Francesc Lorente | Jaume Morey

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Es cordial. Conversando lleva la batuta y pasa de un tema a otro atendiendo al hilo de sus pensamientos. Francesc Lorente (Sóller, 1953) es pintor. Su relación con la naturaleza y el monólogo permanente que mantiene con algunos pensadores como Tales de Mileto o Ramon Llull se convierte en el leitmotiv de su obra actual.
Llull, concretamente, se ha convertido en fuente de inspiración de artistas de distinta actividad y pelaje. Se lo comento. Y me responde:
Francesc Lorente.- En fuente de inspiración, sí; pero también ha servido de pretexto para disimular muchas impotencias artísticas. ¿Que estás artísticamente seco...? Pues escribes un poema sobre Llull. O dibujas cualquier cosa relacionada con su filosofía. Pero este no es mi caso.

Llorenç Capellà.- Lo supongo.
F.L.- Yo quedé deslumbrado por el pensamiento luliano. Tanto o más como por el de Tales de Mileto, otro de mis grandes referentes. Tales fue astrólogo, matemático... Buscaba la armonía en cualquier aspecto de la naturaleza. Y fundamentalmente fue un ecologista. Proyectaba su filosofía en los árboles, en el agua.

L.C.- Sí...
F.L.- Por todo ello me he permitido el atrevimiento de incorporarlo a la modernidad. Ya no es Tales.

L.C.- ¿Entonces...?
F.L.- Tal.es. Era el mínimo homenaje que podía tributarle desde el siglo XXI, porque su pensamiento es de una actualidad absoluta. ¡Si pudiera acompañarme en mis caminatas por la Serra...!

L.C.- Igual se apuntaría a la caza de cabras.
F.L.- Ni pensarlo. Probablemente les haría un monumento, a las cabras. No en vano, en la mitología, los cuernos simbolizan el poder y la realeza. O sea, algo grande. Nada que ver con los engaños de cama y líos de pareja.

L.C.- Su última exposición se tituló "Conceptualisme, iconopoema visual i filosofia".
F.L.- Creo que sí. Y se inspiraba en Tales de Mileto y Hans Lenk.

L.C.- Me pregunto cómo se puede enganchar tanta cosa en un pincel.
F.L.- Se lo diré: la pintura lo expresa todo. Ahí tiene cómo la filosofía oriental explica la felicidad a través del arte... De hecho, yo pinto para ser feliz. Mi relación con el lienzo me hace más humano, más honesto.

L.C.- ¿Cómo llegó a la pintura?
F.L.- Fue al revés, la pintura llegó a mí. Tendría trece o catorce años.

L.C.- Pero ¿cómo fue?
F.L.- Había una pintora inglesa residiendo en l'Horta, un barrio de Sóller. Yo la observaba mientras pintaba.

L.C.- Continúe.
F.L.- Al marchar abandonó infinidad de tubos de pintura a medio consumir. ¿Y qué hice yo...? Le pedí a mi madre una sábana y la pinté de todos los colores. Aquella experiencia cambió mi vida. Además, coincidió con mis primeros encuentros con el abstracto. ¿Le digo cómo fueron...?

L.C.- Sí, claro.
F.L.- Mi padre trabajaba como pintor de brocha gorda en el ferrocarril de Sóller. Yo le visitaba en los talleres de la estación, y me fijé que tanto él como los demás limpiaban el pincel dando brochazos en una pared. ¡Aquello era abstracto puro...! Desde entonces la pintura me alimenta.

L.C.- ¿Quiere decir que vive de lo que gana pintando?
F.L.- No. Qué va. ¡La de gente que tiene obra mía y dice que va a pagármela y luego no me la paga...! Además soy generoso con mis amigos. Así que la pintura me alimenta espiritualmente, me hace feliz. El pan me lo gano como encargado de mantenimiento en las instalaciones militares del Puig Major. Pero aquello es otra gozada, porque estoy en permanente contacto con la naturaleza. En mis horas libres busco fósiles, esclata-sangs y caracoles mientras hago higiene espiritual. Y pienso.

