Imagen panorámica de la pista central del All England Tennis Club, captada durante la final del torneo de Wimbledon que disputaron Rafael Nadal y Tomas Berdych. | Efe

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Rafael Nadal corroboró con su segundo título de campeón en Wimbledon que no es imprescindible contar con un «saque bomba», como él dice, para dominar la hierba, superficie que no guarda secretos indescifrables para el número uno. Rafael pasó de ser un júnior con aptitudes más que notables, un discípulo aplicado que apuntaba maneras con su tío Toni, a convertirse en el mejor tenista del mundo. Ayer, esa destreza innata le reportó su segundo trofeo en el All England Club en su cuarta final consecutiva en esta cancha, algo «inimaginable» hace años.

Rafa Nadal moldea la historia a golpe de raqueta, de tesón, de pasión, de cualidades excepcionales y una voluntad de acero. El balear, segundo favorito, regresaba triunfal al club de Roger Federer, el gran ausente de esta final. Nadal había tenido que renunciar a competir el pasado año por tener ambas rodillas lesionadas.

Con un físico imponente de atleta, el mallorquín ha ido aniquilando récords y demostrando que el tenis español no estaba reñido con esta superficie. Como Manolo Santana, él se desmarcó de la norma. Desde pequeñito, Nadal soñó con dominar el césped. Quiso adaptarse, y lo logró. Se propuso ir más allá, y se coló en su cuarta final en una competición casi vetada a los especialistas de la tierra.

Efectividad

Ahora dice que no tiene un «saque bomba» pero se siente más que satisfecho de la efectividad de sus golpes, de su derecha, de su resto. Lo demostraba esta última quincena ante Nishikori, Haase, Petzschner, Mathieu, Soderling y Murray. Aquí fue finalista en el 2006, 2007, ganó a Federer en el 2008 y aquí, también, anunció desolado, que no se sentía con fuerzas físicas para defender el trofeo, cuando una tendinitis persistente volvía a martirizarle.

A Wimbledon llegó consciente de que aún falta tiempo para que sus rodillas estén 100% recuperadas pero no oculta su entusiasmo por haber hallado un tratamiento que parece funcionar y le permite estar sano. Con su físico a raya, Nadal encaró esta cuarta final, y su décima final grande, con la serenidad propia del que lleva mucho ganado.

El pasado 6 de mayo en París, se acercó a los seis trofeos logrados por Bjorn Borg en dos periodos, y logró el decimotercer título masculino español en París. Ayer, modificó, de nuevo, los libros de este deporte. Berdych, un novato en finales de Grand Slams, no fue Federer. Con este nuevo triunfo, el balear encadena 8 títulos de «grandes», como hicieron Agassi, Connors, Lendl, Perry y Rosewell.

Su tío Toni, su entrenador, y la persona encargada de que Rafa mantenga los pies en la tierra, considera más que probado que es ya «un especialista en hierba», calificativo impensable para los españoles hace menos de una década. Toni sabe que su pupilo «no es el típico tenista de saque y volea», pero considera que en el deporte moderno «ya no existe eso. La gente ya no hace saque-red», dice. Los resultados, los números, los récords pulverizados corroboran que tampoco le hace falta.