Juan Antonio, el joven maltratado de Palma que mató a su padre alcohólico y violento que disfrutaba torturándolo

En 1984 una víctima de malos tratos disparó mortalmente al progenitor en un piso de la calle Bosch

Numerosos testigos declararon a favor del acusado durante la instrucción del caso

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«Vivíamos un infierno, no podía más». Un joven de 19 años mató en 1984 a su padre después de una vida de soportar malos tratos en Palma. Esta es la crónica de un drama familiar que quedó constatado cuando decenas de testigos declararon a favor del acusado y dejaron bien claro que tanto él, como su madre y los hermanos pequeños, eran víctimas de un alcohólico crónico que disfrutaba torturándoles.

El 3 de noviembre de 1984, a la una de la madrugada, se desató el infierno en la casa familiar de la calle Bosch, en Palma. No era la primera vez, pero iba a ser la última para Juan G., el cabeza de familia. Hacía 18 años que bebía alcohol de forma compulsiva, especialmente los fines de semana, y con las copas entraba en un estado de exaltación tal "que se convertía en una auténtico demonio", según contaron los testigos en aquella época.

Esa madrugada echó de casa a su esposa, que llevaba lustros soportando en silencio el maltrato de su marido, y a sus tres hijos pequeños. Lo había hecho en otras ocasiones y la familia tenía que pasar la noche en un coche aparcado a pie de calle, a merced de las bajas temperaturas.

En esa ocasión, sin embargo, fue distinto. Justo en ese momento, cuando la mujer y los pequeños bajaban por la escalera del edificio, humillados de nuevo por el varón, se toparon con Juan Antonio, el mayor de los hijos, de 19 años. El chico, enfurecido, le pidió explicaciones al progenitor, con el que tenía una relación imposible.

Juan, el padre, odiaba profundamente al joven, según contaron después los allegados y vecinos de la familia. A pesar de que se trataba de un chico educado y respetuoso, que siempre apoyaba a su madre y sus hermanos ante los excesos físicos y psicológicos del cabeza de familia.

El muchacho, aprovechando un descuido del maltratador, se coló dentro de la casa y cerró por dentro la puerta del piso, al tiempo que gritaba: «Ahora sabrás lo que es pasar una noche en la calle». El cuarentón, sorprendido inicialmente por la maniobra de su hijo, reaccionó con una violencia brutal. Empezó a romper unos cristales, para intentar colarse en la vivienda y después se descolgó por un patio interior.

Juan Antonio, aterrorizado ante la inminente paliza que iba a recibir de su padre, que estaba a punto de entrar en la vivienda, cogió una escopeta de caza del calibre 12, que tenía dos cartuchos, y realizó un disparo intimidatorio, para que su padre cesara en su intento de alcanzarle. Sin embargo, Juan G., que se hallaba bajo los efectos del alcohol, se abalanzó sobre él y cuando estaba a unos tres metros su hijo apretó el gatillo por segunda y última vez.

El disparo atravesó las costillas del agresor, que cayó abatido en medio de un gran charco de sangre. Los médicos de una ambulancia lo evacuaron rápidamente hasta el hospital de Son Dureta, donde fue operado de urgencia, entre la vida y la muerte. Horas después, pese a los esfuerzos de los médicos, falleció.

El parricida fue detenido y encarcelado, pero la treintena larga de testigos que declaró, entre familiares, amigos, vecinos y allegados, sostuvo que había actuado en legítima defensa porque, en realidad, solo estaba intentando escarmentar a su padre para que dejara de torturar a su mujer y sus tres hijos pequeños.