Simó Andreu | Jaume Morey

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Su mirada es arrogante, aunque profundamente humana. Es reflexivo, sagaz. Simó Andreu (sa Pobla, 1941) se ha convertido en un sesentón aventajado, pero no por ello reduce su ritmo de trabajo. Con el paso de los años ha ganado buqué. Acostumbra a estar muy por encima de los papeles que le ofrecen, tanto da que sean para la pantalla grande como para los culebrones de televisión.
Simó Andreu viajó a Madrid para probar fortuna en el cine en 1959. Con 18 años, tiene su mérito. Por aquel entonces, Palma era una ciudad de provincias, idéntica a la de "Calle Mayor" (1951), la película de Bardem. Al aeropuerto de Son Bonet, aquel año llegaron poco más de 100.000 turistas. Lo del cine era cosa de Madrid. Quien, desde Mallorca, soñara con entrar en este mundo en vez de estudiar comercio, era un desarraigado social. Lo de Simó Andreu tiene mérito. Se instaló en Madrid y luego en París.
Por su cuenta y riesgo. Y sin pertenecer al PSUC ni formar parte de la élite de Cuadernos para el Diálogo. Simó Andreu se hizo actor y alcanzó fama sin pedirle permiso a nadie. Ha compartido guión con Michèle Morgan, con Gina Lollobrigida, con James Mason, con Fernán Gómez. Y ha sido dirigido por directores como Vicente Aranda, Jorge Grau, Pilar Miró y Milos Forman. O por José Antonio de la Loma, en "Golpe de mano" (1969). Su primera película fue "Cuidado con las personas formales" (1961), basada en un texto teatral de Alfonso Paso. Hace de ello cerca de medio siglo.
Es un lujo que Simó Andreu se haya incorporado a la filmografía catalana, inexistente hasta hace unas décadas por razones obvias.
Últimamente ha participado en algunos culebrones, que constituyen un muestrario (no justificado) de localismos lingüísticos. Y se ha fijado en el uso abusivo del "parlar bleda", un defecto de pronunciación que canta, primordialmente, en la sustitución de la ele catalana por la española. El profesor Bibiloni apunta que se inició hará unas cinco décadas en algunos grupos sociales (inicialmente mujeres) que consideraban la articulación española más fina. Más o menos fue cuando Simó Andreu abandonó esta tierra. Los de su generación no hablan "bleda". Lo que se encuentra ahora son secuelas del provincianismo franquista.

Nos citamos a primera hora de la mañana en Sa Font, un bar de Santa Maria del Camí. Le pregunto si se le pegan las sábanas. Me responde:
Simó Andreu.- Tiempo atrás, sí. A mi edad, no. Me despierto de madrugada, a las cinco.Pero no dejo la cama hasta las seis que es cuando en las distintas emisoras comienzan los programas de los locutores estrella. No obstante, a la primera bobada que oigo cierro la radio y me tumbo un rato más.
Llorenç Capellà.- ¿Ocurre con frecuencia?
S.A.- Más de la deseable. Ya no tengo voluntad de autodestruirme con una ración de demagogia baratera.
L.C.- Se dice que las madrugadas fomentan el pesimismo.
S.A.- Pienso que no. Me alegra adelantarme al sol. Desde que vivo en el campo he aprendido a observar la naturaleza. Y cuando clarea, todo se mueve. Los pájaros, los animales domésticos, las salvajinas. El despertar de la naturaleza es harmónico. Y muy rápido.
L.C.- La vida también pasa rápidamente.
S.A.- La mía, en un abrir y cerrar de ojos. Pero tal vez sea porque he vivido plenamente. Quien trabaja en lo que le gusta, como en mi caso, puede considerarse un privilegiado. Tanto es así que difícilmente cambiará de oficio.
L.C.- Entonces los políticos tendrán una vocación brutal.
S.A.- ¿Por qué?
L.C.- Se aferran al sillón con las dos manos.
S.A.- Pues los vocacionales son los menos. Porque los técnicos que ostentan un cargo público están en la política como estarían en la oficina. En cambio sí lo son, vocacionales, aquéllos que han ido subiendo desde las asociaciones vecinales o las asambleas ciudadanas. Las vocaciones nacen de muy abajo.
L.C.- ¿Y la de actor ?
S.A.- Más que ninguna otra. Los humanos somos comediantes por condición. Y presumidos. ¡Si con cinco años ya reclamamos la mirada de los demás! Todos somos actores en potencia. Luego, los buenos, se forjan a partir de su capacidad de observación.
L.C.- La escuela de usted
S.A.- Fue la calle. En sa Pobla, cruzaba la plaza principal para ir al colegio. Y me de tenía a mirar y a escuchar a los jornaleros sin trabajo que esperaban a los capataces, delante del bar de Can Riera. Eso sucedía a las ocho de la mañana. Luego, al mediodía, volvía a pasar por la plaza. Pero ya no estaban los jornaleros, sino los señores ocupando las mesas de la Peña Artística. El paisaje era el mismo, pero las personas lo transformaban. ¡Es que, incluso, hablando unos y otros el mismo idioma, hablaban diferente! Y todo esto me maravillaba. Así que fui fijándome en las entonaciones, en los giros...
