Margalida Puigserver. | S. Amengual - ultimahora.es

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Su mirada es profunda, directa. Y se entusiasma hablando, siempre usando frases cortas precedidas por una pausa reflexiva. Margalida Puigserver (Palma, 1964) realizó estudios de piano (Conservatorio Superior de Valencia, 1989) y es profesora de estética y música. El estudio de las vivencias de Chopin en las obras que compuso en Valldemossa, se tradujo en un libro: "La obra de Chopin en Mallorca en el invierno de 1838-1839" (Cuadernos de Anuario Filosófico, Pamplona, 2003).

Permanecen en el recuerdo las víctimas de la Loveparade. Le pregunto si Chopin hubiera asistido. Me responde:
Margalida Puigsever.- Seguro que no. Era alérgico a la algarabía y a las multitudes. Tanto es así que procuraba actuar en los salones privados, entre amigos. Le dice a Franz Liszt: "No he nacido como tú para tocar en público; la presencia de un gran auditorio me aterroriza".
Llorenç Capellà.- ¿Por apocado? ¿A causa de su enfermedad?
M.P.- Tenía un carácter solitario. Se siente cómodo con Schubert y un grupo reducido de amigos. Se expresa a través del piano, su música es íntima... No obstante, la tuberculosis, aún antes de que se la diagnosticaran, le debilitó físicamente, lo que contribuyó a que evitara las aglomeraciones. Tenga en cuenta que al llegar a Mallorca pesaba cuarenta y siete kilos.
L.C.- ¿Cómo nace su especial interés por Chopin?
M.P.- A través de mi abuela materna que era una fan suya. Y de mi madre, que quiso que yo tuviera los estudios que ella, por la época en que se formó, la de la posguerra y la del hambre, no pudo tener.
L.C.- Sí...
M.P.- Joan Moll también me encaminó hacia Chopin. Y luego, al estudiarlo por mi cuenta, intuí que era un desconocido para muchos profesionales, ya que lo interpretan brillantemente, pero no profundizan en el cambio espiritual que experimentó en Valldemossa. De todas formas, no pretendo criticarles. Yo profundicé en esta época casualmente.
L.C.- Cuéntemelo.
M.P.- Fue en el año noventa y ocho, a través de la Universidad de Navarra. Un grupo de universitarios de Kazajistán quisieron que les hablara de la estancia mallorquina de Chopin y me propuse brindarles, si era posible, un punto de vista que no abundara en lo que ya se había venido diciendo. Mi reflexión partió de Robert Graves. En el prólogo de "Un invierno en Mallorca", analiza la correspondencia de George Sand y Chopin con sus amigos. Y cacé al vuelo el mensaje de Graves: estamos ante dos amantes que tienen una percepción cada vez más diferente del mundo que les rodea. Chopin se alejaba de Sand. Profundizaba en su propia espiritualidad.
L.C.- ¿Mallorca les distanció...?
M.P.- Más bien la enfermedad de él. De amantes pasaron a profesarse un amor fraternal. Mallorca, en todo caso, sólo empeoró la situación. Fue en Mallorca cuando Chopin acepta que lo suyo no es una bronquitis.
L.C.- Estaba tuberculoso.
M.P.- Así es. De manera que había contraído una enfermedad mortal. Él mismo lo explica: "Tres médicos, los más célebres de la isla, me examinaron. Uno olfateaba lo que yo había expectorado; otro percutía el lugar de donde había expectorado; y el tercero me auscultaba mientras expectoraba".
L.C.- Es muy gráfico.
M.P.- Y no debió de serle fácil, porque era una persona exquisita, de modales aristocráticos. Pero se hallaba desesperado. "Estuve enfermo como un perro". Esta frase también es suya.
L.C.- Los médicos le diagnosticaron la tuberculosis en Son Vent.
M.P.- Sí. Y fueron días duros. Aunque no los peores. Estos vendrían después, cuando dejaron Establiments y se instalaron en la Cartoixa. Por lo del distanciamiento entre los dos amantes, lo digo. La celda, a Chopin, le evocaba la muerte, y para ahuyentar miedos profundizaba en las creencias religiosas que había dejado de lado por las influencias socialistas de George Sand.
L.C.- ¿Y cómo reacciona ella?
M.P.- Según Graves el entorno la agobia. Se siente extraña, no puede confiarse a nadie... En consecuencia, centra todo su malestar en los mallorquines.
