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Enrique del Pozo alcanzó la popularidad cantando junto a la pequeña Ana. Tenían una versatilidad musical increíble: de la triste letra de la Gallinita Cocoguagua a un tema sobre la película ET o un entrañable homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente. Las discográficas de aquella época eran unas oportunistas y aprovechaban sin pudor lo que despertaba sensibilidad en la ciudadanía de entonces para componer éxitos a medida. Si eran con un punto lacrimógeno, mejor.

Los años pasaron y del Pozo se despidió de su vida artística con Ana en el emblemático 'Un, dos, tres...'. Allí reflexionó en voz alta con que, a partir de ese momento, le gustaría seguir la estela de Chicho Ibáñez Serrador y hacer felices a los más pequeños de España. Nada que ver con su porvenir.

La realidad es tozuda y para mantenerse en el mundo mediático Enrique del Pozo fue transformándose en tertuliano de la época más agresiva del corazón. Y ahí parece haberse quedado atascado, en las más caníbales noches de Crónicas Marcianas. Cuando para triunfar en horario de máxima audiencia se interiorizó que había que ser mercenario de gritos y polémicas. Este mal aprendizaje lo evidencia su actitud, estos días, en su regreso al foco mediático como defensor de Rubén Sánchez, su novio, concursante de Supervivientes 2022.

Enrique del Pozo ha vuelto a sentarse en los platós de Telecinco con una media sonrisa que transmite haberse creído que es un «profesional» de la tele que tiene claro lo que necesita el programa. Y no quiere decepcionar a la cadena. No para de (intentar) lanzar titulares a la caza del sensacionalismo instantáneo. Titulares que, sin embargo, no calan en el recuerdo de la audiencia ya que se sueltan de forma tan impostada que chirrían. Se ven oportunistas, como aquella vieja industria discográfica.

Pero la sociedad ha evolucionado: busca en televisión más honestidad que oscuridad. La polémica ya se cuela por todos los resquicios de las redes sociales. La tele debe dar un extra. Sin embargo, Enrique del Pozo contagia en plató sentirse resabiado de lo que hay que decir y hacer para «dar juego». Cree saber más de televisión que los propios creadores del programa. Sin embargo, en realidad, no ha entendido nada. Defender a tu pareja no es colocarla en una diana fanfarrona para impulsar índices de popularidad. Ir a defender al debate de un concurso sólo es apoyar, mimar, compartir e intentar comprender para que también te comprendan. En definitiva: ceder protagonismo, no poseer protagonismo.