L.C.-Y los aprendió.
S.A.- Usted dirá. El lenguaje identifica la condición social. Don Miquel Pomar, era profesor de latín y, más que hablar, declamaba. Luego, más adelante, viviendo en es Molinar, comprendí que mis vecinos hablaban un mallorquín peculiar, diferente del palmesano. Y en es Molinar me decían que hablaba como un payés. ¡Y en sa Pobla me echaban en cara que era un llonguet! De todos aprendí.
L.C.- ¿Cuántas veces ha consultado al sicólogo?
S.A.- ¡Ninguna! Siempre he sabido distanciarme del personaje. No soy éste o aquél, sino que interpreto a éste o a aquél. Diderot, en Paradojas sobre el comediante, afirma que el actor no puede sentir exactamente lo que siente un padre que pierde un hijo, porque a lo mejor no es padre y, si lo es, afortunadamente no ha pasado por la experiencia de perder a un hijo. Y yo lo tengo muy claro: soy un actor e intento acercarme a las emociones de quienes interpreto. Y para ello buceo en mi escuela, la de la calle.
L.C.- En este caso concreto
S.A.- Fui monaguillo y acompañé al sacerdote en todos los funerales. Así que viví de cerca infinidad de tragedias familiares y se me grabaron en la memoria los distintos comportamientos ante el dolor.
L.C.- Es, usted, un tipo raro.
S.A.- ¿Se lo parezco?
L.C.- Un monaguillo, en los funerales, se aburre.
S.A.- No lo crea.Yo, al menos, tenía un tiempo para cada cosa. Para el estudio, para el recreo, para la Iglesia. En la Iglesia cantábamos y me gustaba. ¡Aún sabría repetirle la misa en latín y no entendía palabra...! Pero ahí radicaba su encanto. Aquello era pura comedia.
L.C.- ¿Puede interpretarse sin entender nada de nada?
S.A.- Pregúnteselo a la Mula Francis. Dudo que se supiera el guión y lo hizo de maravilla. Y hay otros casos. Los apóstoles que pintó El Greco son, en realidad, locos sacados de un manicomio. Y ahí están, con su expresión de fe, mirando el cielo... Aunque el loco, normalmente, no es un buen modelo para el actor. Sus facciones son una máscara sin punto intermedio. O lo expresan todo o no expresan nada.
L.C.- ¿El idioma condiciona la interpretación?
S.A.- Sí, porque un señor inglés gesticulará de forma diferente de un francés.Yo he interpretado a un terrorista palestino. Así que me provisioné de vídeos en los que aparecieran terroristas palestinos hablando y expresándo se con naturalidad. Y capté sus miradas, su lenguaje gestual. Y entendí sus puntos de vista ideológicos, lo cual no quiere decir que los comparta.
L.C. ...
S.A.- Los palestinos son como los vascos de ETA: luchan por liberar su país. Si ahora usted me preguntara si entiendo ETA... Claro que la entiendo. Otra cosa muy distinta es que comparta sus métodos o que los aplauda.

Se me hace cuesta arriba creer en Dios, algo que de niño no se me hubiera ocurrido. De todas formas, no digo que no exista ”

L.C.- Con los años ¿se vuelve uno escéptico?
S.A.- Más bien incrédulo. Se me hace cuesta arriba creer en Dios, algo que de niño no se me hubiera ocurrido. De todas formas, no digo que no exista. Pero, si existe, no es el que conocemos. ¡Lo hemos hecho a imagen y se mejanza nuestra!
L.C.- Se acaba de cumplir el setenta aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
S.A.- Más razones para mi incredulidad. Si Dios existe, no nos habría abandonado.
L.C.- Antes de juzgar a Dios, júzguese a usted mismo.
S.A.- ¿En qué sentido?
L.C.- Seguro que algo quedó abandonado en su pasado.
S.A.- Debería pensármelo. En cualquier caso, las quimeras que ahora abandono, no es por voluntad de abandonarlas, sino porque me quedan lejanas. Es algo, por tanto, muy diferente a lo que usted me pregunta. Fui un noctámbulo empedernido. Pues mire, ahora apenas salgo de casa. Hace unos años, rodaba cuarenta quilómetros diarios en bicicleta. Actualmente me conformo con tres.
L.C.- Aplaudirá el carril bici de Palma
S.A.- Usted dirá. ¿Que hay gente que protesta? De acuerdo. Hay reformas que son impopulares hasta que la ciudadanía se convence de su conveniencia. Cuando las calles de Sant Miquel o dels Oms se hicieron peatona les, le llovieron a Cort las protestas. ¿Y quién niega, ahora, que fue un acierto? La gente teme los cambios. Pero los cambios, si son positivos, se han de hacer. Rodé una película en Àmsterdam y el director acudía al rodaje en bicicleta. Palma no podía ignorar lo que es una medida de progreso.
