Joan Salvà | Pere Bota

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Es tan perseverante como su biografiado. Ya de adolescente se impuso el reto de dar a conocer vida y andanzas de Pere Sastre (Llucmajor, 1895-1965), el diseñador de un ingenio llamado cometagiroavión. Y finalmente lo ha conseguido. Joan Salvà (Llucmajor, 1954) se diplomó en Magisterio (Escola Normal, 1979) y se dedica a la enseñanza. Ha publicado "El precursor llucmajorer de l'helicòpter" (Lleonard Muntaner, editor, 2010).
En las postrimerías de su vida, Pere de Son Gall (alias de Pere Sastre) se volvió taciturno. Se lo comento a Joan Salvà. Y me responde:
Joan Salvà.- Fue lógico. Era un derrotado, ya que no había conseguido que ninguna institución o entidad bancaria apoyara su proyecto. Además debemos tener en cuenta la burla de sus conciudadanos. La gente puede ser muy cruel, a veces sin proponérselo, con aquellos que han intentado triunfar sin conseguirlo. Además, Llucmajor, en el primer tercio del pasado siglo era muy realista, poco dado a los sueños.
Llorenç Capellà.- ¿Y esto...?
J.S.- Era una ciudad industrializada. En cada casa había un pequeño taller de calzado. Y mucha vida comercial: venta y arreglo de maquinaria, herrerías... Las fábricas de calzado con más de cien operarios pasaban de la docena. A esto añádale el trabajo a domicilio. Recorrías las calles y oías el incesante repicar de los martillos clavando tachuelas.
L.C.- ¿Me está diciendo que se ganaba dinero...?
J.S.- Se ganaba y había perspectivas de continuar ganándolo. No sólo con el calzado o con las industrias derivadas del calzado, sino con la agricultura. Todo zapatero, por modesto que fuera, disponía de su parcela. Y en este contexto no había lugar para los soñadores.
L.C.- A Pere ¿quién le invitó a soñar?
J.S.- Ni lo sé. Supongo que nadie. Nació con la obsesión de volar, lo que no es extravagante aunque se quiso suponer que sí lo era. ¡Si los chinos ya diseñaron un juguete volador algunos centenares de años antes de Cristo...! Pere de Son Gall soñaba con un aparato que se elevara y descendiera verticalmente, sin necesidad de deslizarse por la pista de aterrizaje. O sea, sin saberlo, ya intuía el helicóptero.
L.C.- ¿Aprendió, al menos, conocimientos de mecánica?
J.S.- Ya lo creo. Tenía una gran vocación por el estudio. Y aunque sus padres habían proyectado que fuera agricultor, su inquietud le llevó a matricularse en el Instituto Popular Politécnico de Sevilla para hacerse perito agrícola por correspondencia. Se desplazaba a Palma, y recibía clases particulares de materias tan dispares como aritmética, álgebra, geometría, dibujo, maquinaria, etcétera. Además gozaba de una memoria prodigiosa. Y compraba libros y revistas...
L.C.- ¿De aeronáutica...?
J.S.- Exclusivamente. Ya le he dicho que los aviones eran, desde siempre, su pasión. Incluso llegó a matricularse en una escuela de aviación valenciana. No sé si llegó a volar. Pero, al menos, pagó las cien pesetas de la matrícula.
L.C.-...
J.S.- También pertenecía a la Lliga Aeronàutica de Catalunya, con sede para las clases prácticas en el aeródromo de Josep Canudas, en el Prat de Llobregat. Pero, le insisto, no creo que llegara a volar. Tampoco era éste su objetivo. Pere era un solitario sediento de conocimientos. Cada mañana se llegaba de Son Gall a Llucmajor para leer los periódicos del día, bien en el Bar Colón o en el Novedades.
L.C.- ¿Daba para vivir Son Gall...?
