Pep Rodríguez posa frente a unas viñas de la variedad de uva Esperó de Gall. | Pedro Aguiló Mora

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Con gente excepcional entre las viñas, es imposible que salga un mal vino. Prueba de ello son Pep Rodríguez (es Capdellà, 1971) y la primera añada de sus vinos Soca–Rel. Rodríguez llegó con 15 años a Binissalem y desde los 25 lleva trabajando para el gran productor José Luis Ferrer. Sin embargo, ello no le ha impedido (sino todo al contrario, el apoyo de la familia Roses ha sido total), cumplir su sueño de poner en marcha un microceller rodeado de viñas de variedades autóctonas, en el que el año pasado produjo 1.800 botellas (en 2020 serán ya unas 4.000) destinadas por primera vez a la distribución comercial.

Tres vinos: dos monovarietales de Manto Negro y Escursac, y otro que es un ensamblaje de ambas. Tres rookies que en pocos meses han volado de las vinotecas y concitado el aplauso de los winelovers de la Isla. Unos vinos pegados a la tierra de los que emerge el carácter de su creador. «No soy químico. No soy enólogo, ni alquimista. Soy un animal de viña. Vivo dentro de ella». Así se presenta Rodríguez como viñador y con las variedades autóctonas como principal divisa. Una devoción por ellas que le inculcó l'amo de la posesión de Bellveure, donde lo aprendió todo como payés antes de incorporarse al equipo de Franja Roja. «Él me inculcó amor, pasión y respeto por las variedades autóctonas. Con una voz templada, plana, que te lo dejaba todo muy claro». Y claro lo tuvo Pep Rodríguez cuando, hace 15 años, nació su hija María.

«El nacimiento de María fue el empuje que necesitaba para cumplir mi sueño»: dedicarse por su cuenta al cultivo de la tierra cuando sus amigos se dedicaban al sector de la construcción. «No quería trabajar de albañil, por mucho más dinero que se ganara, y un conocido me alquiló unas tierras para plantar olivos, con la única condición de sembrar un vinyó». Allí empieza sus relación directa con el cultivo de la viña y la posterior elaboración de vino. Eso sí, sin abandonar del todo el cuidado de otros especies. «No me gusta el monocultivo, me gusta que haya la mayor biodiversidad posible». De esta manera, Pep lleva actualmente cinco fincas (ocho quarterades) en las que entre olivos crecen viñas de la variedades Manto Negro, Escursac, Sabater, Esperó de Gall, Vinater Blanc, Argamussa, Negrella, Batista, Mancè de Tibús, etc. «El potencial de las variedades autóctonas es incalculable», asegura Rodríguez, quien añade que la ausencia de variedad foránea alguna «no es filosofía, moda o capricho. Es cultura y patrimonio».

Como decíamos al principio, la bonhomía de Pep Rodríguez queda reflejada en la honestidad con la que cuida sus viñas y elabora sus vinos, pero también en otro factor no menor. El apoyo y facilidades que ha encontrado el creador de Soca–Rel entre los viejos bodegueros y la complicidad de los jóvenes y nuevos viñadores de la Isla. «Lo mejor de este oficio es la buena relación y germanor reinante entre los pequeños productores, siempre dispuestos a compartir y ayudar».