Antoni Vallès | Teresa Ayuga

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Es un hombrón de sonrisa aniñada. Y un tipo honesto a carta cabal. Su cordialidad no tiene límites. Antoni Vallès (Binissalem, 1930) es carpintero y se ha especializado en la elaboración de bastidores. Antes, en su juventud, fue boxeador. En 1949 consiguió hacerse con el Campeonato de Baleares de los pesos pesados al derrotar a Prohens sobre el cuadrilátero del mítico Olimpia. Una de las familias italianas que en el siglo XIX se instaló en Binissalem, fue la de los Saggesse. Cuando la Guerra Civil, el cura Saggesse empuñó pistola y salió a la calle para bendecir a los asesinos y maldecir a sus víctimas. Se llamaba Nicolau: Nicolau Saggesse. Su hermano, Antoni Saggesse (nada que ver con la política) se dedicó a la industria. En la posguerra abandonó la hojalata y convirtió la casa familiar en fábrica de conservas. Me lo cuenta Antoni Vallès. Cuándo su padre, el de Vallès, estuvo preso, hizo amistad con Francesc Alomar Poquet, hermano de Jeroni, el sacerdote fusilado por facilitar la huida a Menorca de los republicanos perseguidos. La madre de los Vallès tuvo que vender la casa. Y Francesc Alomar les cedió una, en el carrer del Sac. Los recuerdos de Antoni Vallès se remontan a antes de la guerra. Su padre era muy amigo de Guillem Bestard, el fotógrafo y pintor de Pollença casado con Margalida Comas, la pedagoga de Alaior que murió en Londres, exiliada. Cada verano, cuando el matrimonio, por aquel entonces residenciado en Barcelona, abría la casa de Pollença, los Vallès pasaban un domingo con ellos. Antoni Vallès estaba subyugado por la personalidad de un Guillem Bestard a quien sus paisanos tildaban de loco por comprar las tejas viejas al precio de las nuevas. Cuando en la posguerra, el padre de los Vallès, enfermo, tuvo que pasar varios meses en Barcelona, se hospedó gratuitamente en casa de Joan Vich y Maruja Comas. Maruja era maestra. Joan Vich, telegrafista. También había estado en el hotel, como insiste, Antoni Vallès, en denominar la cárcel. La colaboración de Antoni Vallès con los pintores se inició a través de Biel, su hermano pintor, que le presentó al restaurador José María Pardo. Y Pardo le franqueó infinidad de puertas. Ha trabajado para Canet, Barceló, Carbonero, Maraver...
Hablamos en su taller. Observo sus bastidores.
Me comenta: Antoni Vallès.- Ya soy mayor. De manera que si trabajo es por puro entretenimiento. Y porque mis amigos, los pintores, me quieren. Aunque no sé por qué. Será por lo raro.
Llorenç Capellà.- ¿Usted, raro...?
A.V.- ¡Naturalmente...! Para mí la palabra dada tiene más valor que un contrato. Y en los tiempos actuales esto es una rareza. Fíjese en lo que está pasando. Quien roba, es listo.Y esto no me gusta. Entonces ¿qué hago...? Me encierro en mi taller, que es un caserón vaya usted a saber de qué siglo. Y además tiene su historia.Y sus rincones mágicos. En el patio bailan los gatos.
L.C.- ¿Por qué se hizo carpintero?
A.V.- Porque tanto mi abuelo paterno como mi padre lo fueron. Mi padre fue, y es, mi referente ético. Ya ve, por cuestión de edad estoy de vuelta de muchas cosas. Aún así, no tomo ninguna decisión sin consultarla con él.
L.C.- Vamos a ver, su padre murió hace años.
A.V.- ¿Y qué...? Yo le pido consejo, le cuento mis preocupaciones...Y actúo como creo que él actuaría. En la vida nos hallamos en un cruce constante de caminos y, a veces, no sé cuál tomar. Mi padre, mientras lo tuve conmigo, me animó a echar para adelante. Siempre para adelante. Me inyectaba optimismo.
L.C.- Haga balance ¿ha sido buena la vida con usted?
A.V.- Ha habido de todo un poco. ¿Buena buena...? Digamos que sí. Aunque nadie me quita los disgustos. Cuando mi padre fue encarcelado, en el treinta y seis, estaba convaleciente de una pulmonía. Y las pésimas condiciones de los centros en donde estuvo recluido le agravaron la dolencia. Cuando le pusieron en libertad, dos años después, escupía sangre.
L.C.- ¿Se recuperó?
A.V.- Gracias a don Joan Torres Gost, que era una eminencia de la medicina. Le envió a Barcelona y estuvo allí varios meses. Le sometieron a dos operaciones. Fue en el cuarenta y seis. Y yo, con dieciséis años, me hice cargo del taller.
L.C.- Demasiado joven, supongo.
A.V.- Y supone bien. Pero ya estaba acostumbrado a las dificultades. No tuve niñez, porque los años de la guerra y de la posguerra fueron durísimos. Con diez años ya estaba en la carpintería. Recuerdo que se producían constantes cortes del suministro eléctrico, lo que nos obligaba, a veces, a trabajar toda la noche. Me caía de sueño, pero aguantaba en pie.
