El jugador del RCD Mallorca Unsue y el jugador del Sporting de Gijón Botia luchan por el balón durante el partido de ida de dieciseisavos de final de la Copa del Rey que ambos equipos disputan en el Iberostar Estadi de la capital balear. | MONTSERRAT T DIEZ

TW
3

La Copa para el Mallorca está más llena que nunca. Tanto, que después del primer asalto rebosa. El conjunto balear, amparado otra vez tras su versión más destructora, divisa la próxima parada del torneo. Después de someter durante casi toda la noche a un Sporting intermitente, los de Laudrup salieron a tiempo de la trampa que había supuesto un tanto traicionero de Barral y viajarán a Gijón con el trabajo muy adelantado. De momento, la pegada de Cavenaghi al principio y un valioso testarazo de Rubén en el epílogo sitúan a los isleños con medio cuerpo en la siguiente eliminatoria (3-1).
Había muchas dudas acerca de cómo afrontaría el Mallorca esta nueva travesía por el torneo. Y era lógico. El escenario sobre el que se mueve el club y los rasgos de su plantilla habían propiciado la aparición de numerosos interrogantes, aunque al equipo le bastaron unos minutos para despejarlos casi todos. Recostado sobre un once menos erosionado de lo previsto por las rotaciones (Cendrós y Pina se quedaron al final en el banquillo en beneficio de Ratinho y Martí), la escuadra balear se presentó al careo dispuesta a asumir de inmediato el gobierno de partido. Sin rodeos. Sin excusas. Sin contemplaciones. Lo consiguió, básicamente, porque su centro del campo estuvo engrasado en todo momento, pero también porque no encontró un solo gesto de resistencia en el bando asturiano, entregado desde la génesis a la superioridad isleña.
En ese ídilico nacimiento de partido, el Mallorca hizo siempre lo que quiso. A los cinco minutos oficializó su primera amenaza a balón parado y desató una cascada en ataque que liberó a Lux de presión y le permitió mantenerse al margen de la acción durante casi todo el primer acto.
Un par de acciones más tarde, el Mallorca ya había encontrado el interruptor y sólo tuvo que encender la luz. La presión de Víctor y una deficitaria salida de Cuéllar dejaron el balón abandonado en el área y Cavenaghi, fiel a su estilo, volvió a repasar en voz alta el manual del depredador del área. Un toque, un gol (minuto 11).
Al partido ya no le faltaba nada. El Mallorca había extendido su dictadura al marcador y seguía gestionando la posesión del esférico a su gusto. La banda derecha, con Ratinho y Nsue pletóricos, hacía que el Sporting se desangrase y el campo parecía cada vez más inclinado en dirección a Cuéllar. A los 27 minutos de rodaje Víctor acarició el segundo gol tras una puñalada de Emilio y aunque los rojiblancos (ayer de azul) respiraron aliviados, la tranquilidad era parcial y volvió a alterarse en cuanto el reloj anunció que se alcanzaba el primer tercio de la batalla. Otra carga por el carril diestro de Nsue y otro envío mordido al área, en esta ocasión con Cavenaghi como punto de destino. El argentino cayó derribado en su carrera con Landeira y Delgado Ferreiro le abrió la puerta del gol a los de Laudrup indicando el punto de penalti. El Torito pidió la bola y después de estamparlo contra el cuerpo de Cuéllar remató él mismo el rechazo. Sólo era un punto de inflexión, aunque durante muchos minutos pareció el punto final. Del partido y de la eliminatoria.
El festival en rojinegro se prolongó más allá descanso. Eso sí, por muy poco. El Mallorca le quitó el precinto al segundo acto con un gusto exquisito y las mismas maneras. Encerró al Sporting en su parcela y siguió elaborando ocasiones, aunque el propio guión del partido demostró que se trataba de una reacción efervescente.
Al Mallorca le empezaron a temblar las piernas a los diez minutos de volver al tapete, justo después de que Laudrup privase al equipo del concurso de Nsue, enorme hasta ese momento. Se apartó de la primera línea para cederle el testigo al debutante Tejera y el conjunto bermellón no sólo perdió varios kilos de confianza, se quedó también sin el punto de referencia que le había guiado hasta ese mismo instante.
El Sporting, que se encontraba bajo el yugo mallorquinista, escapó, se sacudió los complejos que maniataban su cuerpo y levantó la mirada. Se encontró además de cara con la fortuna, porque se aproximó a su enemigo sin la necesidad de apilar oportunidades. Una falta lateral, un cabezazo y una pelota sin dueño que ignoró la zaga local fuera suficientes. Lux había repelido el primer remate, pero no pudo evitar que David Barral inaugurase la cuenta sportinguista.
Debilidad
A partir de ahí, las primeras muestras de flaqueza. En grandes cantidades. Preciado había recompuesto a su grupo sobre la marcha y el Mallorca andaba tocado, consciente de que la eliminatoria se le había complicado más de la cuenta. Se acababa de pasar de un extremo a otro. Del baño, del dominio más absoluto, a un sufrimiento injustificado. Los minutos posteriores al hachazo astur resultaron agónicos y apenas se intuía la salida. Sólo el avance del crono volvió a dejarlo todo en su sitio. El Mallorca salió del laberinto, recuperó las constantes y se lanzó al ataque en busca de aliento. Pereira forzó a Cuéllar a estirarse y aunque no llegó a reabrir la lata mandó al equipo a la antesala del tanto de la esperanza. Sólo restaba una bala en el tambor y Tejera decidió mandarla al área para que Rubén, que acumulaba en su interior la rabia de sus últimas suplencias, la cabeceara de forma violenta hasta alojarla en el fondo de la red visitante. Un gol cargado de significado que debería conducir al Mallorca hasta la siguiente estación de la Copa.