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Poco se sabe de la excelentísima señora Irene de Todos los Santos Urdagarin y Borbón, hija de la infanta doña Cristina de Borbón y Grecia, y por la que recibe todos sus títulos y tratamientos, entre ellos el de Grande de España, que no es poca cosa. Irene, rubia como la cerveza y con cara angelical, de esas que nos recuerdan a las Bardot de los 60 y a las lolitas más recientes subidas demasiado temprano a una pasarela, no ha tenido una vida fácil, a pesar de que pocos han sido capaces de ponerle rostro hasta el día de hoy, cuando la vimos descender de un monovolumen junto a su madre, hermanos y primos y sus abuelos los reyes Juan Carlos y Sofía en el funeral del rey Constantino II en Atenas.

Llamaba la atención lo pulcro de su peinado, parecido al de su prima mediática Victoria Federica de Marichalar, mucho más visible desde que decidiera utilizar su físico y porte aristocrático para sacar rendimiento a lo que la naturaleza y la cuna le habían regalado. La clase de Vic está ya en los altares, pese a quien pese, y la veremos desfilar para los más grandes en las próximas ediciones internacionales de moda. Ana Wintour está fascinada con su estructura ósea, así que será todo coser y cantar si no se desbarata la cosa con golosinas a las que hay que saber decir no para triunfar en esta carrera tan golosa.

Nos pareció que Irene, rodeada de hermanos por todas partes. era y es incluso más guapa, que su rostro tiene ángel, pero hay en ella frialdad suiza, el país que la ha visto crecer en un exilio involuntario y absurdo. Como cualquier otra joven de su edad, su físico ha cambiado y se ha convertido en una chica alta, con una figura atlética. Es una adolescente muy discreta, algo tímida pero con mucho sentido del humor y muy inteligente y que, como a sus padres y hermanos, le encanta el deporte. Juega a tenis y practica esquí, vela, natación y running.

A sus 17 años su tiempo de ocio lo dedica a sus amigas con las que comparte tardes de compras y a disfrutar de un buen brunch. Elegante será, ya verán. Teniendo de madrina a Rosario Nadal, quién podría pensar lo contrario. Acudió junto a su madre a la boda de Mafalda el pasado año en Porreres, y no pasó inadvertida. ¡Que nos den alegrías que de disgustos vamos sobrados!