Sebastià Siquier, ‘Gallet’ es un payés de sa Pobla. | Pep Córcoles

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La higuera (ficus carica) es un árbol ligado estrechamente a la civilización mediterránea. Su cultivo lleva entre nosotros varios milenios, teniendo constancia del mismo por parte de los egipcios, romanos, y otras culturas de la cuenca del Mare Nostrum. Mallorca en particular es una tierra históricamente de higueras, tanto es así que gran parte de la economía rural isleña se ha sustentado a lo largo de los años en gran medida sobre el pequeño fruto de la higuera. Tanto las brevas, como los higos, han sido fuente de alimento para humanos y ganado. De hecho es el principal alimento tradicional para el cerdo de engorde.

Hoy en día, por diversas vicisitudes, este cultivo, antaño multitudinario, ha quedado como algo residual y casi anecdótico. Sebastià Siquier, Gallet, payés de sa Pobla explica que «en la actualidad prácticamente se cultiva para autoconsumo o para la venta minorista. Yo mismo mantengo unas decenas de árboles que planté en su día en el Puig d’Avall, junto a s’Albufera». El agricultor agrega: «Los higos que recolecto, de varias variedades, los vendo únicamente en mi puesto de algunos mercados ambulantes».

Este año el exceso de calor no ha sido beneficioso para un árbol, que aunque robusto, precisa de agua para fructificar. Sebastià explica que él ha tenido «la suerte de que la finca se encuentre situada junto a un humedal. Pues aunque las acequias se han secado el subsuelo mantiene una humedad suficiente como para que hayan desarrollado una buena cantidad de fruto, y muy dulce».

El payés recuerda que «antiguamente había mayoristas que adquirían los higos para revender, sin embargo ahora se trae mucha fruta de fuera, que evidentemente se ha de recoger verde puesto que el higo una vez maduro se ha de consumir en tres o cuatro días». Siquier apunta que «debido a esa fragilidad era costumbre elaborar higos pasos que se conservaban durante mucho más tiempo y se vendían mejor. Pero en la actualidad la competencia de terceros países, especialmente del norte de África hace inviable esta práctica para los payeses de aquí, pues sus costes son muchos menores que los nuestros».

La possessió de Son Serra de Marina (Santa Margalida) aún cuenta con catorce quarterades de figueral. Allí reside Damiana Tomás, de ochenta años y la matriarca de una familia de payeses que resisten en el cultivo tradicional, y que aprovechan el dulce fruto de la higuera para engordar una extensa piara de cerdos que comercializan directamente su hijo Pep Martorell, en su restaurante el Rancho Grande, y su nieta María Martorell, que vende la carne de los lechones en porciones empaquetadas que se distribuyen al por menor en tiendas especializadas. «Cuando era joven nos juntábamos una cuadrilla que recogiamos higos para vender a los mayoristas del pueblo, pero también los colocábamos en canyissos, que cada día sacábamos al sol para que se secaran y que todas las noches había que entrar para evitar que sí había humedad se estropearan».

Era un trabajo laborioso pero que tenía una buena recompensa económica; los más bonitos y grandes se vendían para consumo humano obteniendo un buen precio. Los más pequeños y feos se guardaban para alimentar al cerdo matancer. «La sobrasada elaborada con un cerdo alimentado de higos es la mejor que se pueda hacer», sentencia madò Damiana. La veterana payesa recuerda que en las largas jornadas de recolección de higos los figarelers «cantábamos canciones para alegrar el trabajo como la que dice: el pobre figareler/ passa la vida penada/ quan veu l’enivolada/ corrensos a entrar el sequer».