Teresa Cànaves. | M. À. Cañellas

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Rezuma energía. Y pese a que ha salvado muchas vidas, habla con una modestia encomiable. Es enfermera, y treinta años atrás trabajó en Mare Nostrum y Sant Joan de Déu. Actualmente tiene a su cargo el centro de salud de Rúkara, en Ruanda. Teresa Cànaves (Pollença, 1944) pertenece a las Germanes Missioneres dels Sagrats Cors de Jesús i Maria. Lleva veinticinco años en Àfrica. Teresa Cánaves se halla lejos de casa, pero no está sola. Le acompaña el aprecio y la admiración de la gente que conoce su obra, cada vez más conocida porque sus amigos se encargan de divulgarla. A lo largo de la entrevista, ha insistido (y era evidente su sinceridad) en que no desea acumular méritos sobre su persona, porque el centro asistencial que dirige es el fruto de muchas ayudas y de muchos esfuerzos. Y sin duda es así. Pero sin ella, sin su abnegación y su inteligencia, tal vez no se habría conseguido nada. Gracias a su voluntad, que es tozudez ética, se ha creado en Rúkara un centro nutricional infantil, otro de maternidad, un hospital con laboratorio (en el que se detecta y trata el SIDA y el paludismo), una guardería, un taller de enseñanza para mujeres e infinidad de proyectos con el único objetivo de mejorar las condiciones de vida de una de las comarcas más empobrecidas de Àfrica. No obstante, pese a todo lo hecho, aún le queda mucho por hacer. Se halla en Mallorca para recuperar fuerzas. Pero también para recabar solidaridad. Las aportaciones pueden hacerse a través de Colonya Caixa de Pollença, en la cuenta 2056 0000 62 4102000425. Es inevitable. Hablamos de Ruanda. Y, al hablar de Ruanda, no se puede obviar la guerra entre hutus y tutsis. Me comenta:
Teresa Cànaves.- Ya han trascurrido dieciséis años. De todas formas, no podemos hablar de guerra.
Llorenç Capellà.- ¿De qué entonces?
T.C.- De masacre, de genocidio... Fueron tres meses de locura. Eso es. ¡Califiquémoslo de locura...! Los ruandeses no quieren comentar nada. Y conste que las heridas morales son enormes y aún no han cicatrizado.
L.C.- La mayoría son católicos...
T.C.- Cuando se produjo el genocidio lo eran el ochenta y seis por ciento, sin que hubiera un mayor porcentaje de una etnia respecto a la otra. Ahora el catolicismo ha retrocedido. Proliferan las sectas, los adictos al milagro fácil... Pero nosotras, las misioneras, continuamos ayudando al que sufre. ¿Que ahora los más desamparados son los hutus...? Pues nos volcamos con los hutus.
L.C.- El actual presidente, Paul Kagame, es tutsi.
T.C.- Pero se está esforzando por integrar ambas etnias en un solo pueblo, el ruandés. Además ha mejorado el nivel de vida, aunque sigue siendo bajísimo. Cuando llegué a Rúkara, hace un cuarto de siglo, todos los niños iban descalzos. Ahora no. Y las grandes inversiones gubernamentales son en enseñanza y medicina social.
L.C.- ¿Qué hablan los ruandeses?
T.C.- El kinyarwanda, que es un idioma bantú, muy parecido al kirundi, que se habla en Burundi. En Ruanda, son oficiales el kinyarwanda y el francés. Y actualmente el gobierno promociona el inglés. Puede que también sea oficial, no puedo precisárselo. Mi idioma de relación es el francés.
L.C.- ¿Y el kinyarwanda?
T.C.- No lo hablo, aunque si es necesario sé darme a entender. Es dificilísimo. Intenté aprenderlo en horas perdidas y abandoné. Me pudo la impotencia. Me deprimí. Pero lo entiendo.
L.C.- ¿Lo suficiente como para saber de qué iban las arengas criminales que se propalaban desde "Des Mille Collines"?
T.C.- Las entendía y ponían los pelos de punta. Esta radio era privada. Y desde sus micrófonos se animaba a los hutus a matar tutsis. Apunte este mensaje, pues me quedó grabado para siempre: "Hutu, si estás casado con una tutsi, considera a tus hijos hutus, pero mata a tu mujer".
L.C.- Usted trata con hutus.
T.C.- Claro que sí. Además, no todos los hutus cometieron crímenes. Incluso los hubo que protegieron tutsis... En nuestro centro hemos acogido un hutu recién salido de la cárcel. ¡Ha pasado dieciséis años encerrado! Y él afirma que no cometió ningún delito de sangre.
L.C.- ¿Y le cree?
