Diego Milito marca un gol ante el Bayern en la final de la Liga de Campeones. | Youtube

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Bayern Munich Bayern Múnich 0 - 2 Inter Milán Inter de Milán

Bayern Múnich: Butt; Lahm, Van Buyten, Demichelis, Badstuber; Robben, Van Bommel, Schweinsteiger, Altintop (Klose, m.63); Müller y Olic (Mario Gomez, m.74).

Inter Milán: Julio Cesar; Maicon, Lucio, Samuel, Chivu (Stankovic, m.68); Javier Zanetti, Cambiasso, Sneijder Eto'o, Diego Milito (Materazzi, m.91) y Pandev (Muntari, m.78).

Goles: 0-1, m.35: Milito; 0-2, m.70: Milito

Àrbitro: Howard Webb (ING). Mostró tarjeta amarilla a Demichelis (m.25), a Chivu (m.30) y a Van Bommel (m.77).


El Inter recuperó, cuarenta y cinco años después, el reinado en el Viejo Continente y conquistó su tercera Liga de Campeones impulsado por el talento y el acierto del delantero argentino Diego Milito, un nuevo héroe en el que se sostendrá la historia reciente del conjunto italiano.

El triunfo en la final contra el Bayern (0-2) ha dado la razón a los argumentos que sostienen los proyectos del preparador luso Jose Mourinho, campeón también años atrás con el Oporto. Volverá a Madrid, si toman cuerpo las especulaciones, con la corona de campeón sobre su cabeza para justificar la puesta en marcha de la enésima nueva era de la nave que comanda Florentino Pérez.

El alumno luso superó a su mentor, el holandés Louis Van Gaal, que no pudo frenar la sequía germana que comenzó en el año 2001, cuando conquistó ante el Valencia su cuarto, y último hasta ahora, título continental.

La deuda con la historia que perseguía a los protagonistas antes de la final convirtió el arranque en un ejercicio de especulación. No tardaron, sin embargo, en asumir sus papeles. La filosofía predicada por Louis Van Gaal atrajo la pelota, temporalmente en dominio germano.

Una posesión mayor pero ficticia. Sin peligro. A pesar de la obcecación de Arjen Robben, aparentemente el más metido en la batalla. No era un secreto que el holandés es la principal, y casi única, vía de peligro real cuando el balón es suyo. El rumano Cristián Chivu estaba concienciado de ello.

Las amenazas bávaras llegaron casi siempre por ahí. No le suele importar al Inter. No es amante de la estética el conjunto de Jose Mourinho, empeñado en saldar las cuentas pendientes que el cuadro de Milán mantiene con la Liga de Campeones.

Con menos aspavientos y un ruido menor ejerció su compatriota Wesley Sneijder. Asume también deudas el centrocampista, despedido hace un año del Bernabéu. Salió reforzado del estadio del Real Madrid. Por la puerta ancha. La grande. Por la que no pudo salir hace justo un año del club blanco.

Fue más contundente su participación que la del exterior. De hecho, cada acción advertía peligro. O a balón parado, como la falta que asumió desde la línea de tres cuartos que repelió el meta Jorg Butt, o en el gol, que llegó pasada la media hora de un partido ramplón.

Encontró petróleo el equipo de Mourinho en un saque de puerta. De ahí llegó el gol. Julio César sacó con potencia, más allá de medio campo. Diego Milito encontró a Sneijder, en el que se apoyó mientras enfiló la meta de Butt. Fácil para el centrocampista holandés, que devolvió el balón al argentino. Delante del meta del Bayern, resolvió con acierto y marcó.

La explosión italiana inundó el Bernabéu. El Inter ya había colocado el partido donde quería. A su gusto. De cara. Como la eliminatoria contra el Chelsea y frente al Barcelona. En ese estado es difícil de doblegar.

Está pertrechado el conjunto italiano por un ejército veterano. Años de experiencia acumulados. Partidos de enjundia jugados por futbolistas competitivos, perfectos para manejarse en situaciones como estas.

Pudo marcar el segundo al borde del intermedio. Los papeles se invirtieron en la acción. Sneijder se entiende con Milito. El argentino, por la izquierda, encontró al holandés. Su centro fue certero. Llegó justo el centrocampista. Butt se le agigantó y en el mano a mano disparó al cuerpo.

Pudo ser la puntilla. El Bayern necesitaba una pausa. La campana. Tenía el balón pero no la solución. Hacía tiempo que Robben había afrontado el duelo como una cuestión personal. Y no encontraba socio alguno a sus intentos.

Con el balón suyo se enredó más de una vez en el uno contra uno. Sin profundidad. Porque para ese momento el Inter ya había hecho suya la situación. Los argentinos Javier Zanetti y Esteban Cambiasso reculaban con rapidez desde el medio campo. Se convertían en unos zagueros más. Sin fisuras. Sin quiebros.

Le faltó movilidad al Bayern, que echó de menos la profundidad del castigado Frank Ribery por la otra banda. Sin embargo, pudo dar un giro al partido tras el intermedio.

Thomas Muller remató a bocajarro una fulgurante jugada del Bayern, que salió revolucionado. Julio César, perfecto, la desbarató con el pie mientras caía. Igual que Butt, acto seguido, que contrarrestó con la mano un remate del macedonio Goran Pandev después de una buena jugada de Milito.

Y es que el segundo tiempo comenzó agitado. Sin especulaciones y de forma directa para el Bayern. Todo o nada. Cercó el área italiana el equipo de Van Gaal en busca de fisuras traseras de su adversario.

El técnico holandés tiró del banquillo en busca de pólvora. Miroslav Klose saltó al campo a falta de poco menos de media hora. Momentos antes de que una mano prodigiosa de Julio César abortara un disparo lateral de Robben.

El partido se rompió sobrepasada la hora de juego. El espíritu superó a la táctica con el partido enredado. De eso salió beneficiado el Inter para sentenciar y amarrar la copa. Samuel Etoo, deslucido, más ocupado en contener que en atacar, ahora que los años y el gasto le condenan al tramo último de su carrera, vio a Milito con espacio. El argentino hizo el resto. Recorte incluido sobre Daniel Van Buyten para batir a Butt. El título ya tenía dueño.