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No hay nada que me guste más que una reunión familiar, con la excusa que sea, pero con todos los participantes arreglados, corbata incluida y traje oscuro para los caballeros y vestir elegante para las señoras. La fiesta comienza cuando una la organiza, en los primeros pasos. De la que les voy a hablar se cuidaron todos los detalles, desde el impecable look de los asistentes, muchos caras conocidas e importantes de nuestra sociedad, a la magnífica mesa vestida con linos bordados en punto de cruz, las vajillas y cristalerías y todo lo que es menester para que lo bonito sea todavía más bonito. Las fiesta sirven para esto, para hacer que un día común y corriente se convierta en especial y diferente. Desde que nacieron sus sobrinos, el escritor y editor Andreu Jaume celebra cada año una comida, en El Estudio Harris, la casa de su familia, coincidiendo con el solsticio de invierno.

Siempre se cocinan platos del recetario tradicional francés, el que se solía servir en el desaparecido Gran Hotel Camp de Mar, que pertenecía a sus abuelos maternos. Al final, Andreu lee dos mitos escogidos de la literatura universal, reelaborados para la ocasión, y que un día conformarán un libro. Hace ya siete años que la familia observa esta tradición en una casa llena de historia, frente a la bahía de Camp de Mar, y que aún custodia el espíritu de quien fue su anterior propietario, el pintor, especialista en Goya y alto miembro de los servicios secretos ingleses Tomás Harris, cuyas pinturas decoran las paredes de los salones de esta casa señorial con tanta historia.

Hasta no hace mucho solo se sabía de Harris que era un experto en pintura antigua y un pintor y ceramista de personalidad acusada, siendo su tendencia, por lo general, simbolista, a base de una paleta de fuertes y exuberantes gradaciones. Captó numerosos paisajes campestres y urbanos, algunos del pueblo de Capdellà, así como realizó figuras y retratos y decoró, asimismo, piezas de cerámica de un colega suyo, Pedro Bennasar. Poseyó importantes obras del Greco, de Velázquez y, sobre todo, de Goya, del que donó al Museo del Prado una serie de pruebas de estampas, como también regaló, años antes, a la misma pinacoteca, una escultura clásica, escribía Juan Cabot Llompart en 1978.

En fin, esta información la debe conocer Jaume Ripoll, de Filmin, presente en el almuerzo, así que le sugiero como habrán hecho tantos otros que ponga ya la máquina en marcha para que James Costos produzca una serie de alta calidad. A la cita no faltó mi peluquero, Alex Melville, otro genio al que se debe mi imagen impoluta y atemporal, como debía de ser Harris en su momento. Sobre el anfitrión qué decir, ser escritor y editor hoy día es ya una proeza, todos los elogios se quedan cortos para alabar el genio de quien tiene la sensibilidad de organizar de esta manera el solsticio de invierno. Comme il faut!