Sebastià Sansó | Jaume Morey

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Primeramente centró su atención en el estudio de las perlas y, ahora, en el del mueble. Tiene un objetivo: recuperar la memoria del Manacor industrial. Sebastià Sansó (Manacor, 1950) trabajó en una entidad bancaria y se licenció (UIB, 2004) y doctoró en historia (UIB, 2008). Gracias al patrocinio de la Associació Empresarial de la Fusta de Balears, ha publicado "Els fusters de Manacor" (2010).
Le pregunto si Manacor aún puede considerarse la ciudad del mueble. Me responde:
Sebastià Sansó.- Por tradición, sí. Pero sólo por tradición, porque el número de talleres ha ido decreciendo hasta llegar a la crisis actual. Ni antes ni ahora, el sector ha sabido adaptarse a las exigencias del mercado.
Llorenç Capellà.- ¿En qué siglo documenta los primeros talleres?
S.S.- Carpinteros para abastecer las necesidades del pueblo los hubo siempre. En el siglo XVI, por ejemplo, había siete maestros carpinteros. No obstante, en el catastro de 1763 ya aparecen censados veinticuatro.
L.C.- ¿Y es mucho o poco?
S.S.- En Mallorca había 711, de los cuales 345 residían en Palma. Y a comienzos del siglo XIX la cifra global había ascendido hasta 1.062. Se lo digo para que vea el auge que iba tomando la industria de la madera en toda la isla.
L.C.- A juzgar por las cifras, Manacor, en el XVIII, aún no disponía de talleres importantes.
S.S.- No. Incluso ciudades o pueblos a los que luego rebasó, como son Inca, Llucmajor, Pollença, Artà o Felanitx, le adelantaban en número. En Inca y Llucmajor fabricaban hormas para el calzado; en Felanitx, botas para trasportar el vino... Fíjese en las cifras siguientes: sobre una población de 19.635 personas, en Manacor había 71 carpinteros. En cambio, en Felanitx, con 12.053 habitantes,
había 100.
L.C.- ¿Me habla...?
S.S.- De 1887. En Manacor la industria de la madera subsistió con los trabajos de encargo por cuenta de la Universidad o Ayuntamiento. Bancos para las iglesias, ataúdes y tablados para las fiestas. Incluso cadalsos...
L.C.- ¿El auge industrial de Manacor se inicia con el siglo XX?
S.S.- Sin duda. La fábrica de perlas data de 1902. Ahí se inicia el proceso de industrialización.
Antes, nada. En el padrón de 1887 la inmensa mayoría de hombres figuran como jornaleros. Tanto les daba trabajar unas horas en un taller de carpintería como trasportar sillares. ¡Había tanta miseria...! La población estaba hambrienta, era analfabeta... Vaciando los padrones municipales he detectado un dato muy significativo.
L.C.- Dígamelo.
S.S.- No he localizado ningún apellido xueta hasta el padrón de 1740. Ello significa que en Manacor no había platerías ni tiendas de telas. No había, en suma, capacidad comercial.
L.C.- ¿Cómo es que, en un momento determinado, se instalan en Manacor las fábricas de perlas, abundan los talleres del mueble...?
S.S.- Podemos atribuirlo a dos motivos determinantes. El uno es la llegada del tren, que se produjo en 1897. El otro, los jornales a la baja. En Palma eran más altos.
L.C.- Ya.
S.S.- Hug Heusch, el de las perlas, era alemán. Y antes de abrir su fábrica en Manacor, probó suerte en Barcelona.Y también en Palma, concretamente abrió un taller en la calle de la Missió. Fue en 1901...
L.C.- Y Hug Heusch y Compañía se estableció en Manacor en 1902...
S.S.- Exactamente. Había un excedente muy importante de mano de obra femenina. Además ya funcionaban dos fábricas de muebles de un cierto prestigio, la de Lluís Llull Ferrer y la de Joan Suñer Soler. Este último, Suñer, adquirió una serradora a vapor. Supuso un paso importante.
L.C.- ¿Fueron los terratenientes quienes capitalizaron la incipiente industria?

El rector Rubí fundó un Montepío para combatir la usura. Si al llegar el invierno la prenda empeñada era ropa de abrigo, hacía que la devolvieran y que se perdonara la deuda”