L.C.- ¿Y qué demanda de muebles había en los cuarenta...?
A.V.- De muebles, poca. Hacíamos tacones para las fábricas de zapatos de Binissalem. Y, sobre todo, para la de Can Siquier, en Pollença. Además, mi madre aprendió a trenzar rafia. Y se pusieron de moda los zapatos de rafia...
L.C.-Ya veo que trabajaron duro.
A.V.- ¡Qué remedio...! Cuando detuvieron a mi padre nos quedamos en la indigencia. Éramos tres hermanos, y yo el mayor...
L.C.- ¿Con seis años...?
A.V.- Exactamente. Gaspar tenía cuatro y Biel dos. Así que mi madre tuvo que vender la casa, los muebles, las joyas... La familiapudo ayudarnos, pero no lo hizo. Aún así encontramos gente buena.
L.C.- ¿Cómo quién...?
A.V.- Se lo cuento. En Can Pallàs se instaló un destacamento de soldados. ¿Conoce la història de Can Pallàs...?
L.C.- No.
A.V.- A medianos del siglo XIX se instalaron en Binissalem algunas familias de caldereros y de hojalateros. Eran italianas, de ahí que en Binissalem sean usuales apellidos como Picorelli, Saggesse, Bellinfante, Ladaria, Vacchiano y algunos más que no recuerdo. Los Saggesse vivían en Can Pallàs. ¿Sabe quién fue don Nicolau Saggesse, el clérigo...?
L.C.- Un personaje siniestro. Amigo del Conde Rossi y de fascistas.
A.V.- Yo hablo poco de esta época porque la derecha aún mantiene vivo el odio del treinta y seis. Le cuento una anécdota. Hace unos pocos años, en la anterior legislatura, visitó mi taller un hombre importante del Partido Popular, alcalde de uno de los municipios más grandes del Migjorn...
L.C.- Continúe...
A.V.- Se interesó por mi trabajo y me ofreció el título de "Mestre Artesà". Nos hicimos amigos.
L.C.- Vale.
A.V.- Otro día vino a casa y, en fin, me dijo que ya había tramitado lo de mi título. Contemplaba los cuadros que tengo y, de pronto se fijó en un pedazo de papel enmarcado. Me preguntó de qué se trataba, y le dije que en aquel papel mi pobre padre iba anotando losdiferentes campos de concentración por los que pasaba. Empalideció.
L.C.- ¿Por qué...?
A.V.- De odio. Se despidió rápidamente y ya no he vuelto a saber nada del título.
L.C.- No le dé más vueltas. Usted no lo necesita.
A.V.- Claro que no. Si se lo comento es para hacerle ver que las consecuencias de la guerra aún perduran. La derecha de ahora es tan rencorosa como la de antes. Mi padre, con la República, fue concejal, aquí, en Binissalem. Y cuando se inauguró la escuela movió los hilos para que se dedicara un aula a taller de carpintería. No le motivaba otro interés que no fuera el de ayudar.
L.C.- Lo creo.
A.V.- Aún sabiéndolo, vinieron a casa unos hombres armados y se lo llevaron preso. Pese a los años transcurridos, aún oigo el llanto de mi madre. Y veo a la abuela en la mecedora, también llorando. Las vecinas intentaban tranquilizarlas y les decían que sería cosa de dos días.
L.C.- ¿A dónde le llevaron?
A.V.- A Bellver. Nos subíamos al tren, los tres hermanos agarrados a la falda de mi madre, para ir a verle. Íbamos a pie de la estación al castillo. Y luego no le veíamos. Los soldados nos mantenían alejados unos cincuenta metros de unas barreras. Y, al otro lado de estas barreras, se hacinaban los presos.
L.C.- Me ha dicho que quedaron en la miseria...
A.V.- ¡Usted dirá...! Cada sábado, a las once y media, los del Ayuntamiento regalaban un pan de dos kilos a las familias necesitadas. El primer sábado pedí permiso al director de la escuela para ir a recogerlo y me lo negó.Y yo estallé en llanto. Los otros maestros intercedieron por mí y pude ir a recogerlo.
L.C.- ¿Pasaron hambre?

Mi madre se quedaba sin comer para que a nosotros nos correspondiera un poquito más. Discúlpeme si se me saltan las lágrimas, pero aquello fue terrible.”

A.V.- Mi madre se quedaba sin comer para que a nosotros nos correspondiera un poquito más. Discúlpeme si se me saltan las lágrimas, pero aquello fue terrible. Afortunadamente se instalaron los soldados en Can Pallàs.
L.C.- Ya me lo había dicho. Pero no sé por qué.
A.V.- Fui con mi madre a ver al teniente González que estaba al mando del grupo. Le pedimos que nos diera las sobras del rancho porque pasábamos hambre.
L.C.- ¿Y...?
A.V.- Se comportó como un caballero. Además de darnos las sobras y una lechera llena cada mañana, nos dijo que si yo me quedaba como ayudante del botiquín podría comer con la tropa. Al responsable del botiquín le llamaban "es Xato" y era de s'Alqueria Blanca... Cuando acabó la guerra abandonaron Can Pallàs y jamás supe de ellos.Y quedamos en deuda con ambos. Les debemos la
L.C.-...
