Dehba Mohamed Fadly | S. Amengual

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Dehba Mohamed Fadly acude a la entrevista vistiendo tejanos y jersey. Cuando le digo que la vamos a fotografiar me pide unos minutos para ponerse la melfa. Es uno de los signos de su pueblo del que ella se siente orgullosa. La comprendo. Pero la anécdota (una entre tantas) sirve para evidenciar que Dehba vive a caballo entre dos mundos, absolutamente diferentes. El de los sentimientos será uno. El de la formación, el otro. La asociación "Escola en Pau", que preside Carme Barceló, es consciente de ello, de manera que se esfuerza por conseguir (y lo consigue) que el mundo afectivo de los niños saharauis no se quede en Àfrica. Dehba se siente querida tanto en El Aaiún como en Mallorca. Y tiene dos madres, Fátima y Maria. Y dos familias, igualmente queridas. Y dos casas. Y dos paisajes que se reflejan en sus bellísimos ojos. Pero Dehba tiene una sola memoria: la del pueblo amenazado que defiende con uñas y dientes su independencia respecto a Marruecos. Ello hace que su mundo de relaciones personales, en Palma, se centre casi exclusivamente en el círculo de amistades saharauis. Lo forman unos treinta jóvenes, todos tutelados por Abdi, un maestro de su misma nacionalidad. Rezan, conversan, ríen y escuchan música árabe. Todo muy lógico y muy humano. Un solo pero que ponerles: la memoria no debería ser un hándicap para su integración social. Se saben queridos y corresponden con el mismo sentimiento. La mayoría, además, hablan un catalán perfecto.

Puestos a decir por decir, le digo una obviedad: que ella ha nacido fuera de su país. Me responde: Dhba Mohamed.- ¡Si lo sabré yo! En el exilio. En una tierra yerma en donde mis padres luchaban inútilmente por el pan. Aún así, su obsesión no era la carencia de todo o de casi todo, sino el regreso a nuestro territorio.
Llorenç Capellà.- Si cierra los ojos y piensa en su niñez...
D.M.- Veo tiendas de campaña. Y más allá, desierto. Si inserto en mi visión figuras humanas, aparecen rostros depresivos. La depresión ya es algo congénito.
L.C.- ¿Y ustedes, los niños, imaginaban que el mundo era solamente arena?
D.M.- No, porque en la escuela, de muy pequeños, tomábamos conciencia de que éramos refugiados temporales. Se nos enseñaban fotografías y vídeos de nuestra tierra, pero también se nos advertía de las zonas del Campamento que estaban minadas y por las que nunca debíamos aventurarnos.
L.C.- El gobierno español no ha condenado la irrupción violenta del ejército marroquí en El Aaiún.
D.M.- Qué pena. Zapatero teme defendernos, porque puede poner en peligro la buena marcha de las empresas españolas en Marruecos. Y no duda en mirar hacia otro lado cuando los soldados marroquíes insultan, violan, destrozan... Aún así, pese a todas las agresiones, el Sáhara será para los saharauis.
L.C.- ¿Habló por teléfono con su padre, los días álgidos del conflicto?
D.M.- No pude, porque murió hace dos veranos. Pero no le quepa duda de que en caso de haber vivido, se hubiera enfrentado a los agresores. Pese a que había cumplido los sesenta y tres años aún estaba enrolado en el Frente Polisario.
L.C.- ¿De qué murió?
D.M.- Lo ignoro. Lo hallaron muerto, en el suelo, cerca de su camello. Allí no se hacen autopsias. Un familiar acababa de regalarle el camello. Había ido a recogerlo y se volvía para casa.
L.C.-¿Qué se hizo del camello?
D.M.- Lo vendimos. Nos traía malos recuerdos y, tal vez, mala suerte. Y nos hubiera venido bien para hacer encargos. Porque ni los hombres tienen trabajo. Algo de albañilería y poco más.
L.C.- ¿Y qué hacen de sol a sol?
D.M.- Nada. Se reúnen y toman el té. Así hasta la hora de comer. Luego recomienzan la tertulia y toman más té. Afortunadamente la gran mayoría están enrolados en el Frente Polisario.
L.C.- ¿Y...?
D.M.- Sólo disponen de un mes de descanso de cada cuatro. Además, el ejército, les paga un sueldo. Mi padre, por la edad, ya era soldado a medias. Pero cobraba una parte de su antigua paga. Y ahora mi madre cobra viudedad.
L.C.- ¿Y vive de esto...?
D.M.- Sí, porque habíamos tenido un rebaño de cabras y ovejas, pero muchas se nos murieron. Los animales mueren con facilidad. Se tragan un plástico o cualquier otra cosa no comestible y ya está. Mueren sin saber de qué.
L.C.-...
D.M.- Mi padre se compró un coche de color verde claro. No funcionaba ni ha funcionado. Pero tenía la esperanza de arreglarlo. Está ahí, junto a la tienda de campaña.
L.C.- Continúe contándome cosas.
D.M.- Somos seis hermanas, yo la segunda. De niñas, jugábamos a ser mujeres. Levantábamos casas con montones de piedras, y las latas de Coca-Cola y de Fanta nos servían como utensilios de cocina. Los envoltorios de colores de los caramelos eran el dinero. Cada color equivalía a una cantidad.
L.C.- ¿Cómo fue que se vino a Mallorca?
D.M.- Fue un verano, hace once años. Pasé las vacaciones con una familia de acogida y regresé al Campamento. Un día, estando sentada junto a mi abuela, delante de la tienda, vimos cómo se acercaba un coche lujoso, de color blanco. Para nuestra sorpresa se detuvo delante de nosotras, bajó un señor muy bien vestido y nos comunicó que yo había sido reclamada por la familia con la que había vivido.
L.C.- ¿Y usted...?

