Todos los invitados a la cena de Pedro y Malú. | E.M.

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Son el matrimonio casi perfecto. No quiero abusar de los halagos, porque perfecto no hay nada, pero tanto el mallorquín de pura cepa, como la bella brasileña, en mi opinión, una de las mujeres mejor vestidas y más elegantes de la Isla, han formado un matrimonio sólido, trabajador y exitoso que educa a tres hijos de una manera admirable. En la fe, que para algunos es algo antiguo, o a no tener en cuenta, de manera muy equivocada, pero es en ella donde radican las raíces de nuestros valores humanos. Pedro y Malú son amigos de verdad de muchos amigos y tengo la inmensa suerte de contarme entre ellos.

Por eso fue un honor estar invitado a su casa, junto a mi familia más cercana y algunos de mis mejores amigos, para disfrutar de una de las noches más bonitas que hemos vivido en los últimos meses. La casa, qué les voy a contar, es divina, moderna pero elegante, distinguida sin resultar formal, es joven pero atemporal. Y es que, además del buen hacer de los propietarios, están los consejos del gran Miguel Sagrera, el icónico decorador mallorquín, que donde ve error, encuentra rápida solución.

En fin, fue una velada entre amigos con vistas a las próximas fiestas navideñas, que la mayoría, si las circunstancias lo permiten, tomará un avión para disfrutar de unas merecidas vacaciones. No será mi caso, pues en estas fechas me gusta estar en Mallorca, cerca de los míos, que me arropan desde muchas partes. Lo cierto es que Pedro, Malú y sus hijos son una luz en el camino que nos espera recorrer y no podemos más que desearles mucho amor para los siguientes años. Ese es mi deseo para todos los que nos leéis cada domingo. Dicho queda.