Fran Reus, Andrés Soldevila, Miguel García Feliz y las hermanas Alejandra y Maribel Bordoy. | Esteban Mercer

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En estas natas dominicales tan lucidas en la mayoría de ocasiones y llenas semana tras semana de caras nuevas pese que algunos se empeñan en pensar que siempre salen los mismos el arte, el arte de calidad al menos, siempre ha tenido cabida. Desde que comenzamos con esta aventura allá por 2008 nunca hemos dejado de apoyar a los artistas que con su esfuerzo y el de los galeristas hacen que el mundo sea más bonito. Uno este hecho al de que normalmente en las inauguraciones o actos relacionados con la cultura casi siempre son las mismas caras apoyando con su presencia o como coleccionistas anónimos cualquier iniciativa que tenga que ver con la belleza máxima de la vida, la que nos ha hecho evolucionar estética y mentalmente a través de acciones o performances, de las que dan que pensar.

Esto ocurre durante todos los años, todos los meses, salvo en la Nit de l’Art, en la que las calles se llenan de un gentío nuevo con ganas de fiesta que como excusa tiene el arte. A mí me parece maravilloso que arte y verbena vayan de la mano. Y aquí seguimos, mostrándoles cada semana a la crème de la crème patria, que es siempre o casi la misma, unida a los que son mortales y a veces prescindibles y, sin embargo, por el motivo que sea dignos también de ser protagonistas de esta crónica que debería ser quizás incluso más snob de lo que ya es. No todo vale, ni en el arte ni en la vida.

La edición número 26 de la Nit de l’Art, que se dice pronto, volvió con más fuerza que nunca. Tras dos años de pandemia y con restricciones, en las que Art Palma, organizadora de la cita, supo adaptarse para mantenerla, este 2022 volvió a ser lo que había sido siempre: una semana de actividades alrededor del arte contemporáneo. Y una gran fiesta que comenzó el miércoles en la inauguración de Jardín de Silencios, la instalación que la galería ABA ART LAB comisarió para Sant Francesc Hotel, ya habitual colaborador de la cita. Sus inauguraciones siempre son excepcionales y en esta ocasión, más. A la inauguración no faltó nadie, ni siquiera el elegante Andrés Soldevila, de la familia propietaria del hotel.

Andrés me parece un hombre singular en el que me voy a detener un rato imbuido del catalanismo de verdad, el que sabe crear belleza y no la destruye, el que ha hecho del negocio un arte sublime, que es el catalanismo en el que hay que fijarse y del que aprender, que nada tiene que ver con el que comanda en los últimos tiempos. Lo hago todavía bajo la influencia de la empresaria restauradora Rosa Esteva, fundadora del grupo Tragaluz, que me convidó a su casa ibicenca para salvar Ibiza y las Islas Baleares de la vulgaridad que se empeña en invadirnos. Ya les contaré.