Miquel Rosselló | M. À. Cañellas

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Es más bien callado y se ganó fama de buen orador; parece tímido y fue líder estudiantil; procede de noble linaje y ejerció cargos de dirección en el PCE y en EU. Miquel Rosselló (Marratxí, 1951), conseller de Funció Pública (2007-2011) en el Consell de Mallorca, acaba de publicar ‘De la foscor a l'esperança' (Documenta Balear), un libro de reflexión en torno a su época de estudiante antifranquista.

Le comento que él burló al destino porque iba para chico de derechas. Me responde:
Miquel Rosselló.- Es posible. Mi abuelo paterno fue un industrial maurista, alcalde de Marratxí. Y mi padre se afilió a Renovación Española, el partido de Calvo Sotelo. Pero el derechismo era, si cabe, más acentuado en la familia materna, a excepción hecha de Francisco del Rosal, mi abuelo.
Llorenç Capellà.- ¿El general republicano...?
M.R.- El 18 de Julio era coronel y ascendió a general por méritos de guerra. Comandó la llamada Columna del Rosal, de la CNT, en el Ejército del Centro. Aún en tiempos de guerra le nombraron gobernador civil de Tarragona.
L.C.- ¿Fue anarquista?
M.R.- Convencido. Será por esto que renunció al título de Marqués de Sales. Además era hijo de general y hermano del también general Antonio del Rosal. Luego, en la guerra, los dos hermanos lucharían en bandos opuestos.
L.C.- ¿Cómo recuerda a la abuela materna?
M.R.- Ya anciana, moralmente fatigada. Nació en Loja, cerca de Granada. Y tenía un nombre inacabable. Se llamaba Dolores López de Vinuesa y López de Priego.
L.C.- Y era de derechas.
M.R.- Genéticamente monárquica. Tuvo el infortunio de que la guerra la pillara en Madrid. Uno de sus yernos, Antonio Amaya, y uno de sus hijos, Antonio del Rosal, eran falangistas de la Quinta Columna. Los atraparon y los fusilaron. Ambos están enterrados en El Valle de los Caídos.
L.C.- Es duro.
M.R.- Sí. Sobre todo si tenemos en cuenta que el abuelo no intentó salvarlos. Además, tía Conchita, la esposa de Antonio Amaya, fue encarcelada y la separaron de su hijo de meses. Le dijeron que lo habían enviado a Rusia. No fue así. Una vecina lo recogió y lo cuidó. En casa no se hablaba de todo esto...
L.C.- ¿Cómo lo supo?
M.R.- Mi madre me dijo que el abuelo había muerto, lo cual era cierto. Pero no me dijo que había fallecido en Nicaragua. Como tampoco me dijo que durante la guerra se había divorciado para casarse otra vez. Me enteré de todo ello años más tarde, a través de Google. Entonces tomé conciencia de que había heredado lo peor de la familia.
L.C.- ¿La rojez?
M.R.- Efectivamente. Cuando mi madre llegó a confesarme que el abuelo era rojo, me lo dijo llorando. Provengo de una familia monárquica que derivó a franquista. Entre mis recuerdos de niño tengo el de una habitación del piso de tía Conchita, en Madrid, en la que había una especie de altar y fotos, en las paredes, de su esposo, de José Antonio y de otros destacados fascistas.
L.C.- Ya no debe vivir ninguno de sus antepasados para contarle la historia.
M.R.- Ninguno. Incluso ya murió mi primo Antonio, el bebé que apartaron de su madre ¿recuerda...?
L.C.- Sí.
M.R.- Cuando estuve preso en Carabanchel, en el setenta y tres, se negó a visitarme. En cambio tía Conchita vino varias veces. Me trajo ropa de abrigo.
L.C.- Otro punto llamativo en su biografía: usted fue seminarista.
M.R.- Ya lo creo. Y aunque fuera un niño tenía el convencimiento de que iba para cura. Decidía por mí mismo. Por ejemplo: fui alumno de Sant Francesc. Por eso tuve muy claro que no iba a ser fraile.
L.C.- Entiendo.
M.R.- La vida en el seminario era espartana, durísima. Pese a ello hubiera continuado de no mediar unos cursillos, en Lluc, en el que participamos seminaristas mallorquines y catalanes. Los catalanes nos despertaron inquietudes dormidas. Vivían en pisos, colaboraban con los curas de las parroquias situadas en barrios obreros... Vi claramente que tenía que escoger entre una concepción mística de la vida y otra más humana.
L.C.- ¿Cómo era la formación en el seminario?
M.R.- Fundamentalista. ¿Le digo una frase de Baltasar Soler, el rector...?
L.C.- Dígamela.

«Tú no has de pensar, has d'obeir». Y yo, en aquel momento, supe que tenía que hacer la maleta

M.R.- «Tú no has de pensar, has d'obeir». Me la dijo a mí. Y yo, en aquel momento, supe que tenía que hacer la maleta. Había estado en el seminario poco más de un año. Acababa de cumplir los diecisiete.
L.C.- ¿Y salió...?
M.R.- Salí. Estábamos a mitad de curso y tenía que examinarme de Preu por libre, así que en casa me buscaron a alguien que pudiera ayudarme a preparar el examen. Y me tocó la lotería.
L.C.- Ya me dirá por qué.