Iba a incorporarme al mundo de los ricos, del bienestar. ¡Ustedes no saben lo que supone poder cenar de una ensalada...!”

D.M.- Daba saltos de alegría. Iba a incorporarme al mundo de los ricos, del bienestar. ¡Ustedes no saben lo que supone poder cenar de una ensalada...! La tristeza me embargó más adelante. Me hallaba fuera de casa y, en la mesa, ni siquiera sabía sostener el tenedor.
L.C.-...

D.M.- En el desierto comía con las manos. Ponemos un plato grande en medio y todos comemos con las manos. Y cuando el plato se vacía no puedes decir que tienes más hambre. El agua también escasea. Y todosbebemos con el mismo vaso, ya puede imaginárselo.
L.C.- ¿Cómo se las ingenia, ahora, cuando visita a la familia?
D.M.- Me adapto. En los primeros días Fátima, mi madre, tiene la deferencia de poner una cuchara para mí sola, pero la rechazo. Yo soy como los demás y su pobreza es la mía. Aunque el cambio de costumbres es muy duro. El agua potable es salada y los primeros días me da náuseas. Pero me acostumbro. Además, si allí puedo ducharme dos veces a la semana es un privilegio. Los camiones-cisterna vienen cada veinticinco días y el agua ha de alcanzarnos para cocinar, lavar la ropa, lavarnos y beber las personas y las cabras.
L.C.- Ya.
D.M.- Cada familia suele disponer de cuatro cabras y una, por lo menos, nos da leche. Y la leche es básica. ¿Cómo van a alimentarse los niños sin leche...?
L.C.- Vino a Mallorca con nueve años.
D.M.- Y me quedé extasiada ante las muñecas de mis nuevas hermanas. Los Reyes me trajeron una y no me separaba de ella. La peinaba, la cambiaba de vestido... Las muñecas fueron mi primera gran felicidad. Y el chocolate.
L.C.- ¿Comió cuanto quiso?
D.M.-Tanto comí que tenían que escondérmelo para que no enfermara. Pero también tuve momentos difíciles. He estudiado en Sant Francesc. Cuando el Pare Tomeu quiso que entrara en la Iglesia sufrí un ataque de pánico. ¡No podía...! Ahora ya he superado los miedos. Entro en un templo y no pasa nada.
L.C.- El Islam...
D.M.- ¿Me dirá que es una doctrina para fanáticos...? No lo es. Sus fines son buenos. ¿Puede ser mala una religión que prohíbe el alcohol...?
L.C.- Decididamente sí.
D.M.- No diga eso. El alcohol embrutece.
L.C.- ¿Y la mujer en la cocina con la mirada baja...?
D.M.- Esta costumbre se dará en Marruecos, porque la saharaui mira a los ojos. No obstante, es cierto que en el Islam la mujer tiene un gran respeto al hombre. Pero no es por obligación, sino porque forma parte de sus convicciones morales. Fíjese, yo, en Palma, visto como una europea. En cambio, en el Campamento, ni se me ocurriría prescindir de la malfa. No obstante, soy feliz llevándola.
L.C.- Dehba, en algunos países árabes se lapida a la mujer.
D.M.- Y lo condeno. En temas como este me siento europea. La pena de muerte es un anacronismo.
L.C.- ¿Añora el desierto?
D.M.- Para nada. A la familia, sí. La de veces que he deseado hablar con madre, como lo hacemos cuando estamos juntas, horas y horas a la luz de la luna porque carecemos de electricidad. Pero no me siento sola. Maria es mi otra madre.
L.C.- ¿La madre de acogida?
D.M.- Mi madre a secas. Mi fortuna estriba en tener dos madres, Fátima y Maria. Y las quiero igualmente. Maria me abraza igual, igualito, a cómo me abrazaba Fátima.
L.C.- ¿Ya no lo hace?
D.M.- Me acaricia un rato, al verme, pero luego se contiene. Sabe que la vida es dura y quiere endurecerme para que pueda afrontarla con garantías. Tenemos que recuperar nuestra tierra.
L.C.- Usted ya se ha hecho a las costumbres occidentales.
D.M.- Pero tengo una deuda con los míos. Si soy una privilegiada tengo el deber de ayudarles.
L.C.- ¿Habrá guerra con Marruecos?
D.M.- Espero que no. Pero si estallara me incorporaría al Polisario. Cuando la invasión del Campamento, hace quince días, mi madre me dijo por teléfono que estaba dispuesta a empuñar las armas. Pasé la noche llorando.
L.C.- Cuénteme un cuento.
D.M.- Mi padre, para dormirme, me contaba los de Juhan. Eran muy sencillos. Juhan ha de cruzar el mar con su burro y el barquero le dice que los animales viajan de balde. Entonces ¿qué hace Juhan? Se monta en el burro y dice que burro y él son uno solo. Y no paga.
L.C.- Ahora son las diez de la mañana...
D.M.- La misma hora que allí.
L.C.- ¿Qué hará Fátima?
D.M.- Estará medio muerta de calor. Ya habrá preparado la comida para no tener que trajinar de aquí para allá. Ahora preparará el té.