J.S.- Si se cultivaba adecuadamente, sí. Disponía de unas cinco cuarteradas y eran pocos de familia. Ni Francinaina, su hermana, ni él, se casaron. La casa se está cayendo, es una lástima. La legó, junto a una porción importante de tierra, a las monjas de la Caridad.
L.C.- ¿Pere...?
J.S.- Sí. Fue un buen regalo, aunque todo se hallaba en la más absoluta decadencia. Su hermana ya había muerto y él vivía sólo, de cualquier manera. Un día cundió la alarma: alguien se dio cuenta de que hacía tiempo que no le veía pasar por la calle, cabizbajo, con su bicicleta. Y dio el aviso. Algunos conocidos fueron a Son Gall y lo hallaron muy alicaído, metido en cama. Posiblemente padecía cirrosis.
L.C.- ¿Abusaba del alcohol?
J.S.- Ni lo probaba. Pero igual se olvidaba de comer o de beber. ¡Yo qué sé...! Era un hombre vencido. Lo internaron en el hospicio y el alcalde le convenció de que cediera su patrimonio a las monjas a cambio de servicio.
L.C.- ¿Permanece su recuerdo en la memoria popular?
J.S.- Indirectamente, sobre todo en el lenguaje para hacer referencia a sus sueños rotos. De uno que aspira a más de lo que en buena lógica puede conseguir se dice que "acabarà com l'avió d'en Pere".
L.C.- ¿Le considera, usted, un fracasado?
J.S.- En modo alguno. Vivió para un sueño, y esto es algo grande. Pero, al margen de ello, si su proyecto no cristalizó fue porque no dispuso de ningún tipo de ayuda. De la Cierva hizo más de treinta modelos de su autogiro. Y Pere solo construyó un cometagiroavión. Lo ató en el tronco de una higuera con un pedazo de cuerda del que se empleaba para atar la mies. Era todo muy rudimentario. Pero cuando puso el motor en marcha logró que se alzara un metro del suelo.
L.C.- ¿Y esto es poco o mucho?
J.S.- Años antes, en su primer intento con un aparato parecido, Paul Cornu sólo había conseguido elevarse treinta centímetros. Y Cornu era ingeniero. De manera que Pere de Son Gall había hecho méritos para que las autoridades le prestaran un poco más de atención.
L.C.- ¿A qué puertas llamó?
J.S.- A todas. El general Weyler se lo quitó de encima buenamente. Y se conservan cartas del republicano Francesc Julià, siendo presidente de la Diputación, y del Marqués de Zayas, cuando presidía, antes de la Guerra Civil, el Aeroclub de Baleares. Ambos, con muy buenas palabras, le cerraron las puertas a cualquier tipo de subvención o de ayuda. España sólo estaba interesada en el proyecto de De la Cierva.
L.C.- El autogiro de De la Cierva voló a partir del año veinticuatro. Y las cartas en demanda de ayuda de Pere de Son Gall a Julià y a Zayas están fechadas en la década de los treinta.
J.S.- Porque estaba convencido de que su modelo aún podía aportar innovaciones que el de De la Cierva no consideraba. En cualquier caso, el proyecto del cometagiroavión tenía que haberse impulsado a principios de los años veinte. Pero el Ministro de la Guerra era Juan de la Cierva, padre del otro Juan de la Cierva, el inventor...
L.C.- Se dijo que De la Cierva había copiado de Pere de Son Gall.
J.S.- No lo creo. Pero le cerró el camino. En cualquier caso, Pere de Son Gall afirmó que los dos proyectos tenían diversos puntos en común. Pero lo dijo cuando ya se sentía defraudado. Tildaba a los políticos de ratas de archivo. Y es comprensible. ¡Había creído tanto y tanto en su invento...! Incluso viajó a París para adquirir personalmente el motor. Volvió con un Anzani, que era la marca que había proveído a Blériot en su travesía del Canal de la Mancha. Le costó siete mil francos.
