Biel Ferragut, gerente de Vinyes Mortitx, en el centro, con el presidente, directivos y empleados de la bodega. | Redacción Part Forana

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A punto de alcanzar su mayoría de edad, la bodega Vinyes Mortitx apuesta por consolidar el enfoque que le dieron sus fundadores, en 2002, cuando decidieron arrancar una vieja plantación de frutales, que antes ya había sido un olivar, para convertirla en un viñedo en el que predominaran variedades foráneas para diferenciarse de los vinos que ya se producían en la Isla en aquella década. Los primeros enólogos, que eran franceses, se decantaron por Cabernet Sauvignon, Syrah y Merlot para los tintos, mientras que para los blancos escogieron la Malvasia de origen italiano, por su mayor resistencia a los vientos y nevadas que se registran en la Serra de Tramuntana.

Los viñedos están plantados en el valle de Mortitx, guarecidos por montañas como el Puig Caragoler, y rodeados de encinar, con una pluviometría más abundante que en otras zonas vinícolas de Mallorca. Estos factores generan un microclima que se refleja en la expresión de la uva, distinta a los matices que proporciona una misma variedad plantada en un viñedo con distinto tipo de suelo o de clima. Pero sobre todo, la climatología se refleja en un mismo vino, de un año para otro. «Las pequeñas bodegas como la nuestra, trabajamos como artesanos, y las variaciones climatológicas se reflejan en el vino, no hay dos añadas idénticas» explica Ferragut y asiente el enólogo de la casa, Llorenç Coll.

De hecho, esta climatología característica de la Serra de Tramuntana, con mayor humedad y temperaturas menos elevadas que en el Raiguer o en Es Pla, tienen como consecuencia que la vendimia sea algo más tardía en Mortitx. Pero también el trabajo de campo está más expuesto a las consecuencias de un cambio climático que ya se nota.

Las tormentas de septiembre, con 200 litros caídos en una sola jornada, obligaron a acelerar la entrada del Cabernet Sauvignon para evitar que se viera afectada. En contrapartida, la lluvia permite alimentar los dos embalses existentes en las 20 hectáreas de terreno que tiene la finca, para paliar su falta de agua en el subsuelo.

Estos retos no han impedido a Vinyes Mortitx crecer año tras año, enfocándose en un sector del público que busca la singularidad. «Nuestro objetivo es hacer unos vinos cada vez mejores y diferenciados, siempre con uvas de producción propia», afirma Ferragut. Y pese a ser una bodega pequeña y a aglutinar a 53 inversores de distintos perfiles –payeses, empresarios, aficionados al vino, etc – ha impulsado proyectos de innovación, como son un depósito troncocónico o un huevo de cerámica, que se incorporarán a la producción, o la plantación de variedades autóctonas, como el Callet, que le permita ampliar su gama de vinos con nuevos coupages. Algunas de sus líneas han roto moldes, como el rosado Flaires, L’u o el dulce Dolç de gel elaborado con uva sometida a un proceso de congelación.