L.C.- ¿Y usted, a través de las composiciones de Chopin, coincide con Graves?
M.P.- Así es. No me cabe la menor duda de que intentó recuperar la fe. Si él mismo se lo confiesa a Liszt... Le dice que en Mallorca se ha reencontrado con una espiritualidad perdida. Y lo refuerza el hecho de que compusiera nueve temas corales.
L.C.- ¿Por qué...?
M.P.- Porque el tema coral es básicamente religioso. Además, los preludios transmiten el mensaje fatalista de algo que se pierde sin remisión, en su caso la vida, pero a la vez están impregnados de una resignada paz.
L.C.- ¿Habló de Dios con alguien? ¿Con Liszt, tal vez...?
M.P.- No lo creo. Pero pasaba muchas horas con el monje que regentaba la farmacia de la Cartoixa. Aunque era un monje vestido de seglar. Fue el único que quedó, medio camuflado, después de la desamortización de Mendizábal.
L.C.- ¿Y esta amistad...?
M.P.- Es lógica. Tenga en cuenta que Chopin estaba solo. Desde el momento que se propaló la noticia de que padecía tuberculosis, los vecinos lo rehuyeron. Y George Sand y sus dos hijos, Maurice y Solange, se iban todo el día de excursión. Le quedaba el fraile.

Chopin estaba solo. Desde el momento que se propaló la noticia de que padecía tuberculosis, los vecinos lo rehuyeron”

L.C.- ¿Me está insinuando que la señora Dupin le abandonó a su suerte?
M.P.- No. Pero no le comprendió. Incluso le decepcionaron los preludios. "En otros tiempos tuvo momentos más felices", afirmaba.
L.C.- Solange hurgaba en los miedos de él.
M.P.- Era una criatura cruel, probablemente a causa de los celos. La señora Dupin estaba muy pendiente de su amante. Y entre los dos hijos siempre mostró preferencias por Maurice... Lo cierto es que cuando Chopin, debido a la enfermedad, deliraba, Solange le contaba que había visto fantasmas con hábitos religiosos vagando por los pasillos de la Cartoixa. Y él se lo creía. Y era víctima de unas pesadillas horribles.
L.C.- Entre una cosa y otra, no sé de dónde sacó ánimos para componer.
M.P.- Ni yo tampoco. Porque su estancia en Mallorca fue triste, oscura. Todo se les puso en contra desde el primer momento. El señor Gómez les hizo pagar los muebles, los manteles, las sábanas... ¡Todo! Y eso que pagaban un alquiler elevadísimo. ¡Cincuenta francos al mes!
L.C.- ¿Quién era el señor Gómez?
M.P.- El propietario de Son Vent. Pero ni siquiera sé el nombre completo. Cuando supo de la tuberculosis de Chopin los echó literalmente a la calle.
L.C.- ¿Por miedo al contagio?
M.P.- Exactamente. La gente no quería tratos con un tuberculoso.
L.C.- Pese a ello Sand no lo abandonó. Ni siquiera lo apartó de sus hijos.
M.P.- Porque dudaba del alcance mortal de la enfermedad. En aquellos años la medicina española iba muy por delante de la francesa y, en Francia, aún no se había tomado conciencia de los peligros que entrañaba la tuberculosis.
L.C.- Y debió quererle, supongo.
M.P.- No lo dudo. Aunque después de una fase de amor apasionado, pasó a considerarlo su tercer hijo. Madame Dupin decidía: se encargaba de los gastos, de los viajes, de la economía, de todo...
L.C.- Vamos a ver ¿El señor Gómez también hizo quemar el piano?
M.P.- No lo había. Son palabras de Chopin: "Sueño música, pero no la escribo porque no hay piano". Luego, al llegar a la Cartoixa, alquilaron uno del país.
L.C.- ¿Sin marca?
M.P.- Era un Erard de muy mala calidad. Al menos para él, que estaba acostumbrado a un Pleyel. Lo cierto es que aquel Erard le hacía enfermar de los nervios. Finalmente llegó su Pleyel, se lo habían retenido en la aduana...
L.C.- Bueno...
M.P.- Hágase cargo de su drama. O se comunicaba con el piano o se estaba de brazos cruzados. Nadie ponía un pie en su celda. Ni siquiera pudieron disponer de servicio doméstico, porque ninguna mujer del pueblo quiso exponerse a la tuberculosis. Imagínese el tormento de sus días. Apestado, sin nadie que se le acercara; temeroso de Dios por vivir en pecado, pues no estaba casado con la señora Dupin. Y por si no le bastara, la pequeña Solange no dejaba pasar ocasión para musitarle al oído que se estaba condenando...