L.C.- ¿Mucho...?
J.S.- Muchísimo. Siete mil francos equivalían a unas ciento veinte mil pesetas. Y en la misma época, por un solar en s'Arenal se pagaban dos mil quinientas.
L.C.- ¿Qué materiales empleó en el cometagiroavión?
J.S.- Para sostener el motor, una base de hierro. Pero predominaba la madera ligera y la lona. ¡Si aún no se conocían los tubos de aluminio...! Mestre Pau Salvà, el mecánico, le hacía las soldaduras. Y se surtía de material en el Garaje Balear, en Palma. El aparato llevaba dos pares de hélices, que giraban en sentido inverso. Tenga en cuenta que con uno solo hubiera girado sobre sí mismo.
L.C.- ¿Cómo nació su curiosidad por esta historia?
J.S.- Por influencia de mi abuelo materno. La familia poseía una finca colindante con Son Gall. Y mi abuelo, siendo un niño, iba a ver el cometagiroavión a escondidas.
L.C.- ¿A escondidas...?
J.S.- Se lo enseñaba la madre de Pere cuando él no estaba en casa. Porque lo tenía bajo llave. Temía que se lo copiaran.
L.C.- ¿Seguro que se elevó...?
J.S.- Uno de sus más fieles admiradores, Gabriel Moragues, me aseguró que había tenido el honor de presenciar la prueba. El motor empezó a rugir y, de repente, ahí estaba, el helicóptero, envuelto en una nube espesísima de polvo, a un metro del suelo.
L.C.- ¿Y qué pasó luego...?
J.S.- Que capotó y acabó estrellándose. Las palas quedaron destrozadas.
L.C.- ¿Alcanzó, usted, a conocerle...?
J.S.- ¿A Pere...? Le recuerdo empujando la bicicleta con una cesta colgada del manillar. Cuando ya había pasado, la gente elogiaba su inteligencia o criticaba su cabezonería, pues se había arruinado persiguiendo un sueño.
L.C.- ¿Lo enterraron en Llucmajor?
J.S.- Supongo que sí, aunque no he hecho gestiones para localizar su tumba. Murió solo: en soledad por dentro. Igual ya ha desaparecido. La tumba, digo. Como también desaparecerá la casa de Son Gall. Se está derrumbando. Las monjas quisieran convertirla en geriátrico. Yo desearía que se dedicara a museo.

Sueños rotos

En la Navidad de 1914 un joven Pere Sastre, que asistía a la escuela para adultos de Llucmajor, escribía, como trabajo de redacción, una carta a sus padres, en las que les pedía que le permitieran seguir estudiando porque "no quiero otra cosa". Pero su padre no lo consideró conveniente y Pere de Son Gall fue agricultor a la fuerza. Aún así se matriculó en el Instituto Politécnico de Sevilla y concluyó un curso de peritaje agrícola por correspondencia con un notable y nueve sobresalientes. Igualmente realizó un primer curso de piloto de aviación en la Escuela Internacional Libre de Estudios Superiores de València y superó las cuatro asignaturas (álgebra, aritmética, trigonometría y topografía) con nota de excelente. Fue en 1927. Luego no pudo continuar porque la economía familiar no lo permitía. Pero estas notas dejan constancia de su aptitud para el estudio. Sin embargo, vivió braceando en dirección contraria a la que le marcaba el destino. Su proyecto de helicóptero provocó escepticismo y alguna que otra burla. Sólo Margarita Leclerc -la feminista andaluza que vivió en Palma los años de la República- le apoyó decididamente desde las páginas del Concepción Arenal, un semanario (valga la redundancia) que se publicaba en s'Arenal. Pere Sastre construyó su helicóptero contra viento y marea. Pero estaba escrito que sólo iba a legarnos sueños rotos. El techo del hangar cedió y lo destrozó totalmente. Fue un día cualquiera. Él murió el 8 de diciembre de 1965.