T.C.- Ni siquiera me planteo si miente. Sólo sé que abandonó la cárcel sin saber qué hacer, humanamente destrozado. Y ahora es un magnífico enfermero.
L.C.- ¿Intuyó usted la que se avecinaba?
T.C.- Qué va. ¡Todo fue tan inesperado...! Hay que buscar el detonante en el atentado mortal contra el presidente ruandés, Habyarimana, y el de Burundi, Cyprien Ntaryamira, en el aeropuerto de Kingali. Yo estaba ensimismada en mi trabajo. En el centro de salud atendemos a unos doscientos enfermos diarios y realizamos unos cien partos mensuales.
L.C.- ¿De cuántos médicos dispone su equipo?
T.C.- ¿Médicos dice...? De ninguno. Atendemos la consulta siete monjas ruandesas y yo. Cuando llegué allí me responsabilicé de los partos. ¡Las pasé moradas...! Yo soy creyente ¿sabe...?
L.C.- Me lo supongo.
T.C.- Y me digo que el Señor ha estado siempre a mi lado. Jamás se me ha muerto una mujer de parto. Porque si llega a suceder... Quiero decir que si se me muere...
L.C.- ¿Qué?
T.C.- No lo hubiera soportado, me hubiera ido tras ella. Ahora ya tengo experiencia. Pero ¡en mis comienzos...! Tenga en cuenta que la mujer daba a luz en casa y sólo acudía al centro si el parto presentaba complicaciones... Algunas veces, desesperada, metía la parturienta en el coche y la llevaba a un centro con mejores condiciones clínicas. ¡Recorríamos veinticinco kilómetros no sé cómo!
L.C.- Seguro que con riesgo.
T.C.- No lo dude. Me he quedado a las dos de la madrugada, sola, y con el coche encallado en el barro. ¡Ay si le contara mis tragedias...! Pero, descuide, no lo haré. Y, en cualquier caso, me las tomo a guasa. Permítame reírme de mi misma.
L.C.- Se lo permito.
T.C.- Hay un sabor agridulce en mis recuerdos. En cierta ocasión, un muchacho, con su madre asesinada por los hutus, me comentó: Este hombre que pasa en bicicleta ha asesinado a más de cien personas. Se me heló la sangre en las venas. ¿Y me lo dices tan tranquilamente?, le respondí. Y me dijo: Ha reconocido su culpa y le hemos perdonado.
L.C.- Hábleme de la economía del país.
T.C.- Apenas hay industria. Los tutsis tienen vacas y los hutus son agricultores. Las vacas producen poco. Y el campo menos. Tenga en cuenta que impera el minifundismo, porque los padres reparten lo poco que tienen entre sus muchos hijos. En resumen, Ruanda se aferra a una economía de subsistencia y no puede predecirse cuál será su futuro.
L.C.- ¿Hay televisión?
T.C.- Un canal, dependiente del gobierno. Y los periódicos salen un día por semana. O quincenalmente. La gente se informa a través de la radio. De ahí la responsabilidad de "De Mille Collines" en el genocidio. Fue una emisora genocida. Los hutus no recibían otra información.
L.C.- Me ha dicho que el inglés está ganando espacios de influencia al francés.
T.C.- Sí. Tenga en cuenta que las ayudas gubernamentales llegan a través del Banco Mundial y de los Estados Unidos. Y los países vecinos se hallan en el área de influencia inglesa. Además, la población tiene cuentas pendientes con Francia. Hay sentimientos que se enraízan en el alma popular y, con razón o sin ella, permanecen allí, inamovibles.
L.C.- ¿De qué me está hablando?
T.C.- Durante la masacre, en Ruanda había Cascos Azules franceses. Y no hicieron nada para evitarla.

Tenemos el deber de informar a las mujeres de los distintos métodos de anticoncepción a los que se pueden acoger”

L.C.- Entiendo.
T.C.- Así que los tutsis desconfían de los franceses y será muy difícil restablecer la confianza perdida.
L.C.- ¿La miseria del país radica en la falta de industria?
T.C.- En parte sí. Pero lo que lastra verdaderamente la economía familiar es el exceso de natalidad. Además se ha alargado la esperanza de vida. Cuando llegué era muy baja. Estaba en torno a los cuarenta años.
L.C.- Respecto a la natalidad ¿siguen ustedes las consignas de la Iglesia?
T.C.- Ni aún queriendo. Nosotras tenemos el deber de informar a las mujeres de los distintos métodos de anticoncepción a los que se pueden acoger. Y si están infectadas de sida y quieren tener al hijo, les recetamos antirretrovirales.
L.C.- Habrán tenido problemas con Roma.