L.C.- ¿Ha recorrido el circuito?
S.A.- No me he atrevido, porque carecemos de cultura de las dos ruedas. En Palma sólo uso la bicicleta los domingos porque el tráfico disminuye considerablemente.
L.C.- Usted vive en Santa Maria.
S.A.- Y me subo al tren con la bicicleta y, una vez en Palma, es mi medio de transporte habitual. Pero sólo los domingos. Más adelante, ya veremos.
L.C.- ¿Qué nos queda de Mallorca?
S.A.- Pese a la agresión del territorio, muchas maravillas. ¡La Serra de Tramuntana es una joya única! Aunque lo cierto es que Mallorca, actualmente, está infectada de ratas. El payés no recoge los higos ni las almendras y las ratas engordan como conejos. Y se multiplican. En mis paseos por el campo las he visto trepar por las ramas de los almendros. Algo insólito.
L.C.- Casi todo el año trabaja para productoras mallorquinas.
S.A.- Porque el trabajo es trabajo tanto en Mallorca como en Madrid, pero en Mallorca tengo la satisfacción de hablar en mi propia lengua. Así que estoy muy a gusto aquí. Aunque, a veces, los guiones son traducciones literales del castellano. Me sorprende.
L.C.- ¿Qué más le ha sorprendido?
S.A.- El parlar bleda de muchos actores jóvenes. ¡Suena fatal! Seguro que sus abuelos hablaban con total corrección.
L.C.- Habrán sido castellanohablantes.
S.A.- ¿Usted cree? Curiosamente tampoco se expresan en un castellano correcto, porque tienen acento mallorquín. Y en Madrid no lo admiten. Aunque menos admiten el catalán. Al acento andaluz lo consideran gracioso y lo aceptan. Del catalán, se burlan.
L.C.- ¿Por xenofobia?
S.A.- Me cuesta admitirlo. ¿Por qué no decimos por desinformación?
L.C.- Usted mismo.
S.A.- Hay gente interesada en crear murallas entre el castellano y el catalán. Cuando la Generalitat multó a un comerciante de Vilanova porque no anunciaba sus productos en catalán, en Madrid se dijo que se le había multado por rotular en castellano.Y no fue así.Yo vivía allí, en Madrid, y me cansé de explicar a unos y a otros que lo analizaban desde una óptica equivocada. Lo entendieron.
L.C.- ¿Seguro?
S.A.- Seguro. Las culturas están para convivi. Yo tengo hijo e hija y les eduqué únicamen en castellano. Me sabe mal. La hija ya se sueta y dice frases en catalán. El hijo, no.Ya le digo, eran otros tiempos. Pero me equivoqué.
L.C.- Hábleme de sus lecturas.
S.A.- Leo poquísimo. Será cosa de la edad que me ha cambiado los hábitos. Antes era capa de leerme un libro de botánica. Ahora plant un árbol. De joven fui subcampeón de España de Triatlón y leía todas las revistas especializadas, porque me gustaba estar al día. Ya no puedo. Me siento incapaz. Me aburren.
L.C.- Seguro que va al cine con frecuencia.
S.A.- Qué va. Desde que han prohibido comer palomitas en la sala de proyección, no me interesa. Ya me dirá: me las venden en la puerta y luego no me las dejan comer. Al teatro voy algo más, sobre todo si actúan los amigos.
L.C.- Usted apenas se sube a los escenarios.
S.A.- Porque el único teatro que da para comer es el de vodevil. Y si, además de actor, eres empresario. A Pepe Rubio, Arturo Fernández o Pedro Osinaga les ha ido bien. Y a Xesc Forteza. Pero yo no sirvo para actuar y cuadrar la caja.
L.C.- Pero sí sabe hacer sus propios números.
S.A.- Y a la perfección. Contreinta años ya me preocupaba de cotizar a la Seguridad Social. Me aterraba la posibilidad de llegar a viejo con lo puesto.
L.C.- ¿A qué le teme, además de a la vejez?
S.A.- A la vejez, no la temo.
L.C.- ¿Entonces?
S.A.- A la velocidad. Cuando conduzco por autopista y veo que me adelantan a más de ciento veinte, se me enciende la sangre. Es absurdo que un joven se arriesgue a malgastar su vida de una manera tan tonta.
L.C.- ¿Cómo cuida, usted, la suya?
S.A.- Haciendo ejercicio. Me han dado papeles de galán y de hombre maduro. Y espero que me den la oportunidad de hacer de abuelo. No me veo sin trabajar. Le digo una cosa.
L.C.- Vale.
S.A.- Quiero morirme en activo. Al día siguiente de haber firmado un contrato.