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09.00 horas. La portería del Convent de Caputxins, situada junto a la plaza Espanya, abre sus puertas puntualmente para recibir durante una hora y media a cientos de ciudadanos que buscan algo que comer. Inmigrantes, indigentes y más de una persona que uno no se podría imaginaría que acudiría a este tipo de lugares, hace cola de forma ordenada esperando recibir una bolsa con embutido, pan fruta o dulces.
El padre José María lleva dos años coordinando este trabajo todas las mañanas con los diferentes voluntarios que ayudan a repartir el denominado ´Pa dels pobres´, una tradición que se realiza desde hace 100 años y que, en un principio, se lograba con las ayudas de los fieles aunque ahora, dice el padre José María, «contamos con la ayuda de diferentes entidades, bares, panaderías, o el Banco de Alimentos. Además, cada 15 días entregamos a algunas familias que conocemos lotes de comida. Toda ayuda que recibamos es bienvenida», asegura el padre.
Historias y voluntarios
Para repartir la comida cuenta con la ayuda de 35 voluntarios, cinco por día. Ayer ayudaban María Dolores, Carmen, Pedro, María Lluisa, Mercedes y Arlene. ¿El motivo? Todos dicen lo mismo: quieren poner su granito de arena y ayudar a la gente. «Nos enteramos de tantas historias por aquí que te ponen los pelos de punta», nos cuenta María Lluisa mientras apunta el nombre de las personas que pasan a recoger el desayuno. «Apuntamos el nombre para saber quién son, por nada más, les gusta que les reconozcamos y les saludemos cuando vienen. Aquí todo el mundo es bienvenido, no queremos saber qué les ha pasado para llegar a esta situación, sólo intentamos ayudar», dice una voluntaria.
En esta cola hay todo tipo de historias. Nos encontramos con Bernat, un mallorquín de 33 años que lleva dos años sin encontrar trabajo. A su pareja, Raquel, y a él les han dejado un lugar donde dormir y asearse pero el resto del día no pueden estar allí. «No recibimos ningún tipo de ayuda y eso que Raquel tiene una deficiencia. Yo sigo yendo al paro todos los días a ver si encuentro algo, no pienso desistir, sé de albañilería, de pintura, hago todo tipo de arreglillos», asegura sonriente.
El padre José María nos presenta Leo, o Pelusa como prefiere que la llamen, una transexual de 59 años que se pasa de vez en cuando por la portería. «Yo no vengo a buscar comida para mi, lo hago para alguna de mis compañeras que le da vergüenza venir. ¡Chico, que la prostitución está muy mal! La crisis y la policía nos está haciendo polvo», asegura.