L.C.- Hábleme de su evolución pictórica.
F.L.- Sin abandonar mi obsesión por el dibujo, derivé hacia el informalismo y la abstracción. Después hacia el conceptualismo y el minimalismo... Actualmente me interesa la poesía visual. Y la historia en toda su amplitud.

L.C.- Pero la historia no es pintura.
F.L.- Todo tiene que ver con todo. Estudio en la UNED. Ya me he chupado Grecia entera. Y Mesopotamia. ¡Siete mil años de historia en tres meses...! Mi disco duro ya no puede asimilar más conocimientos.

L.C.- Resumiéndolo en una frase ¿qué ha aprendido...?
F.L.- Que los sentimientos y pasiones del hombre no evolucionan. Lo que pasa en el Egipto actual ya pasaba en la antigüedad. Y lo mismo digo de Irán o de Irak. Los artistas somos gente observadora. Observamos y reflexionamos. Y nos adelantamos a nuestro tiempo.

L.C.- ¿Es parte de su condición, ser reflexivos?
F.L.- Naturalmente. Picasso y Miró lo fueron. Y Barceló lo es. Ninguno de ellos dio puntada sin hilo. Aunque los tres proceden de familia adinerada. Si Miquel Barceló, en sus comienzos, iba escaso de dinero es porque quiso presumir de artista maldito.

L.C.- ¿A dónde quiere ir a parar...?
F.L.- A que no todos tenemos las mismas oportunidades. Yo soy hijo de obrero y me decía que a los veinticinco años podría vivir de la pintura. Y luego me puse el límite a los cuarenta. ¡Y nada! Tuve que trabajar para ganarme la vida. Así que me he quedado con la excentricidad de los genios, no con su dinero.

L.C.- Coméntemelas.
F.L.- ¿El qué...?

L.C.- Sus excentricidades.
F.L.- Vale. Mi amor por la naturaleza debería identificarse con el land art, pero mis vecinos ni se lo plantean. Si cojo una piedra de la montaña y la sitúo en un lugar preferente de mi casa, siempre habrá alguien que propale por ahí que estoy como una chota.

L.C.- ¿Y no es cierto...?
F.L.- Qué va a serlo. Me limito a relacionar pensamiento y arte. Y reflexiono sobre ambas cosas. La naturaleza es sabia. Fíjese, tengo ruda en una maceta. Le digo un refrán: "Qui té ruda/ Déu l'ajuda". ¿Lo conocía...?

L.C.- No.
F.L.- Protege de las brujas, la ruda. Y da suerte. Hace unos años envié un manojo a Christine Weiss, la que fuera ministra de Cultura con Gerhard Schröder. La conozco desde hace tiempo. Es una intelectual de primerísima fila, especialista en poesía visual.

L.C.- ¿Y...?
F.L.- ¡Ah, sí! Le envié ruda, le digo, y le aumentaron el presupuesto de su ministerio. Me escribió dándome las gracias. Yo, cuando tengo un examen de la UNED, cojo unas hojas y las guardo en un bolsillo del pantalón.

L.C.- Y le traen suerte.
F.L.- Ni lo sé. Pero las tradiciones rurales están ahí para que alguien las perpetúe. Antiguamente, en las casas de campo había un manojo de ruda colgado junto a la puerta. ¿Sabe para qué era...?

L.C.-...
F.L.- Para abortar. Las mujeres que no deseaban el embarazo se tomaban una infusión de aquello y se acabaron los problemas. Pero también sirve para curar los males de la vista, para limpiar la sangre... Todas las plantas tienen un uso medicinal. Un emplasto de verbena limpia las heridas de pus.