A.V.- Nunca he tenido rencor, pero sí memoria. Los mediodías, cuando no estaban los soldados, los tres hermanos comíamos en el Auxilio Social. Y antes de comer nos obligaban a cantar el Cara al Sol. Esto no se olvida.
L.C.- ¿A qué edad empezó a boxear?
A.V.- Con dieciséis años ya acudía al Gimnasio Central, en la calle Ballester, en Palma... Yo era de la escuela cubana, mucho movimiento de piernas y de cintura... Hace unos años estuvo en Binissalem Teófilo Stevenson, ¡tres veces campeón olímpico de boxeo...! Congeniamos. Él es cubano y yo mallorquín. Los de las islas tenemos un carácter parecido.
L.C.- Pero usted ¿cuándo debutó?
A.V.- El 24 de julio de 1948, víspera de Sant Jaume. ¡Si lo sabré yo...! Fue aquí, en Binissalem. Derroté a Prohens que era campeón de Baleares de los pesados y, por si fuera poco, sargento de Aviación.
L.C.- ¿Qué ganó?
A.V.- Orgullo. Había sido un perdedor y ya no lo era. Incluso en la forma de mirarme de la gente, comprendí que con mis puños me había ganado su respeto. Igual me tenían miedo.
L.C.- ¿Era camorrista, usted?
A.V.- En absoluto. Jamás he participado en una pelea callejera ni he abusado de nadie. Si pese a la miseria de la infancia era fuerte, tenía que sacarle rendimiento a mi fuerza. Dios aprieta pero no ahoga, y a mí me dio este don.
L.C.- No sé si era un don. Muchos boxeadores acababan sonados.
A.V.- Por esto me retiré a tiempo. Dos pesos pesados frente a frente es algo muy parecido a un choque de trenes. Los golpes eran terribles. Además, no estábamos convenientemente preparados. Me desplacé a Valencia con la Federación Balear para intervenir en las eliminatorias del campeonato de España. Encontramos mala mar y desembarcamos a media mañana. Por la tarde subí al ring completamente mareado y Apeto me sacudió.
L.C.- Su carrera fue corta...
A.V.- Ya le he dicho por qué. A los boxeadores veteranos se les trababa la lengua o tenían la mirada idiotizada. Y yo quería vivir. Por otra parte estaba mi padre. Si me dedicaba exclusivamente al boxeo me iba a la Península. Y él me necesitaba a su lado.
L.C.- ¿Recuerda su último combate?A.V.- Fue en el Olimpia contra Soler. Le gané sin dificultad, pero la decisión ya estaba tomada. Hans Hasse, el promotor que representó a Correa y a Pinazo, me hizo una oferta para hacerse cargo de mis asuntos. Pero la rehusé. El dinero no lo es todo en esta vida.
L.C.- ¿Aprendió algo en el boxeo?
A.V.-Ya lo creo. El boxeo es una escuela de la vida. Te endurece moralmente, lo que es bueno porque el boxeador siempre se asoma al abismo... Martí II fue un púgil extraordinario. Pero subía al ring borracho. ¡Imagínese...! Yo aprendí a sufrir. Y a no quejarme. En aquellos años, los cuarenta y los cincuenta, sobrevivías si te mordías la lengua e ibas a lo tuyo, pese a las zancadillas, pese a los problemas... Uno de mis hermanos, Gaspar, estudiaba medicina en Barcelona. Los grises entraron a saco en la Facultad y se le acabó la carrera. No le dejaron continuar.
L.C.- ¿Viven, sus hermanos?
A.V.- No. Eran más jóvenes que yo y merecían sobrevivirme. Ya ve: yo continúo y no valgo ni la mitad de lo que valían ellos. Sabían varios idiomas. Biel, el pequeño, era pintor...
L.C.- Hábleme de algo alegre.
A.V.- ¿De qué...?
L.C.-Yo qué sé. Dígame cuándo se casó.
A.V.- ¡En el cincuenta y ocho! Y nos fuimos en viaje de novios a Madrid. ¡Claro que fue un día feliz...! Y he tenido otros muchos. Me los han proporcionado los hijos, el trabajo... Y el obrar según conciencia. He procurado tener algunos ahorrillos para los amigos que andan apurados. Y los hay que me han estafado. Pero no me arrepiento de ser como soy.
L.C.- Si volvemos a su infancia ¿qué imagen le viene a la cabeza?
A.V.- Las botas del Conde Rossi. Las llevaba tan relucientes que parecían espejos. ¡Y las mujeres enloquecían por él...! Fue una época disparatada. Había un retrato enorme de Franco que colgaba del campanario... Todo fue una locura. Por esto amo tanto el trabajo.
L.C.- No le entiendo...
A.V.- El trabajo da serenidad, equilibrio. Me paso horas y horas en el taller. Y pienso y pienso. Si dejara de trabajar sucumbiría a la tristeza.
L.C.- ¿Seguro...?
A.V.- Seguro. El perfume de la madera me da vida.