S.S.- Qué va. Ni se lo plantearon. La mayoría eran de Palma y lo único que les interesaba era vender las cosechas al mejor precio posible. El Manacorense, que fue un semanario editado entre 1889 y 1890, se lamentaba del poco interés que tenían los potentados de la comarca en apoyar la industria, mientras la población continuaba anclada en la miseria. A finales del siglo XIX había, en Manacor, 44 prestamistas. Se empeñaban las ropas, los muebles... El rector Rubí fundó un Montepío para combatir la usura. Si al llegar el invierno la prenda empeñada era ropa de abrigo, hacía que la devolvieran y que se perdonara la deuda. Con una condición: que no superara las cuatro pesetas.
L.C.- ¿Cuándo se consolidan los grandes talleres?
S.S.- Entre 1915 y 1920. Al menos en este período ya hay constancia de media docena de fábricas con cincuenta o sesenta operarios cada una.
L.C.- ¿Y qué salario ganan?
S.S.- Es muy difícil de precisar. A nivel provincial cobraban una media de 6,25 pesetas diarias. Pero, en 1919, los carpinteros de Manacor iban a la huelga exigiendo un jornal de 3,75 pesetas. ¡Conque ya me dirá...! Sucede que muchos de estos jornaleros trabajaban a tiempo parcial.Y en las épocas de cosecha no acudían a la carpintería. Igual ocurría con las perleras. Se apuntaban a la recogida de la almendra y la producción de perlas bajaba sustancialmente.
L.C.- ¿Cuándo se produce la época de oro del taller familiar?
S.S.- En torno a las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Se asociaban dos o tres oficiales y montaban su pequeño negocio en una planta baja o en la casa de cualquiera de ellos. Lo hacían creyendo que aumentaban sus ingresos...
L.C.-Y seguro que los aumentaban.
S.S.- A corto plazo, sí. Recibían muchos encargos y no escatimaban horas de trabajo. En mi niñez, había carpinteros que abandonaban el taller para irse a cenar y luego volvían. ¡Si a las once y a las doce de la noche aún trabajaban...! Curiosamente, este período de vacas gordas dio paso a la decadencia.
L.C.- ¿Cómo pudo ser?
S.S.- Por una cuestión muy sencilla. No renovaban la maquinaria, no creaban un estilo propio... Y al ser talleres pequeños no disponían de una red comercial adecuada. Así que perdieron competitividad y empezaron a cerrar.Yo he contado once talleres en activo en mi calle, la de Sant Rafel. Ahora queda uno. Y en la calle de la Pau, hubo dieciséis... Para que se haga una idea: en 1975 había talleres en noventa y seis calles de Manacor.
L.C.- ¿Dónde vendían las piezas?
S.S.- Principalmente en Palma y en Barcelona. Y en los años de la postguerra había industriales que escondían sobrasadas o cajetillas de tabaco entre chapa y chapa.
L.C.- ¿Contrabando...?
S.S.- La necesidad aguza el ingenio. Aunque, pese al ingenio, los proyectos no siempre cuajan. A un mayorista se le ocurrió entrar en el mercado de Nueva York con unos grandes sillones que se vendían desmontados. Fue en la década de los cincuenta. Debe considerarse un precedente de IKEA...
L.C.- ¿Funcionó...?
S.S.- No. ¿Por qué...? Se lo digo: no se tuvo en cuenta ni el cambio de clima ni el diferente grado de humedad. Y las piezas, en Nueva York, no encajaban.
L.C.- Me ha dicho que en Manacor no se llegó a crear un estilo de mueble propio.
S.S.- Así es. Las sillas "bollades" o salomónicas adquirieron fama, es cierto. Pero esto no basta para hablar de un estilo propio. Y conste que en el taller de Pere Sanmartí dispusieron de una especie de genio, un dibujante llamado Enric Llauradó. En el treinta y siete, en plena Guerra Civil, el Frente de Juventudes tomó la iniciativa de abrir una escuela de diseño y al frente de la misma puso a Llauradó. Pero apenas duró unos meses. No había dinero para mantenerla.
L.C.- Un siglo de proceso industrial ¿creó conciencia de clase entre los trabajadores?
S.S.- Ya lo creo. Hubo huelgas importantes, como la de 1912. No obstante, tengo la impresión
de que las mujeres fueron más reivindicativas que los hombres.
L.C.- ¿Se refiere a las perleras...?
S.S.- Sí. En 1903 ya protagonizaron una huelga de dos días. Y, lógicamente, con la llegada de la República aumentó su politización. Estaban afiliadas a una sociedad llamada Perla y Labor.
L.C.- ¿Cuándo se produce la crisis definitiva del sector de la madera?
L.C.- Más que de crisis deberíamos hablar de transformación. Fue en los años sesenta y setenta, cuando muchos talleres abandonaron el mueble y se especializaron en hacer objetos de madera de olivo destinados al mercado turístico. El negocio funcionó hasta la crisis del setenta y tres. Luego se recuperó un tanto y se preveía un relanzamiento importante con motivo del Mundial de fútbol, celebrado en España en el ochenta y dos. Pero las expectativas no se cumplieron. Y es lógico: ya estaban ahí los chinos, vendiendo los mismos objetos en material plástico. En conclusión: de los setenta talleres que había en la década de los sesenta, hemos pasado a uno o dos. La industria languidece. Es inevitable.
L.C.-...
S.S.- Además, los carpinteros de toda la vida envejecen y no hay quien les sustituya. Así que cierran el taller. En la Plaça de l'Ebenista, se alza una escultura de Llorenç Ginard en su memoria. Lleva allí décadas. Y la verdad sea dicha, se halla un tanto degradada.

En el primer tercio del siglo XX, la mujer de Manacor tuvo una importancia decisiva en el sostenimiento de la economía familiar. Llorenç Ginard -el mismo que realizó la escultura en cemento en recuerdo de los ebanistas-, es el autor de otra, en hierro, dedicada a las perleras y situada, naturalmente, en la Plaça de les Perleres. Le queda por crear, a Ginard, una nueva obra en homenaje a las "cordadores", un colectivo importante si tenemos en cuenta que el producto estrella de la carpintería de Manacor fueron las sillas. Sebastià Sansó recoge, en "Els fusters de Manacor", el testimonio de Catalina Grimalt (1924), una "cordadora". En 1936, entre los barrios de la Torre y del Barracar había medio centenar de casas en las que se preparaba "la bova" y "la fulla de blat de moro", llegadas de l'Albufera, para su posterior trenzado. Trabajaban "la bova" mujeres y niñas. Y trabajaban a destajo. El trenzado de una silla les llevaba algo más de una hora, de modo que en una jornada laboral de siete u ocho horas solían "embogar" media docena. Y puesto que los sábados
y domingos no se iban al campo, aprovechaban para trabajar dieciséis horas diarias y el lunes entregaban al carpintero dos docenas de sillas. También se encargaban, las mujeres, de
barnizar los muebles. Su participación en el auge industrial de la ciudad fue decisiva. Aún así, sus emolumentos fueron siempre inferiores a los de los hombres. Entre un 30 y un 50 por ciento más bajos.