El Premio Nobel de Literatura José Saramago. | Andre Kosters - STF - EFE - EPA/

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La jornada de ayer se recordará por ser el día en el que se perdió a un gran maestro de las letras. José Saramago, escritor portugués y premio Nobel de Literatura, fallecía en su casa de Tias (Lanzarote), a los 87 años de edad. La muerte se produjo pasadas las 13.00, cuando el escritor se encontraba acompañado por su mujer y traductora, Pilar del Río. Los restos mortales del Nobel serán incinerados en Portugal y una parte de sus cenizas se depositarán en su pueblo natal, Azinhaga, y otras en su casa de Lanzarote. La capilla ardiente fue instalada a las 17.00 de ayer en la Biblioteca José Saramago de la localidad canaria.
Hijo y nieto de campesinos, el escritor nació en 1922 en la pequeña aldea de Azinhaga y publicó su primera novela, Tierra de pecado, en 1947.
Creador de uno de los universos literarios más personales y sólidos del siglo XX, Saramago supo aunar su vocación de escritor con su faceta de hombre comprometido, que nunca cesó de denunciar las injusticias que veía a su alrededor o de pronunciarse sobre los conflictos políticos de su tiempo.
Persona de firmes convicciones, capaz de «estar al lado de los que sufren y en contra de los que hacen sufrir»; «hombre de una sola palabra, de una sola pieza», como lo definió su mujer, la periodista española Pilar del Río, cuando en 1998 le concedieron el premio Nobel. El escritor reconocía siempre que él no tenía poder para cambiar el mundo, pero sí para decir que era necesario.
Hace tiempo que el portugués se convirtió en referencia imprescindible de la narrativa europea, y así lo reconoció la Academia Sueca cuando le otorgó el Nobel por haber creado una obra en la que «mediante parábolas sustentadas con imaginación, compasión e ironía, nos permite continuamente captar una realidad fugitiva».
Sus viajes por los cinco continentes le servían también para animar a los oyentes a reaccionar ante el mal funcionamiento del mundo, «a indignarse, a no quedarse en esa especie de inercia de rebaño» que caracteriza al hombre actual. «Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan se puede decir que nos merecemos lo que tenemos», aseguraba Saramago en junio de 2007, en unas jornadas de la Fundación Santillana. En ellas, quien fue militante comunista durante buena parte de su vida, criticó con dureza a la izquierda: «Antes, caíamos en el tópico de decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda», señalaba el escritor.
En innumerables ocasiones Saramago había pedido un debate en profundidad sobre el sistema democrático, convencido como estaba de que el verdadero poder no reside en los gobiernos sino en las multinacionales. «Hablar de democracia es una falacia», solía decir
El reconocimiento mundial no le llegó hasta los sesenta años, con Memorial del convento, la novela que, según ha contado Pilar del Río en más de una ocasión, propició su relación amorosa con el escritor. A la periodista y posterior traductora de la obra de Saramago le impresionó tanto la lectura de ese libro (Premio del Pen Club Portugués) que se fue a Lisboa a entrevistarle y se casaron dos años después.
Las novelas de Saramago «contienen el ADN de lo humano, su huella digital, el rastro de su sangre». Estas palabras de Laura Restrepo denotan la profunda humanidad que desprenden obras como Alzado del suelo (Premio Ciudad de Lisboa), El año de la muerte de Ricardo Reis (Premios del Pen Club Portugués y Dom Dinis), o la La balsa de piedra.
Su novela El Evangelio según Jesucristo levantó ampollas en el Vaticano y fue vetada en Portugal en 1992. Un año después el escritor decidió trasladarse a vivir a la isla de Lanzarote, donde residió hasta el final de sus días.
Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, Ensayo sobre la lucidez, La caverna, El hombre duplicado, Las intermitencias de la muerte son también novelas de este gran escritor que en su libro Las pequeñas memorias entrelazó los recuerdos de su infancia: «He intentado no hacer nada en la vida que avergonzara al niño que fui».
Las reacciones a su muerte fueron ayer muy numerosas. Los Reyes, escritores y políticos de todo el mundo lamentaron la pérdida que para la cultura significa su definitivo adiós.