Este es el aspecto que presentaba el Lluís Sitjar ayer mismo. Las vegetación sigue ganando terreno. | Teresa Ayuga

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Lluís Sitjar, de nuevo abierto 24 horas y en esta ocasión no hace falta saltar ninguna valla ni forzar entrada alguna. El acceso por la Plaza de Barcelona está abierto de par en par. Pasen y vean, aunque lo más prudente es pasar de largo y para nada desde estas páginas se recomienda acceder a su interior. Se corre demasiado riesgo. Este periódico se adentró ayer en su interior para comprobar el estado de las instalaciones y como no podía ser de otra manera el deterioro sigue siendo constante.
De noche es la casa del terror. Ruidos, sombras y algún que otro yonki que busca acomodo para no ser molestado. Nadie molesta. Pocos se atreven a entrar y la falta de vigilancia y seguridad invita sólo a pasar por delante con rapidez y sin apenas echar un vistazo. De día también hay gente, pero también se esconden. Ven al redactor y lo observan con recelo. Los transeúntes no quieren fotos ni dar más explicaciones de las necesarias. Te miran, se esconden y a lo suyo. Es la ley del Sitjar. «No me interesa lo que haces y no te interesa lo que hago», así de claro. Saben que tras publicarse las fotografías se volverá a cerrar el recinto, pero será por unos días. Pronto habrá otra entrada abierta a la llamada 'selva' de Es Fortí. Mientras los Copropietarios, el club y el Ajuntament iniciaron las conversaciones para que el estadio se convierta en recinto ferial, pero parece que ya no hay nada de lo que hablar y lo que no se detiene es el deterioro del estadio. Suciedad, falta de higiene, algún que otro roedor y todas las instalaciones abiertas de par en par. Pero insistimos que no es conveniente merodear por sus interiores. Puede ser más peligroso de lo que uno imagina. Un escalón en mal estado, un puerta que se cae, el techo que cede y los amigos de lo ajeno curioseando por ahí. «Las oficinas son como habitaciones», dice uno de los 'visitantes'. Y es que los copropietarios han querido cerrar el estadio para que nadie acceda, pero siempre con el tiempo se abre un nuevo agujero por el que meterse y cuando se abre, no hay tregua.
En su interior la situación es peor de cada día que pasa. Más suciedad, más olores, más miedo, porque miedo es lo que da abrir una puerta de una oficina y no saber qué puede haber en su interior conviviendo con sillas, mesas, archivadores, cajones. Es un lugar sin ley en pleno centro de Palma. La historia del Mallorca está por los suelos, y nunca mejor dicho porque parte de la hemeroteca del club está tirada y desordenada. Recortes de periódicos de la década de los ochenta y noventa conviven con fichas médicas que en su día debieron se informes confidenciales y que ahora están al alcance de cualquiera que por ahí transite. El vestuario del primer equipo es fantasmagórico. No hay luz, pero a cada golpe de flash de la cámara aparece una nueva sombra. Hasta los recuerdos han perdido su intimidad.