T.C.- Claro que sí. Pero nada ni nadie nos obligará a abdicar de nuestra responsabilidad ética. En referencia al sida y a otras cosas, la información es básica para prevenir las tragedias. Le diré una cosa: en nuestro centro ha habido un promedio de ocho niños fallecidos por mes. Por sida, por paludismo... Y esto me atormenta. Gracias a Dios, en los últimos dos años la cifra ha disminuido considerablemente.
L.C.- Las enfermedades mentales...
T.C.- Son algo cotidiano. Hasta este año, en que los ha suspendido por motivos de salud, el gobierno conmemoraba el genocidio con actos en recuerdo de las víctimas. En consecuencia, los casos de depresión aumentaban espectacularmente. Le contaré un caso: un muchacho, que siempre que se emborracha me llama "mi salvadora"... Este muchacho, digo, vino a advertirme que no acudiera como testigo a un juicio político. Me dijo: "Mamá yo no quiero que vayas a donde tienes que ir porque te van a matar y yo te quiero muchísimo". Ante mi extrañeza de que supiera lo que yo iba a hacer, porque no se lo había comunicado a nadie, me respondió: "nosotros lo sabemos todo".
L.C.- Quiso decirle...
T.C.- Que las noticias corren de boca en boca y nada se escapa de la conciencia popular. Aunque estén callados. Aunque no comenten lo que pasó. Este muchacho, borracho impenitente, habla tres idiomas y, pese a su inteligencia, se está destrozando. Le eché en cara lo mucho que bebía. Y su reacción me dejó sin argumentos. Me dijo: "Si no bebiera enloquecería. Estando sobrio no puedo quitarme de la cabeza la visión de mi madre, cortada a pedazos por los hutus".
L.C.- ...
T.C.- Nosotras dimos refugio, en la iglesia, a una mujer tutsi con nueve hijos de corta edad y a otros parientes suyos. En total eran dieciocho personas. Pues bien, de las dieciocho sólo se salvó un pequeño de cuatro años. Y todo esto no se olvida. ¿Comprende...? Los recuerdos están ahí, encharcados en la conciencia. Por esto, cuando se aproxima el aniversario, procuramos almacenar antidepresivos. Unos se desmayan a causa de la tristeza. Otros duermen días y días...
L.C.- Centrándonos en el presente ¿la erradicación del hambre continúa siendo una prioridad?
T.C.- Absoluta. Por nuestro centro nutricional pasan semanalmente doscientos menores. Desayunan algo consistente, a base de cereales. Y procuramos que almuercen de verduras o de alubias. Luego les añadimos un plátano frito o qué se yo. Comen de lo que disponemos y no disponemos de mucho. Pero nos apañamos. ¡Vaya que sí!
L.C.- ¿Y ustedes, las monjas...?
T.C.- ¿Qué...?
L.C.- ¿Qué comen?
T.C.- Alubias casi a diario. Y un pedazo de pan, por las mañanas. Porque el pan está muy caro. Pero no espere que me queje. No pienso hacerlo. Qué va. En realidad considero que somos unas privilegiadas porque, a diferencia de la población, disponemos de luz eléctrica y de agua.
L.C.- ¿No hay electricidad...?
T.C.- La hay en el ayuntamiento, en la escuela y poco más. En cuanto al agua, el gobierno ha instalado grifos en los caminos, lo que ya supone una gran mejora. Pero, claro, hay gente que vive a una hora del grifo más cercano. Imagínese la caminata.
L.C.- Como para pasarse al vino sin pensárselo dos veces.
T.C.- Curiosamente Ruanda es uno de los países más limpios de Àfrica. El gobierno ha prohibido la venta de bolsas de plástico, solo hay bolsas de papel. La limpieza es una de las obsesiones del presidente Kagame. Igual que la educación. En Rúkara hay cuatro institutos. Cuando llegué no había ni uno. Pero hay tanta escasez de todo... Hasta los diez años los alumnos aprenden de memoria. Y escriben únicamente en la pizarra.
L.C.- ¿Y los libros?
T.C.- No los hay. Y cuadernos, muy pocos. Aún así, el número de universitarios aumenta de manera espectacular.
L.C.- Con un título universitario bajo el brazo no querrán guardar vacas.
T.C.- Es el problema que se avecina. Los estudiantes de las zonas rurales quieren instalarse en Kigali, la capital, porque hay edificios lujosísimos y se vive de otra manera.
L.C.- ¿Cuándo se vuelve usted para allá?
T.C.- En noviembre. Llegaré en plena época de lluvias. El paisaje está limpio y verde. Llueve a cántaros y así que escampa sale el sol. Con este clima, me siento más dinámica, más optimista.
L.C.- ¿Y cuándo reza?
T.C.- Trabajando. Porque el trabajo es rezo. Aunque debo hablarle en serio. Así que atienda: de buena mañana y por la noche, me recojo en la capilla.