L.C.- ¿Quién le enseñó todo esto?
F.L.- Nadie en concreto. Me puede el interés por las cosas. Vivir implica curiosidad. Y yo me siento vivo, muy vivo... Sobre todo si estoy en la montaña. Residí tres meses en Hamburgo: se me hicieron eternos. Y al volver buscaba el sol como las lagartijas.

L.C.- ¿Cuáles son sus colores más usuales?
F.L.- El tierra o sangre seca; el gris, que simboliza la materia pensante; y el azul, que me relaciona con el mar y el cielo. Los tres se identifican con la naturaleza. Tenga por seguro que la naturaleza es sabia. Y nunca se equivoca.

L.C.- ¿Ni cuando nos envía un Tsunami?
F.L.- Tampoco. ¿De qué vamos a culparla si nosotros, los humanos, no respetamos sus leyes...? En Artà hay un campo magnético, se llama el desert d'Artà... Bueno, si los aviones lo sobrevuelan pueden descontrolarse.

L.C.- ¿Seguro...?
F.L.- Claro que sí. Otro lugar mágico es el Triangle del Silenci, situado entre València, Roses, en l'Alt Empordà, y el islote del Vedrà, en Eivissa. Es algo así como el Triángulo de las Bermudas: han desaparecido infinidad de embarcaciones.

L.C.- Me hablaba de sus colores predilectos...
F.L.- Me identifico con los sobrios. Hay artistas que no dicen nada, porque no tienen nada que decir, y abusan de la forma y del color. Esto se dio mucho entre los norteamericanos a partir de que Pollock dejara gotear la pintura sobre la tela. Y es bonito lo del goteo, pero me pregunto si hay algo más en aquella tela. Yo quisiera pintar lo indescifrable.

L.C.- Pinte el tiempo.
F.L.- No se puede. Me he adentrado en el vacío de la eternidad con los negros y con los grises. Pero me asusté. Y reemprendí el diálogo con la naturaleza.

L.C.- Entonces no me sabrá decir la hora.
F.L.- Con exactitud no, porque no uso reloj. Pero me guío por la luz solar. Hablo con el día. Los humanos somos estúpidamente soberbios. Lo fiamos todo a una máquina. Yo encuentro respuestas en las flores, en las piedras, en el viento... La naturaleza habla. Y por los codos. Solo hay que escucharla.
Francesc Lorente iba para pintor. Aún sin él saberlo. Llamándose como se llama, estaba predestinado a serlo. Me comenta que tanto le da que le llamen Francisco, Francesc o Paco. Y le llamo Francesc. Por mallorquín, es evidente; y para diferenciarlo de sus homónimos. Paco Lorente (Jerez, 1905 -Madrid, 1945) fue un discípulo de Vázquez Díaz a quien la muerte temprana privó de mayores éxitos. Y Francisco Lorente (Pontevedra, 1961) es un expresionista que traslada a la tela sus preocupaciones sociales. Francesc Lorente ya cuenta, en la entrevista, cómo se produjo su encuentro con la pintura. Luego se pasó a la brocha gorda, trabajando junto a su padre en el Ferrocarril de Sóller. Más adelante se matriculó en la Escola d'Arts i Oficis y coincidió con los Joan Segura, Trujillo, Joan Vich, Bennàssar, Barceló y Canet. Y tuvo de profesores a Jaume Mir, Calvo Carrión, Damià Jaume y Tinus Castanyer. De la época de aprendiz le queda su admiración por la obra, en aquellos años incipiente, de Ramon Canet, y su amistad, con el también solleric, Tinus Castanyer. En cualquier caso, Francesc Lorente desaparecería de la actualidad artística, aunque sería becado en la edición de 1979 de los premios Ciudad de Palma, año en que ganaría Costa Beiro. Tiene su estudio en Sóller (carrer de la Lluna, 112). De su amor por la naturaleza y de su pasión por la filosofía surge una obra hermética, de lenguaje sobrio, que se apoya en elementos narrativos.