Miquel Domenge, junto a sus jaulas de palomas y todo tipo de aves en el mercado de Sineu. | Lola Olmo

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La cría de toda clase de aves de corral es una quimera que ha acompañado a Miquel Domenge toda su vida. Mientras formó parte de la plantilla de Emaya, mantuvo unos pocos animales, pero desde su jubilación, esta afición ha ido a más hasta contar, actualmente, con más de 200 aves en su finca de Pina (Algaida), entre los de razas autóctonas y llamativos ejemplares de razas foráneas. Desde hace unos siete años, su presencia en el mercado de Sineu es constante.

Cada miércoles, carga sus jaulas con gallinas, patos, ocas, pavos reales, palomas, faisanes y casi todo tipo de aves de corral y las pone a la venta bajo los porches de la zona de animales. Actualmente, con la inmovilización de los corderos por la epidemia de «lengua azul», sus aves seleccionadas y las más comunes que lleva un cocover (vendedor de pequeños animales domésticos), son prácticamente los únicos animales que se pueden ver en el mercado payés de Sineu. Atrás quedan otras épocas en las que se podían ver vacas, cerdos, corderos e incluso asnos y caballos.

Miquel lamenta que la cría de aves de raza haya menguado en Mallorca hasta el punto de que se produce un exceso de consanguinidad y ésta hace que los animales sean más enfermizos. «Es difícil cruzar a tus animales con los de otro criador para mejorar la raza, porque apenas los hay; y sin criadores, se van perdiendo las razas autóctonas», lamenta. Las razones para esta merma son sencillas, a su entender. «Algunos criadores muy buenos ya se han ido retirando y la gente joven no está por la labor de sacrificarse tanto por un hobby en el que no se hace negocio; si con las ventas de animales logras empatar el coste de la comida que les das, ya puedes estar satisfecho», apunta Domenge. Recuerda, asimismo, criadores hoy retirados que han destacado, como Joan Gost, con la gallina menorquina, y Pedro Pol con la mallorquina.

Los cuidados que requiere la cría de aves son constantes, pese a que, en su caso, la mayoría conviven mezcladas y criadas al aire libre. «Las más delicadas son las gallinas de raza mallorquina, pese a ser las mejor adaptadas a nuestro clima y a las altas temperaturas, pero hay que estar muy pendientes», apunta Domenge, quien confiesa que estar con sus animales en la finca «es mi debilidad, no fumo ni bebo ni voy al bar, soy feliz con mis animales».

Entre las dificultades a las que se enfrenta el criador es la aparición de enfermedades muy habituales, como el «corisso», una especie de resfriado que para las aves resulta mortal, aunque se puede tratar si se coge a tiempo. Lo que más se vende son las gallinas, «pero ya apenas nadie sabe sacrificar un animal para carne, no se atreven, y hay una gran diferencia entre un pollo de la carnicería y otro criado en libertad y bien alimentado, sin forzar su crecimiento», apunta. Y aún sabiendo que están a la venta y deberá desprenderse de ellos, su momento de mayor ilusión es ver nacer a los pollos en sus cuatro incubadoras.