y que suele ser la clave para acertar con el diseño: el punto focal.

¿Qué es? Precisamente el lugar al que se dirigirán todas las miradas, el protagonista de nuestra habitación, en torno al cual gira el resto de la decoración. Sin él corremos el riesgo de crear un espacio soso, sin personalidad, parecido a cualquier otro, que no nos representa.

Para encontrar nuestro punto focal podemos recurrir a infinidad de ideas, desde el color de la pared –el papel pintado obra milagros y los ladrillos o la piedra natural, también– hasta una obra de arte que tengamos en gran estima, un espejo con un marco peculiar, un mueble especialmente interesante o algo que ya forma parte de la habitación, como una ventana o la chimenea.

Para darle la importancia que merece, conviene dejarlo respirar, no atiborrar el espacio con demasiadas cosas sin valor. El aire alrededor de nuestra pieza estrella –ojo, no tiene por qué ser cara– la hará brillar con luz propia.

En un entorno completamente neutro, el armario antiguo de madera oscura es el punto focal.
Para atrevidos: una pared de techos altísimos, decorada con un mural muy llamativo.
La chimenea negra con el compartimento para la leña que parece una escultura atrae la mirada.