L.C.- Usted me ha dicho que a Chopin no le atraía tocar en público.
M.P.- Y ya le he dado las razones. Aunque puede haber otra: su estética está asociada a un refinamiento del timbre más que a la potenciación de la sonoridad. Muchos pianistas interpretan a Chopin como si fuera Bethoven, cuando son diametralmente diferentes.
L.C.-...
M.P.- Chopin habla de crear su propio sonido. "Cuando no estoy bien para tocar, toco un Erard", confiesa. Y cuando está bien reclama un Pleyel. Precisamente el Pleyel tiene un sonido más dulce.
L.C.- ¿Se le mal interpreta?
M.P.- Se le desconoce. Los concertistas tocan como les han enseñado. Pero los grandes compositores son algo más que una partitura. Hay, detrás de cada partitura, una vida, unos sentimientos que se han de conocer. Yo misma, ahora, interpreto a Chopin de forma diferente a como lo hacía.
L.C.- Se refiere al Chopin de Mallorca...
M.P.- En efecto. En Mallorca, cambia. La idea de la muerte planea sobre su ánimo. Sus preludios son meditaciones. Normalmente, el preludio precedía a una obra de mayor entidad. Pues, en este caso, no. Sus preludios son ciclos cerrados.
L.C.- ¿Odió Mallorca?
M.P.- No. Y esto fue otra de las cosas que le alejó de George Sand. Escribe a Julián Fontana, su editor, diciéndole que "bajo este cielo sientes que te penetra un sentimiento poético que parece emanar de cada objeto. Cada día las águilas vuelan en círculo sobre nuestras cabezas y nadie les presta la más mínima atención". O sea, habla de una tierra plácida que le provoca admiración y curiosidad. Hay otro texto suyo...
L.C.- Léalo.
M.P.- Escribe: "Aquí se oye cantar y tocar guitarras durante noches enteras". Y explica más adelante: "Suena el bolero en los lugares más desérticos y en las noches más cerradas. No hay campesino que no tenga su guitarra y que no vaya siempre con ella". Y aún hay otra carta...
L.C.- Le escucho.
M.P.- "En la granja vecina oía el llanto de un niño y también oía a su madre que, para hacerlo dormir, le cantaba una bella tonada del país, monótona, muy triste, muy árabe".
L.C.- Le impactó el entorno. O al menos le atrajo la atención.
M.P.- Sin duda. Él no se quejaba de la isla, sino del casero, de los aduaneros... La nobleza mallorquina les volvió la espalda. Pero no solo por la tuberculosis, sino porque llamaron a su puerta con una recomendación de Mendizábal.
L.C.- ¿El de la desamortización?
M.P.- El mismo. Y ¡ya me dirá...! Los nobles les recibieron de uñas por el despojo patrimonial de la Iglesia. Todo, absolutamente todo, les salió mal. Aún así, Liszt recordaba que Chopin le hablaba de Mallorca con una emoción profunda. Ya le digo, cambió espiritualmente.
L.C.- La intuyo, a usted, católica practicante.
M.P.- Lo soy.
L.C.- Entonces, la reconversión de Chopin debe acercarla, aún más, a su obra.
M.P.- Seguro. Comprendo sus dudas humanas y me emociona su sensibilidad. La mazurca que también compuso en Valldemossa, es tristísima. Pero toda su obra tiene una gran fuerza expresiva. Chopin fue un gran investigador de la paleta sonora. Algunos estudios hablan de su cromatismo esencial.
L.C.- ¿De su cromatismo...?
M.P.- Quieren suponer que tiende a superar la tonalidad y a crear agregaciones de sonidos parecidos a manchas. Le digo otra cosa...
L.C.- Diga.
M.P.- Si hubiera vivido veinte años más habría sido como Liszt que, al final, rozó el impresionismo.
L.C.- Dígame ¿qué hará cuando se le acabe Chopin?
M.P.- ¿Acabarse...? No se acabará, porque los genios siempre tienen nuevas lecturas. Pero me intereso por Schubert. Quiero saber la relación que hay, en su obra, entre el sufrimiento y la creatividad. Ya lo estoy estudiando.