M.R.- Fui a clases con Aina Montaner, una profesora excepcional. Me dio a conocer a los Hernández, Machado... Me habló de la República. Yo no sabía nada de la Reforma Agraria... Cuando se tiene un vacío cultural tan grande, hallar a una persona como Aina es algo extraordinario. Además saqué el Preu y me fui a Barcelona. Y me matriculé en Económicas, porque sonaba a cosa social. ¿Qué puedo decirle...? Me obsesionaba la posibilidad de incorporarme a la lucha por un mundo mejor...
L.C.- ¿Continúa con la misma obsesión?
M.R.- Por supuesto. Pero soy consciente de que este mundo soñado es casi inalcanzable.
L.C.-...
M.R.- En Barcelona me metía en todos los fregados. Me hice del Comité de Huelgas Estudiantiles.
L.C.- ¿Del CHE...?
M.R.- ¡Imagínese! Todo era revolución. Le pregunté, a quien me avaló, por qué no nos metíamos en el PSUC, y me respondió que el PSUC era revisionista. Y yo, ingenuo, volví a preguntarle por qué. Y me dijo que el PSUC pretendía realizar la revolución en España y que nosotros, los del CHE, aspirábamos a la revolución mundial. Antes de llegar al PSUC, pasé por Flecha Roja. Pero estando en el CHE me detuvieron.
L.C.- ¿Cómo fue?
M.R.- En el grupo había una chica de la alta sociedad. Su padre se enteró de sus veleidades revolucionarias y decidió denunciarnos.
L.C.- ¿También a su hija...?
M.R.- A ella la puso a salvo. Le quitó la ropa y la encerró en su dormitorio. Y al resto nos esperó la policía en el piso de reunión, en Hospitalet. Cuando abrí la puerta me encontré con un policía apuntándome con la pistola. Ya había un compañero esposado. Sin embargo, a mí me dejaron sin atar al lado de una cama y, aparentemente, se desentendieron de mí.
L.C.- ¿Y...?
M.R.- Encima de la colcha habían dejado una pistola. Probablemente esperaban que yo intentara cogerla para dispararme. Pero ni se me ocurrió empuñarla. Luego nos trasladaron a la comisaría de Vía Layetana. Pasé setenta y dos horas horribles.
L.C.- Le detuvieron en el año setenta. Dos años antes, cuando supo que ETA había ejecutado al comisario Melitón Manzanas ¿qué sintió?
M.R.- Satisfacción. Manzanas y la gente como él eran criminales. ¿Que el terrorismo nos aísla, a los demócratas, y da argumentos a los represores...? Es cierto. ¡Aún así...! No puede ni imaginarse la amargura que sentí cuando supe que Genuino Navales, que era quien comandaba el equipo de torturadores de Layetana, había sido ascendido por méritos profesionales.
L.C.- ¿Cuándo...?
M.R.- ¡En plena democracia...! En Portugal, cuando la Revolución de los Claveles, la PIDE fue disuelta porque los organismos represores del Estado son incompatibles con la libertad. En cambio, en España... En Vía Layetana nos torturaron bárbaramente. ¡Y éramos niños...! Pasé un año en la cárcel de Jaén. Y salí porque Franco firmó un indulto para liberar a Juan Vila Reyes, el empresario de MATESA.
L.C.- ¿Y los estudios de Económicas?
M.R.- No pude continuarlos, porque un ministro de Educación muy pintoresco, Julio Rodríguez, decidió que los estudiantes con antecedentes penales quedaban eternamente expedientados. Supe de su cese haciendo el servicio militar. Y al salir de la mili ya estaba metido en mil asuntos para volver a la universidad.
L.C.- ¿Cómo llevaron todo este proceso sus padres?
M.R.- Fatal. Estaban convencidos de que su hijo era un delincuente y yo me consideraba un defensor de las libertades. ¡Ya me dirá...! No había diálogo. Mi padre murió pensando que yo no tenía remedio. Mi madre, en cambio, fue evolucionando y acabó votando comunista.
L.C.- Usted salió de la cárcel de Jaén...
M.R.- En el setenta y cuatro. En plena ebullición del cambio. Y me incorporé de inmediato a la actividad clandestina. Todos los demócratas nos uníamos contra Franco. Fue de lo más gratificante de la época.
L.C.- ¿Por qué ha escrito De la foscor a l'esperança?
M.R.- Porque apenas se ha hablado de los últimos años de la Dictadura. Y poquísimo desde la óptica de quienes proveníamos de familia franquista. Son unas memorias vivenciales. Imagínese a un hijo de la burguesía que llega a la universidad. ¿Y qué halla en la entrada? Varios furgones repletos de grises armados hasta los dientes... A partir de esta visión nos forjamos los rebeldes, los demócratas...

El general Francisco del Rosal (Montefrío, 1883 - Nicaragua, 1945) participó en la Defensa de Madrid y mandó una columna anarquista, la Columna del Rosal, en la que se forjaron militarmente personajes legendarios como Cipriano Mera y Eusebio Sanz. En cambio su hermano, el también general Antonio del Rosal (Córdoba, 1891- Palma, 1968) luchó en el bando fascista, también en el Frente de Madrid, junto al general Varela. En 1939, Francisco marchó al exilio. Primero a Francia y luego a Nicaragua. Abandonaba una familia y un título nobiliario, el de Marqués de Sales, que pasó a su hermano. Y Antonio, al acabar la guerra, creó la Fundación Rosal, dotada con cinco millones de pesetas, para ayudar a las viudas y huérfanos de militares. Ambos, Francisco y Antonio, siguieron caminos distintos, irreconciliables. Miquel Rosselló del Rosal nació en el seno de una familia herida por la guerra -con dos tíos en el Valle de los Caídos: Antonio del Rosal y Antonio Amaya- pese a haberla ganado. Pero él, con su antifranquismo, reabrió la peor de las heridas, la del abuelo republicano. Como tantos otros hijos de la derecha. Las familias de derechas, las que ganaron la guerra, alumbraron una generación antifranquista. Ello hizo que la confrontación ideológica que derivó en enfrentamiento armado, se planteara, treinta años después, en torno a la mesa del comedor familiar. Con igual crudeza, sin duda.