Pierre Webo, durante el partido contra el Tenerife. | Santiago Ferrero

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Definitivamente, el Mallorca se ha convertido en un equipo bipolar. Las escuadra balear, que en casa se emplea con una dureza brutal ante todos sus rivales, se diluye a domicilio y cualquier enemigo, por pequeño que sea, es capaz de meterle en un laberinto. Sus dos últimas salidas en falso, ante Xerez y Tenerife, han recortado el valor de las victorias redactadas sobre el tapete de Son Moix y han impedido que el grupo de Manzano abra una zanja en la cabeza de carrera de la Liga. Y aunque la escuadra isleña se encuentra ya a salvo de cualquier posible amenaza de descenso, ha dilapidado las mejores oportunidades que le brindaba el calendario para perpetuarse entre la realeza.
Los números mallorquinistas, que van de un extremo a otro en función del escenario en el que se escenifican sus batallas, están aireando la doble vida de los bermellones en uno de los tramos más comprometidos del ejercicio. De acariciar el cielo como anfitrión, a tocar fondo como forastero. Justo antes de presentarse en el Heliodoro, el propio Manzano confesó que había una serie de derrotas que estaban clavadas a modo de espina sobre la piel de sus jugadores y que el vestuario se responsabilizaba de todo lo ocurrido esos días. Se refería el técnico a los patinazos de Gijón (4-1), Málaga (2-1) o Xerez (2-1), en los que el cuadro rojillo, pese a su superioridad y a contar en algunos casos con el gobierno del marcador, acabó entregando las armas ante la presión del adversario. A esa ristra hay que añadir ahora el gazapo de Tenerife, donde casi nadie contaba con otro fracaso. Después de noquear al Villarreal junto al Camí dels Reis, el entrenador había mentalizado a la caseta de la necesidad de facturar algún punto en el equipaje de vuelta y de la obligación de trasladar al terreno de juego el manual que se desarrolla a diario en los campos de entrenamiento de Son Bibiloni. Sin embargo, su receta continúa sin reportar dividendos lejos de la Isla. Un pésimo comienzo de partido y unos desajustes defensivos impropios de un conjunto instalado en el territorio Champions, le abrieron el paso a un Tenerife moribundo. Después, un tanto de Nino y la falta de munición de los baleares hicieron el resto. Los canarios, afincados en las plazas de descenso tras ocho jornadas sin ganar, acabaron celebrando la victoria como si se tratara de un título.
Las próximas salidas del Mallorca (Valladolid, Getafe, Racing y Almería) parecen propicias para prolongar el vuelo europeo, pero teniendo en cuenta los precedentes más próximos, Manzano tendrá que seguir insistiendo en el tema. Y es que, curiosamente, el equipo de Son Moix ha llenado el zurrón como visitante en los desplazamientos más complicados. Ganó en un estadio históricamente prohibido (Reyno de Navarra), empató en el Calderón con dos hombres menos y sumó además en Mestalla, El Madrigal y Cornellà. Paradojas del fútbol.